Una bala.

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Capítulo 31.

Carlo.

Ella y Antonnio habían desaparecido hace casi media hora dejándome solo con todos estos pendejos que creían tener dinero sólo por gastar unos cuantos millones, que pensaban estar a nuestra altura, estaban muy lejos de estarlo. Billones lejos. Saludos rápidos y sonrisa apacible cuando interrumpían las palabrerías de ese hombre cuando se acercaban a nosotros. Miradas insinuantes de algunas mujeres con joyas caras, como las miradas que Ciara interrumpió de aquella mujer que privó a Antonnio de seguir caminando.

Seguía pretendiendo escuchar los parloteos de ese cabrón que tuvo las agallas de besar a Ciara en ambas mejillas. Golf, droga y prostitutas, esa era su vida, si dejaba a sus seis hijos y a su esposa, quien era más plástico que piel, en segundo plano como la mayoría lo hacía.

Bien pude pegarle un puñetazo y tirarle esos dientes chuecos y horribles por haberse acercado a esa exquisites de mujer que se entregó a mí. Pero no podía hacer una escena de las que tanto me gustaban, no podía matar, degollar ni quemar, durante esta noche solamente, ya me las pagaría después. Maldito vejete de segunda.

Todavía tenía esos gemidos rondando por mi cabeza, el hombre no se callaba, interfiriendo en esa melodía excitada de mi recuerdo, todavía sentía sus movimientos resbaladizos, empezó a reír casi desternillante por una broma y yo solo reí un poco, su forma de montar a Antonnio, su forma de chupármela. Dejé mi copa en una bandeja cuando pasó un mesero. Su boca comiéndose mi verga. Dios, diosa más bien, eso era ella, una puta diosa. Todavía la deseaba, quería más y más y más, la quería para mí solo de ser posible, aunque fuera solo por una noche. Tal vez la llevaría a algún lado para estar solos los dos, tal vez la haría dormir conmigo algunos días a la semana y hacer que Antonnio deje de ser un puto envidioso al dormir con ella entre sus brazos...

Si, bestia, quedas perdonado.

Sonreí hacia ese hombre de ojos verdes como los míos. Pero no por lo que contaba, sino por el recuerdo al bañarla.

—Caballeros —la voz de la causante de esa sonrisa a mí derecha, con Antonnio a su lado.

—¡A ti te quería ver! —exclamó el vejete ya con algunas copas de más, tratando de acercarse a ella cuando estiró sus brazos—, ¿a dónde te fuiste cariño?

Y supe en ese momento, que todo se iría a la mierda cuando vi la mirada de Antonnio clavada en el ministro. Ese hombre estaba muerto. Y no sería gracias a mí.

—La llevé a una habitación para hacer que me la chupara —habló mí hermano. Con énfasis en la última palabra, haciendo que el señor dejara de avanzar y que yo sonriera por la escenita de celos que estaba presenciando, Ciara le pegó en el brazo, también rio y se sonrojó.

¿Habían follado sin mí? Joder, más tarde reclamaría por eso, mientras él disfrutaba de una mamada, yo tuve que soportar todo esto.

Antonnio se acercó con pasos peligrosos hacia ese aborigen de frente arrugada, borrándome la sonrisa, convirtiendo la cara de Ciara en un manojo de nervios y tensión.

—Le recomiendo —casi gruñó cuando quedó cerca de este, era unos centímetros notoriamente más alto que el anciano—, más bien, le exijo, que quite sus ojos de las tetas de mi novia —dijo cuando se acercó más a la cara de ese hombre —, a menos que quiera caer desde un veinteavo piso y ensuciar la calle con sus putas viseras.

Tuve que poner una mano en el hombro de mi hermano para tratar de calmarlo, ambos sonrientes para no llamar la atención, para poder evitar que hiciera lo que yo quise hacer hace unos minutos. A la distancia, vi como Lucio comenzaba a acercarse junto con tres hombres más. Negué con la cabeza y él asintió, quedándose en su lugar.

Los Pagano [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora