Comenzar de cero.

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Capítulo 26:

Antonnio.

Aventé la puerta cuando entré a la mansión con el arma ya cargada, pensé por un momento que iba a romperse gracias al golpe que dio contra la pared, Guido y Gerardo detrás de mí, ambos armados. El auto seguía afuera, justo donde Carlo me había indicado, pero nadie estaba dentro, todas las puertas estaban abiertas y con sumo cuidado pudimos rodearlo para entrar directamente aquí.

Que todo esté bien. Que todo esté bien, por favor. Que ellos estén bien.

Eran los únicos pensamientos que provenían de mi mente al venir camino a la mansión.

No había nadie en el recibidor, no había ruido, sólo un olor dulzón, un cuerpo salió de la cocina con un cuchillo en la mano y todos apuntamos hacia este.

—¡No se mueva! —gritó Guido.

—Baja eso sino quieres espantar a los niños —la mujer a la que quería ver desde que salí de la oficina regañó a mi escolta en tono bajo. Sin inmutarse, sin alterarse. Fría.

—Ya la oíste, Guido —contestó Carlo, estaba parado en las escaleras con el arma en la mano, no apuntaba a nadie, la mirada nebulosa que me lanzó hizo que me sintiera inquieto.

Me acerqué a ella sin dejar de mirar a mi hermano y la tomé de la cintura, pegué su cuerpo al mío e inhalé ese perfume cuando su cabello estuvo lo suficientemente cerca para plantar un beso en su cabeza. Ella apretó mis brazos.

—¿Alguien te hizo algo? —inquirí mientras arrastraba mi mirada a nuestro alrededor, era lo único que quería saber. Le quité el cuchillo.

Ella negó en silencio y dio un pequeño apretón en mis brazos, pegó su cabeza a mí pecho. Extendí ese cubierto para que cualquiera de mis hombres lo tomara. No supe quien me lo quitó.

—¿Dónde están tus guardaespaldas? —indagué un poco.

—Les di el día cuando regresamos, no iba a necesitarlos para cocinar galletas.

—Ciara...

—Perdona, pero quería pasar una tarde normal con los niños —dijo en tono sedoso e inocente, pero su voz se tensó cuando siguió hablando —, no vayas a hacerles nada, fui yo la que les dio el permiso.

Suspiré tratando de aligerar un poco todo el nerviosismo y el enojo por la incompetencia de esos dos al haber aceptado irse. Apreté un poco más su cuerpo. Quería, necesitaba sentirla.

—Fuiste muy inteligente al llamarme, mia principessa —me separé un poco de ella para mirar directo a esos ojos maquillados y un tanto alertas, dejándole saber que no había nada que temer, coloqué un mechón de cabello por detrás de su oreja y le di otro beso en la frente. Ella estaba bien, mi hermano estaba bien, todos estaban bien.

—Y valiente, casi me vuela los sesos cuando entré al baño a buscarla, creo que no necesitará entrenamiento —reafirmó mi hermano cuando bajó por completo las escaleras, se guardó el arma por detrás del pantalón —, Antonnio —carraspeó un poco —. Esto es para ti, perdona si lo abrí, pero... tenía que saber sino estábamos en peligro.

Ciara se alejó de mí unos cuantos pasos y se cruzó de brazos. Escudriñe el rostro de mi hermano al tomar la hoja. Tragó saliva y miró a Ciara.

—¿Qué demonios pasa? —hablé un poco irritado.

—Guido, Gerardo, pueden retirarse. Buen trabajo —habló por mí El Diamante Negro.

La desdoblé y lo que leí me llenó de rabia, hizo que mi sangre hirviera, algo se rompió dentro de mí cuando la caligrafía que llevaba años conociendo formó esas palabras hirientes que jamás pensé leería. No de ella.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora