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-Os lo estáis pasando bien, por lo que veo.
-¡Papi!- exclama mi hermana corriendo a abrazarle, olvidando que tiene la cuchara en la mano y manchando el suelo con la masa que gotea de ella.
Mi padre la coge en brazos y da vueltas sobre sí mismo provocando la risa de la pequeña y haciendo que más gotitas se esparzan por el espacio.
-Estaís manchando la cocina- les regaño sonriendo cruzándome de brazos.
Se detiene y ambos se miran cómplices.
-Podemos limpiarla después- contestan al unísono.
Deja a Victoria en el suelo y agarro su mano para acercarse a mí.
-¿Quieres ayudarnos a cocinar?- pregunta la pequeña, entusiasmada, volviendo a subirse a su taburete.
-Pensaba que tú eras quien lo hacía conmigo- responde él dejando un beso en su mejilla.
Mi hermana suelta una risa y le abraza quedándose pegada a su pecho y alzando la cabeza para mirarle.
-Hoy es al revés, yo cocino y tú me ayudas.
-Porque yo solo estoy aquí para supervisar, ¿no?- me quejo sonriendo e inclinándome sobre la encimera en su dirección haciendo que vuelva a reír.
-Bueno, alguien tiene que vigilar que no haga un desastre. Otra vez.
La pequeña empuja a mi padre sin fuerza ante su comentario y este vuelve a reír.
-Seguimos sin saber cómo te colaste en la cocina- comento sin apartar la vista de ella.
-Es un secreto.
Su sonrisa nos advierte de que, en efecto, no va a decir nada más sobre el tema, así que regresamos de nuevo en silencio la atención a la masa, ahora con dos manos más de ayuda.

-¿Podemos ir ya a avisar a mamá?- pregunta Vicky cuando mi padre cierra la puerta del horno.
-Acabo de...- pero la pequeña hace un puchero que sabe que no puede resistir y él suspira-. Vale, cariño, ve a buscar a mamá.
-¡Bien!- exclama alejándose con rapidez.
Y soy consciente de que estoy a solas con mi padre. Con el hombre que me ha herido para proteger su bien más preciado.
Cierro los ojos y respiro hondo despacio, apretando los puños y dejándome caer en una de las sillas.
-Será mejor que vayas con ella para evitar que se distraiga- susurro apenas en un hilo de voz.
-Mi niña- intenta acercarse, pero me encojo y se detiene al instante. Vuelve a suspirar, sentándose lo más alejado posible-. Lo que te dije antes... No ha sido por...
-Lo sé- le interrumpo siendo yo la que se marcha.
Apoyo la mano en la pared y dejo que me guíe hasta la puerta de mi habitación, aunque me decido a seguir caminando al llegar a ella. Siempre con la vista baja, fija en mis pies, para evitar encontrarme con alguien.
Termino saliendo al exterior para dirigirme a los establos y hacerme con un caballo que pueda alejarme unas horas de aquí. Lo mismo que parece que ya he hecho y que ha provocado que me despertase en mi cama después.
La conversación con mi padre regresa entonces y vuelvo a apretar con fuerza los párpados, tapando mis oídos en un vano intento de acallar sus palabras.
-Emma- la suave voz de mi madre y su ligero roce en mi hombro me hacen recomponerme despacio-. Tal vez tu abuelo tenga razón y debes seguir descansando, ¿quieres que te acompañe a tu habitación?
La miro, temblorosa, asintiendo sin tardar en buscar refugio en sus brazos. Sus manos se posan en mi cabeza y espalda deslizándose con suavidad. Abro la boca pero solo salen sollozos, así que me hago más pequeña en su pecho y sus brazos se aprietan más contra mí.
Lloro y ella me lo permite, dejándome todo el tiempo que necesite hasta desahogarme por completo.
-Sabes que podemos irnos si quieres- susurra tras unos segundos-. Podemos hablar con tus abuelos, decirles que has cambiado de opinión y volver a casa.
-No creo que se queden contentos si hacemos eso- trato de bromear sin dejar de temblar.
Ella me separa para mirarme y aparta un mechón de mi rostro, sonriendo.
-Tú eres más importante que la Corona, cariño- respira hondo apretando por un instante mis brazos-. Y estoy segura de que entenderán que puedas no quererla cuando les expliques tus razones.
Solo que no tengo razones. No válidas para esto, al menos.
Me apoyo de nuevo en su pecho y cierro los ojos.
-¿Podemos ir a pasear?- pregunto apenas en un hilo de voz- ¿Podemos pasar tiempo juntas, solas, como cuando era pequeña?
Las lágrimas vuelven a empapar mis mejillas cuando la siento sonreír sobre mi cabeza.
-No se me ocurre una mejor forma para pasar el día.
Me separa de nuevo, con cuidado, sin apartar un brazo de mi hombro para seguir permitiendo que me recueste en ella mientras bajamos las escaleras.
Avanzamos despacio, adentrándonos en los jardines aunque sin rumbo alguno, como si solo quisiésemos perdernos del mundo.
—Supongo que papá y yo tendremos que dejar nuestros trabajos ahora que volveremos a ser parte de la Familia Real.
Me detengo ante su comentario haciendo que ambas tropecemos.
— No han hablado con vosotros, ¿verdad?— pregunto secando el sudor de mis palmas en la tela del vestido.
Ella me observa en silencio, apretando los labios, para después desviar la vista a sus pies.
—¿Quieres que yo decida lo que debéis hacer?— pronuncio despacio y mi madre me mira de nuevo.
—Sois las siguientes al Trono. Valerie y tú. Sería un buen primer mandato como las soberanas.
Me cruzo de brazos y chasqueo la lengua.
—Pero los abuelos dijeron que no podríamos gobernar hasta que tuviésemos 21 y que hasta entonces lo seguirían haciendo ellos.
—Lo sé, pero— avanza hacia mí y agarra mis manos con suavidad— creo que podréis hacer cosas por la Corona también hasta que llegue vuestro momento. Y decirnos a papá y a mí cómo debemos vivir desde entonces sería una buena forma de empezar.
El silencio se extiende por tanto tiempo que temo que la conversación se haya desvanecido en el aire.
—No voy a hacerlo— digo por fin, soltando lentamente su agarre—. No voy a tomar una decisión que puede que termine siendo la equivocada.
Cierro los ojos siendo atacada por mis propias palabras.
—Emma, por favor, necesito saber si podemos ser útiles en tu camino hacia la Corona.
Una carcajada amarga, un escalofrío, una mirada de odio.
—¿Cómo serías capaz de hacerlo cuando todo lo que siempre has querido ha sido huir de eso mismo?
—Podría aprender...— murmura sin mirarme—. Contigo y con tu hermana, como estaba planeado en un principio.
—Entonces no serviría de nada, ¿no crees?— inquiero apretando los puños y alejándome un paso, tambaleante—. No podrías ayudar si supieses lo mismo que nosotras.
Ella abre la boca, pero unos pasos interrumpen sus palabras. No sigo su dirección y, sin embargo, sé que es mi padre quien se acerca.
—¿Qué ha pasado?— pregunta al ver a mi madre temblar, envolviéndola en sus brazos sin una pizca de duda, como siempre—. Vayamos con Vicky— susurra posando los labios en su cabeza—, está esperando inquieta a poder comer la tarta. Y me ha prometido no probarla hasta que estemos todos allí.
Una sonrisa, pequeña, aparece en el rostro pálido de mi madre. Sus manos se entrelazan y comienzan a caminar de nuevo hacia el castillo como si yo no estuviese frente a ellos, porque se encuentran en su propia burbuja.
Respiro hondo y les sigo segundos después.

Royal Secret (Reales III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora