Subestimación.

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Capítulo 28:

Ciara.

Toqué la puerta de esa oficina con un poco de miedo al leer el nombre, recordé la primer conversación que entablamos hace unas semanas. Había dejado la carpeta con la bestia y tuve que volver a armar una nueva para llevársela a ella.

—Adelante —una voz sin emoción o alteración alguna.

Todas las computadoras estaban acomodadas cerca de la pared, había más de siete pantallas, todas proyectando algo diferente. Cables por todos lados y algunos mapas pegados en las paredes aledañas. Su cuerpo le daba la espalda a la puerta, dejándome ver ese cabello suelto. Se giró para verme y sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba hacia abajo.

—¿Qué se te ofrece?

Caminé decidida sin saber si me dejaría acercarme. O si la conversación seguiría su curso.

—Necesito un favor—puse una carpeta en su escritorio.

—Esos dos le han dado mucha confianza a su juguetito nuevo —se cruzó de brazos.

—Si, tal vez —no me inmuté con su tono, Antonnio había dicho que ella era difícil de tratar, pero no era momento de indagar porqué, ni de pelear —, pero sería de gran ayuda para la subasta si pudieras hacer lo que está en esos documentos. Entenderé sino quieres.

Caminé a la salida ya sin nada que decir y cerré la puerta.

***

—Señorita Ciara —Mikael entró a la sala de juntas una semana después de mi discusión con Carlo. Había evitado hablar con él, solo negocios y cosas de la subasta, esta se llevaría a cabo el próximo sábado en uno de mis hoteles más visitados —, es un verdadero honor conocerla en persona —besó ambas mejillas cuando me puse de pie para saludarlo —, señores —saludó con un gesto y ambos le devolvieron el saludo.

Mikael llevaba botas de tacón y los ojos hermosamente maquillados de negro, uñas rojas y un tatuaje en el dorso de la mano. La ropa de diseñador me dejó saber que, de todos en la oficina, era el que mejor vestía.

—El placer es todo mío, Mikael, toma asiento por favor —hablé cordial.

—He traído la lista de invitados —el pelirrojo comenzó a repartir las carpetas con la información. Carlo no me había quitado la mirada de encima desde que llegué por la mañana, más bien durante toda la semana; también en el desayuno, comida y cena de sábado y domingo, era una costumbre entre los Pagano el pasar juntos las tres comidas durante los fines de semana, en familia.

Llegué con un vestido más corto, pues a él le gustaban mis piernas y a mí me gustaba, a veces, el sabor de la venganza. No lo había mirado a los ojos desde ese día. Hablaba evitando esos orbes sensuales que me pondrían de rodillas si se acercaba.

Él estaba frente a mí y Antonnio a mi lado en esa mesa ovalada llena de aperitivos y ese té chai que, aunque estuviéramos peleados, llegaba todas las mañanas a mi oficina con la recepcionista del piso.

Carlo con cara de pocos amigos y Antonnio con ese brillo post-follada mañanera antes de venir a trabajar. Lo frío y lo caliente. El mal y el mal, pues en ellos no había bien, no había rectitud, no había piedad y yo comenzaba a acostumbrarme a ello.

Traje negro de la bestia, traje gris de ese señor con manos expertas.

—Las piezas que se exhibirán están en el catálogo que les presentaré en este momento —apagó las luces y el proyector se encendió — treinta piezas exclusivas.

Tomó el control con esas manos cuidadas y decoradas con anillos exquisitos y comenzó su demostración.

—Pensé que las elegiríamos como de costumbre —indagó Antonnio.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora