Lacerante

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Capítulo 58.

Ciara.

Una puta jeringa más y sería capaz de tirar esa puta bandeja plateada al piso.

—Un piquetito más y estará lista para irse —dijo la enfermera y yo estaba al borde de las lágrimas y el enojo, pues mi brazo tenía moretones por haber estado recibiendo piquete tras piquete en las últimas dos semanas.

Había aumentado dos kilos por los nervios, ya que todo este proceso me generaba ansiedad demasiado alta y el hambre no paraba, comía de todo, a todas horas.

Me había desmayado dos veces estando en la oficina por el estrés de los negocios, que, según Carlo, dejaríamos para poder vivir en paz una vez que el tratamiento funcionara. Pero todo tenía que quedar en orden, teníamos que ocultar todo y quemar las vidas pasadas, teníamos que matar a Oksana.

Antonnio y Carlo trabajaban día y noche de la mano de Torre Marfil. De la mano de Sara, quien ya había hecho formal su relación con la amargada de la mejor amiga de mi novio.

—¿Cuánto más para que esto resulte? —inquirí sin ánimos en la voz, mirando la lámpara que estaba sobre mí al estar acostada en la camilla.

—Una semana cuando mucho —respondió el doctor, quien ya estaba sanando del ojo morado—, después solamente tendrás que tomar algunas pastillas antes de tener relaciones y nos veremos cada mes para revisar el avance.

—¿No pueden apresurarlo? —dijo Carlo —, no me gusta que estén picoteándola.

Acarició mi cabeza, un toque suave y tierno como cuando me quería poner a dormir cual bebé por las noches después de que terminaba con el estómago lleno.

—Es algo necesario —respondió el doctor sin mirarlo—, su cuerpo debe recibir todo el tratamiento, señor.

La mirada fría del Diamante Negro se suavizó cuando me miró.

—Ya falta poco, mi vida. Pronto tendrás a tu bebé.

—O bebés —dijo la enfermera, y Carlo sonrió cuando la escuchó sin dejar de verme y sin dejar de acariciarme, era una señora amable y llena de canas por el paso de los años —, uno nunca sabe cuantos tenga la vida predestinados para cada pareja.

—Como sea —respondió Carlo—, bebé o bebés —sonrió tras esas palabras dejándome ver cómo se movía su hermoso y sensual tatuaje de la cara—, serán mi más grande adoración, señora.

—Así será, veo como se derrite con el simple hecho de pronunciar la palabra bebé —la enfermera se quitó los guantes y salió de ahí dejándonos solos después de regalarme una caricia en el brazo y una sonrisa reconfortante.

El doctor salió antes que ella cuando recibió una llamada.

Carlo me ayudó a incorporarme mientras todo estaba en silencio, su mano sostuvo la mía y la otra me acarició la espalda.

—¿Lista para ir a casa? Antonnio está en la oficina y va a tardar en llegar, corazón.

Alcé la mirada hacia él y algo me golpeó en el pecho, fuerte y punzante, mi corazón palpitó estrepitosamente.

—¿Qué pasa, cara mía?

Aferré mis manos en el colchón de la camilla y lo miré sin responderle. Se acercó a mí colocando su cuerpo entre mis piernas y acarició mi mejilla antes de que yo pegara mi frente a su pecho duro y cubierto con esa camisa de seda negra, rodeé su torso dejándome sentir su espalda fornida, inhalé su aroma a cigarro y el perfume caro que compró hace dos días en el centro comercial cuando llevó a Danna de compras para su nuevo semestre, había accedido a dejarlos ir a la escuela casi a regañadientes, pero habíamos llegado a un acuerdo con el director de la preparatoria.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora