MiniCapítulo 33.

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¡Keityn!

El eco de mi nombre, desgarrando la quietud matutina, se entrelazó con una serie de golpes impacientes sobre la madera de mi puerta, arrancándome bruscamente de las profundidades del sueño. Mis extremidades respondían con torpeza a la orden de despertar, y la simple tarea de mantenerme erguida amenazaba con enviarme de bruces contra el suelo.

-Por lo que veo, te has quedado dormida... -la voz inconfundible de Demián resonó en el umbral, precediendo a su figura que se adentraba sin permiso en la estancia-. He intentado comunicarme contigo desde hace largo rato, y tu móvil permanece en silencio.

-Lo siento... -murmuré, aún envuelta en la bruma del letargo. Apenas si había logrado desprenderme de las sábanas, y mi despertar abrupto era cortesía de sus insistentes llamados y los golpes resonantes.

Lo dejé absorto en su monólogo, o mejor dicho, en su airada discusión unilateral, mientras mis pasos vacilantes me guiaban directamente hacia el santuario del baño. Necesitaba desesperadamente la frescura del agua y el vapor para desterrar la pesadez que nublaba mis sentidos.

-Han llamado de tu universidad... -anunció Demián, irrumpiendo en mi refugio-. Por eso he venido hasta aquí; al parecer, necesitan conversar contigo sobre algo.

-¿Por qué habrían de llamar a la oficina? -interrogué, elevando la mirada desde la tibieza de la bañera para prestarle una atención más completa.

-Keityn, recuerda que has cambiado de línea telefónica.

Un escalofrío de sorpresa recorrió mi cuerpo. ¡Carajos!

-Lo había olvidado por completo. Tendré que modificar mis registros.

-¿Quieres que te lleve?

-¿Te es posible?

-Si no pudiera, no me habría ofrecido -replicó con su habitual tono de suficiencia.

Emergí de la tina, luchando por contener una sonrisa ante sus maneras tan características.

-No... -articulé con suavidad al sentir el tacto de su mano posándose en mi cintura-. Necesito vestirme, y si continúas provocándome de esta manera, creo que la tarea se tornará considerablemente más difícil.

Giré sobre mis talones, llevando ambas manos a sus hombros, buscando su mirada.

-¿Te sucede algo? -preguntó, percibiendo la fijeza de mi escrutinio.

-No -respondí, apartándome de su cercanía para comenzar a vestirme con movimientos lentos y deliberados.

No.

No.

No.

No puedo permitir que mi corazón siga este camino. Conozco las reglas, las tengo grabadas a fuego. No puedo, simplemente no puedo, enamorarme de un hombre que solo me contempla con un deseo puramente carnal, de alguien que me percibe únicamente como un instrumento para satisfacer sus necesidades más primarias.



✨🔮✨

-Buenos días, directora Yung -anuncié mi presencia al cruzar el umbral de su oficina.

-Buen día, señorita Ross -respondió con su habitual formalidad.

-Lamento no haber podido acudir antes para modificar mi número telefónico; he tenido que realizar el cambio por motivos personales.

-Me lo imaginé -asintió con comprensión-. La he convocado porque la próxima semana darán comienzo las ceremonias de graduación.

-¿Ya? -exclamé con una sorpresa genuina-. El tiempo ha transcurrido con una velocidad asombrosa.

-Así es -confirmó con una leve sonrisa.

Concluida la reunión con la directora, decidí regresar a mis responsabilidades laborales minutos después. Demián me había informado que podía llegar a la hora que me conviniera, pues sabía con certeza que estaría allí.

Encontré a Kelly radiante, absorta en una conversación animada con su pareja sobre los asuntos de negocios que les depararía la semana venidera. Me limité a saludarlos con un gesto cordial.

-Demián ha salido -me informó Kelly-. Quizás no regrese hoy.

-Entiendo -respondí con una serenidad que no reflejaba el ligero vacío que sentí ante su ausencia.

Con el transcurrir de las horas, mi conciencia se fue abriendo paso en mi interior: la falta de su presencia durante nuestra jornada laboral me afectaba más de lo que había querido admitir. Al parecer, me había acostumbrado por completo a él y a esa electricidad palpable que emanaba de su ser.

Señor Gruñón.

Estoy en el estacionamiento, ven. Iremos a un restaurante a comer algo.

Una sonrisa involuntaria floreció en mis labios al leer su mensaje. Decidida a abrazar la felicidad que se presentaba, tomé mi bolso y me dirigí al lugar indicado.

Al llegar, lo vi descender de su vehículo con una cortesía inusual, abriéndome la puerta e invitándome a subir. Sin embargo, esta vez percibí algo diferente en su semblante, más allá de su caballerosidad habitual. Su mandíbula se veía tensa, sus hombros rígidos.

Algo había ocurrido, y aún no se sentía capaz de compartirlo conmigo.

Opté por el silencio. Lo último que deseaba era escuchar su respuesta cortante: "No es asunto tuyo, ocúpate de tus propios problemas".

Quizás era precisamente esa prepotencia, esos malos tratos esporádicos, lo que había sembrado en mí una extraña forma de afecto.



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