Ella y yo.

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Capítulo 25.

Carlo.

Me vibraba el cuerpo, me ardía, su olor y sus nervios, la inocencia con la que me miró cuando desperté de ese sueño que parecía haber echado raíces. La lujuria con la que me miró cuando Antonnio se comía su cuello. El pecado en su cuerpo cuando se restregó sobre mi erección el besar a mi hermano.

Jodida mierda.

Deseé tanto poder subirla a ese escritorio, poder probar su cuerpo, poder enterrarme en ella.

Su burla hacia nosotros al no haber podido compartirla, me encendió ese deseo aún más, tan cerca y tan lejos. Pronto, pronto la tendría, sola o compartida. Tal vez en este momento podría reclamar todo lo que quería de ella.

Mi boca devoraba la suya como si mi cuerpo fuera a encontrar la misericordia en esa boca pecaminosa, me había recibido dubitativa, pero al cabo de unos segundos, su boca se movía al compás de la mía. Desesperada y brava. El temor y la tentación. El bien y el mal. Ella y yo.

—Carlo —sus manos tocaron mi abdomen como si quisiera poner una barrera —, debemos parar.

—Debes —mordí su labio y ella gimió —, mas no quieres hacerlo. Puedo sentir el hambre —lamí sus labios —, puedo —la besé —, saborear tu deseo y tu excitación.

Pegué mi cuerpo al de ella. Acorralándola, saboreando sus gemidos y temor. La gloria simplemente por haber probado su boca. Si fuera un hombre religioso, me hubiera puesto de rodillas para agradecer la dulzura de sus besos. Rezaría a diario si eso me aseguraba el poder tener su cuerpo entero.

—Carlo —bajé a su cuello, lamiendo y mordiendo, alcé su cara con una de mis manos y con la otra jugueteé con el resorte de sus bragas —, por favor.

Bella—mordí su piel. Metí la mano y encontré lo que buscaba. Ella gimió sobre mi boca cuando con dos dedos empecé a jugar con ella.

—Esto está mal.

—Se mía por hoy. Y vuelve a su cama mañana temprano — la tenté con los dedos y sentí la tensión de su cuerpo.

Su cara excitada me la ponía más dura. Su respiración agitada me gustaba. Podía imaginarme aumentándola en cuestión de segundos si la cargaba y la metía en mi cama.

—Yo...—la callé con un beso y aumenté un poco la velocidad de mis dedos, no se los metí, solo acariciaba de un lado al otro, tentándola. Mojándola —, Antonnio puede...

Sus ojos me miraron deseosos y con un poco de miedo cuando me alejé un poco a verla. Volvió a callarse cuando jugué en círculos con su clítoris, con mi pierna abrí las suyas un poco para tener más acceso a ella. Gimió sobre mi boca y me perdí en esa melodía lujuriosa.

—Él no va a enojarse, bella —sonreí sobre su boca y sus manos se aferraron a mis hombros —, mi hermano sabe compartir ¿o quieres que lo llame para que terminemos lo que se quedó pendiente en la oficina?

Enmudecida y agitada. Sonrojada y mojada.

Saqué mi mano y recorrí su cuerpo con ambas manos, desde la cintura, alzando un poco esa playera larga y casi cuatro tallas más grande, apreté sus senos y ella echó su cabeza hacia atrás dejando salir un ruidito que me prendió más, llegué hasta su cuello, el cual rodeé con ambas manos y dije:

—No vas a escapar, pequeña —podía sentir el latido de su corazón desbocado cuando escuchó esa amenaza —, mírame —ordené y su obediencia me cautivó.

Comencé a hincarme, sin despegar esos exquisitos ojos cafés de mis verdes. Acariciando su cuerpo conforme descendía. Cuando mis rodillas tocaron el suelo dije:

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora