Primer día de trabajo

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Capítulo siete

Un rato más tarde, Nadia entró a la oficina de Ulises. Él estaba leyendo unos documentos. Se quedó viéndolo, no cabía duda que era un hombre muy sensual y llamativo. Aunque no había razones para que ella les prestara atención a esas cosas.

—Señor Ulises, es hora de la merienda —dijo ella con una voz suave.

Se acercó al escritorio que estaba lleno de documentos. Los acomodó para que siguieran siendo accesibles para él, pero que a la vez le permitiera colocar la bandeja que había llevado, con té y galletas.

—Ahora estoy ocupado —dijo él sin quitar la vista de los documentos.

—La abuela dijo que era importante respetar todas sus comidas —dijo y sin más tomó la tetera y comenzó a servir el té en la taza.

Si bien Ulises no quería que Nadia estuviera ahí, le había prometido a su abuela intentarlo. Por lo que debía soportarlo. Así que bajó las hojas y la miró.

—Dígame señorita González. ¿A qué se dedicaba antes de esto? —preguntó él y acercó el té a su boca. No podía negar que sabía cómo preparar una buena taza de té. Se dio cuenta de que ella se había servido una taza para sí misma. Lo que sorprendió un poco al hombre.

—Trabajaba en una tienda —dijo ella y también bebió. Se sentía lindo pasar la tarde así—. Estoy terminando la carrera en finanzas.

—¿Y qué piensa hacer cuando las clases comiencen nuevamente? Este trabajo es de tiempo completo —le indicó él para ver que decía.

—Supongo que buscaré otro trabajo —dijo ella como si nada. Tenía salud, por lo que nada le impedía cambiar de trabajo llegado el momento.

A él le agradaba saber que ella o estaría mucho tiempo ahí para molestarlo. Nadia recogió las cosas una vez que él terminó de merendar.

—No fue tan malo comer algo, al final. ¿Verdad? —preguntó ella con algo de malicia. No podía evitarlo, era más fuerte que ella.

...

Cuando Nadia miró su reloj ya era tarde. Había aprovechado el tiempo libre para estudiar un poco. Ya casi se habían ido todos los empleados cuando volvió a entrar en la oficina de Ulises.

—Señor Ulises. Es hora de irnos —dijo Nadia asomando la cabeza por la puerta.

ÉL se desperezó y miró la hora. Tenía mucho trabajo atrasado por lo que se había concentrado tanto que no notó lo rápido que había pasado el tiempo.

—Disculpe señor Ulises. Estuve pensando y quiero que se despreocupe. Cuando la abuela regrese en unos días hablaré con ella y presentaré mi renuncia —dijo ella porque había notado cuanto le desagradaba que estuviera ahí. Y no se merecía estar en un lugar como ese, ni por la paga—. Tampoco me interesa ser su niñera.

—Tú no eres mi niñera —dijo molesto.

—¿No? Desde que llegué le recordé a qué hora comer, a qué hora le tocan sus pastillas e incluso a qué hora debe irse a casa —dijo pícaramente.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó él confundido por la felicidad de Nadia.

—Solo que está tan concentrado trabajando que se olvida de ocuparse de sí mismo —le dijo ella de manera arrogante. No podía evitar comportarse así frente a un hombre como Ulises—. Además, ni novia tiene...–dijo por lo bajo, pero sin querer se escuchó.

—¿De qué está tratando de hablar, señorita González? —preguntó él, ofuscado. Aunque no tuviera novia, él solía salir con mujeres de manera frecuente. Aunque tenía que reconocer que ninguna había sido tan irritante como Nadia.

—Nada señor. Ya es tarde —dijo ella avergonzada por el comentario fuera de lugar que le había hecho. Ella no era quién para meterse en su vida privada.

Ulises se levantó de la silla y se acercó a Nadia. Ella quedó entre la puerta y la pared, bastante incómoda. Él estaba bastante molesto al parecer. Él media un metro noventa y ella uno sesenta y cinco. Por lo que él bajó la cabeza para mirarla fijamente a los ojos.

—Señor Ulises —dijo ella, sintiéndose un poco intimidada por su mirada.

—¿Usted cree que yo no tengo novia? —preguntó él con una gran sonrisa, ya que podía notar cuanto la intimidaba.

—Olvídelo —dijo ella incómoda tratando de esquivarle la mirada.

—No lo haré. ¿A caso no se ha puesto a pensar en lo humillante que es para un hombre como yo tener que recibir indicaciones suyas? ¿Tiene idea de cuánto dinero perdió esta compañía cuando estuve enfermo? —le preguntó sin darle tregua. Ella negó con la cabeza —Diez millones por cada uno de esos cinco días.

Nadia se sorprendió al escuchar esa cifra.

—Si usted sigue aquí es porque no quiero que mi abuela se preocupe por mí. Así que le voy a pedir que a partir de ahora no olvide su lugar —dijo él acercando su boca al oído de la joven.

Si bien él lo había hecho para intimidarla, Nadia se había sentido incómodamente seducida por la situación. Salió rápidamente de la oficina con la sensación desesperante de querer beber agua porque se le había secado la boca. No solo la había avergonzado.

—Esto no es posible —dijo ella al sentir cómo su corazón latía.

—¿Nadia? —preguntó Ángel al verla en la cocina con el vaso de agua en la mano—. ¿Tienes fiebre?

Al parecer ella estaba sonrojada. Ella negó con la cabeza con algo de incomodidad.

—Voy al automóvil —dijo ella y salió rápidamente de ahí. Aunque la puerta de la oficina de Ulises se abrió y este salió. Ella esquivó a su jefe y bajó.

—¿Todo bien, señor Ulises? —preguntó Ángel al notar como este miraba a Nadia.

—Solo quería preguntarle algo a Nadia —dijo él avergonzado por su comportamiento. Él no era tan impulsivo y la había hecho sentir mal.

—Señor —dijo Ángel y ambos se miraron—. ¿Se da cuenta de que acaba de llamarla por su nombre?

—Vamos, estoy cansado —dijo sin responder a la pregunta de Ángel.

Autora: Osaku

Una niñera para el CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora