EXTRA III.

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EXTRA III.

Antonnio.

Azoté las cintas de las cámaras de seguridad en la mesa, bebí del whiskey y di una calada a mi cigarro.

Me las robé dos días después de haber escuchado al amor de mi vida decir que quería divorciarse de mí, yo no iba a permitir eso. Yo era suyo y lo comprobaría esta puta noche, esta y las veces que fueran necesarias para que ella se sintiera segura y tranquila con mi lealtad hacia ella, fui un pendejo al haberlos descuidado. Los quería de vuelta. Comprendí sus celos, los de Carlo también. Admito que los de él me dieron ternura hasta cierto punto cuando vino a verme a la habitación del hotel para platicar sobre lo que estaba sucediendo.

Un golpe en mi cabeza recayó de su parte después de haberme escuchado hablar.

Preparé una recopilación de cada día que pasé en la universidad, en mi consultorio también y en el hospital. Cada una de ellas, de todos los días que estuve en compañía de Rachel.

Mi compañera torpe y hasta cierto grado adicta al alcohol, su esposo me llamó varias veces con la preocupación emanando de su voz al dejarme saber que ella no había vuelto a su casa después de las investigaciones en el hospital. En la madrugada recibía mensajes de ese mismo hombre dejándome saber que Rachel había salido con sus amigas a los bares cercanos a su casa.

Llamaron a la puerta, dejé mi vaso y esperé con impaciencia que fuera mi comida, moría de hambre aun cuando eran casi las dos de la mañana. Cuando abrí la puerta, sonreí por inercia al mismo tiempo que temí verla tan rota y cansada por algo que yo causé.

—Dime que todo lo que Carlo me contó es verdad —sus ojos dejaban caer ríos salados, su voz, esperanzada y lastimera, su mano casi aventó la puerta—, por favor dime que es verdad.

—Mi amor —dije—, yo...iba a ir por la mañana a la mansión para expl...

Sus labios se estamparon con los míos dejándome revivir de las cenizas de este calvario al haber estado alejado de ella.

—Dime que es verdad. Dime que no te la follaste —seguía llorando, seguía besándome—, dime que solo soy yo. Que somos solo nosotros tres.

—¿A quien más podría mirar cuando te tengo a ti y a ese cabrón problemático? —mis lagrimas se unieron a las suyas, como la extrañaba, mis manos apretaron su cuerpo contra el mío—, Ciara, por favor déjame explicar.

—Sólo necesito que me perdones —dijo, ambos caminamos sin destino alguno, siendo lágrimas, besos, deseo y culpa, ansia y excitación al deshacernos de la ropa como dos locos sin control. Escuché que la puerta se cerró y nada más importó—, Carlo —comencé a besar su cuello y gimió—, él me dijo todo lo que le contaste.

Mi dulce esposa, mi chica. El aire que respiro.

—Ese bastardo —reí cuando le quité su abrigo sin alejarme de su piel caliente—, ¿no pudo esperar?

Mordí un poco haciéndola retorcerse.

—Él me dijo que viniera por ti —comenzó de nuevo a besarme con desespero—, me dijo —sus manos ansiosas quitaron la corbata y mi camisa—, me dijo que tu —acarició mi abdomen mientras torpemente encaminé nuestros cuerpos hacia el sillón, era el mueble que estaba más cerca—, me dijo que tu no hiciste nada.

—Como podría —bajé mi mano para comenzar a desabotonar su blusa—, si el único cuerpo que deseo poseer ya está aquí.

Acuné sus pechos con ansia y cuando sentí la dureza del sillón en mis piernas me dejé caer dejándola sentada en mi regazo.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora