Un piacere, bella.

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Capítulo 13:

Carlo.

Los malditos vuelos me ponían de mal humor. Me aburrían y más cuando era de noche. Pero teníamos que volver por ella, saldé la deuda que tenía con él.

Habían pasado dos años desde aquel tormento que no me dejaba dormir tranquilo y tampoco al hombre que tenía la mirada pensativa mientras bebía su cuarto whiskey. Por meses todo se salió de control, meses y meses en búsqueda del brillo de mis ojos. Perdimos millones, perdimos hombres, perdimos...

Sus gritos resonaban en mi cerebro por las noches. Disparos, sangre y sudor, desesperación y rabia. Todo eso llenaba las paredes de mi alma durante el día. Y sus gritos desgarradores por las madrugadas eternas con manteles de estrellas.

Antonnio y yo estallamos una guerra que se nos salió de las manos durante un tiempo, pero que, con los aliados perfectamente elegidos que algún día cobrarían el favor, pudimos ganar. Pero lo que perdimos pesaba más de lo que ganamos.

Vete de aquí.

Lárgate, puta madre, lárgate de aquí.

Ella está a salvo.

Te alcanzaré en un momento.

Pero no fue así...

Tomé de un trago el líquido amargo que quemó mi boca, mi garganta y calentó mi estómago cuando lo sentí caer.

Ciara dormía frente a mí con el abrigo que mi hermano volvió a poner horas atrás, no sabía que era tan altanera y osada para hablarle así a Antonnio. No sabía el trasfondo de su historia, sólo supe que follaron en el consultorio de mi hermano "el seriecito". Era muy guapa y sensual con ese cuerpo ligeramente curvilíneo y con la ropa formal con ese toque rebelde al usar converse negros.

Todo estaba sumido en un silencio por parte de todos, sólo el motor del jet se escuchaba por fuera, la aeromoza estaba atrás en la cocineta y por primera vez, no me dieron ganas de follarla, Antonnio y yo solíamos acostarnos con ella en el jet durante los viajes de negocios y de placer, la pasábamos bien los tres al mismo tiempo en la pequeña cama de la parte de atrás. Nos gustaba compartir mujeres de vez en cuando antes de que se casara. Me gustaba ser liberal, hacia lo que quería cuando quería, con quien quería, me gustaba el sexo y no era algo que me avergonzara expresar. El sexo era para disfrutarse.

Llegaríamos después de casi ocho horas de vuelo en el cual ella durmió todo el tiempo, Antonnio no habló y yo me terminé la mitad de la botella del whiskey, rompió el alba y el cielo se pintó de varios tonos azulados conforme el sol se asomaba lentamente.

La mujer de cabello negro despertó, su mirada se clavó en mi rostro por un momento, contemplando mis facciones, expectante, supuse. Yo admiré sus labios todavía pintados levemente de ese color coral y sus ojos hinchados de recién levantada.

—¿Te parezco guapo?

Enarcó una ceja.

—Nefasto, diría yo — bostezó. Se levantó y acomodó su abrigo que al igual que el de nosotros, era negro. Se dirigió al baño con esa marca en el cabello como si hubiera dormido en una cama.

Era guapa y grosera. La mezcla perfecta. El trio perfecto si añadía sus hermosas piernas de tamaño mediano. El invierno culminaría en unas semanas, tal vez podría verla en traje de baño.

—No creo que te la puedas follar si le pareces nefasto — dijo Antonnio, con los ojos cerrados y los brazos cruzados.

—Eres un pendejo — me reí. Y él también.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora