La fortaleza

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Capítulo setenta y uno

Nadia había salido de la empresa de su padre con la cabeza embotada. Nathaniel la había ido a buscar, ya que Nadia le quería mostrar su nuevo departamento tratando de mostrarse alegre.

—¿Qué piensas? —preguntó ella feliz de llegar a casa con su hermano.

—Lindo–dijo mientras entraba y se dio cuenta de que la cerradura de la puerta y las ventanas eran reforzadas.

—Lo sé, odio eso, pero pronto anunciarán que soy la hija del empresario más rico del país y...–dijo ella angustiada.

—¿Aún no lo sientes como tu padre? —preguntó Nathaniel y se acercó a ella. Sabía que pronto necesitaría un abrazo.

—Tú eres la única familia que tengo —dijo ella y se acercó a la ventana—. Ni siquiera me quiso conocer. Pero todo eso ya no importa. Debo cuidar de mi bebé y este departamento tiene toda la seguridad que necesitamos.

—¿Qué vas a hacer con tanto dinero? —preguntó Nathaniel.

—No o sé. La verdad es que desearía que no fuera tanto —dio ella con miedo.

—Vamos Nad ¿No te da ni un poco de alegría? —preguntó Nathaniel tratando de animarla.

—No. La guerra con los De la Renta acaba de comenzar y mi hijo todavía no ha nacido. Mis abogados recibieron una notificación por parte de Ulises. No puedo cometer ningún error o me quitará la custodia de mi hijo.

Ella hacía más de un mes que no sabía nada de él y lo extrañaba muchísimo, pero después de que le llegara esa notificación se dio cuenta de que él solo la había usado como una herramienta para obtener el dinero de su padre, lo que le dolía profundamente.

—Eso es mucha presión para ti —dijo Nathaniel al verla llorar.

—Sabes, tenías razón y no me di cuenta. En verdad Ulises me ocultaba cosas —dijo ella secándose las lágrimas y sonriendo con dolor. Ulises había atravesado su alma y la había despedazado.

—fui tan tonta que no pude darme cuenta. El amor es el peor de los males, te enceguece y no puedes ver lo que está frente a ti —dijo Nadia cuando de repente sonó el timbre y su hermano fue a atender.

Dionisio y Hermes habían ido a visitar a Nadia. Hermes le había llevado una canasta con frutas y Dionisio dos botellas de vino sin alcohol.

—Gracias por venir a ayudarnos a desempacar —dijo ella y fue directamente a darles un gran abrazo.

—Es un placer para nosotros —dijo Hermes con una gran sonrisa.

—Este lugar parece muy seguro —dijo Dionisio al ver las ventanas. Tenían barrotes como en una cárcel.

—Lo mismo le dije yo —dijo Nathaniel y saludó a los cuñados de Nadia.

—No nos conocemos. Soy Dionisio, un gusto —dijo este a Nathaniel.

Dionisio le estrechó la mano con fuerza. Aunque estaba sorprendido. Solo había un mes que Nadia se había separado de su hermano. ¿A caso estaba conociéndose con otro hombre?

—El placer es mío —dio Nathaniel presionando con la misma fuerza la mano de Dionisio—. Soy Nathaniel, el hermanastro de Nadia.

Las palabras de Nathaniel tranquilizaron un poco a Dionisio, que siguió su presentación.

—Yo soy el cuña...–dio y se detuvo.

—Puedes decir que eres mi cuando, Dionisio —dijo Nadia sonriendo mientras sacaba unas tazas que había comprado esa semana.

—Gracias, pequeña —dijo Dionisio, feliz de que Nadia lo siguiera viendo como alguien importante en su vida.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Hermes a Nadia mientras tomaba de sus manos las tazas. No quería que esta hiciera fuerza innecesaria.

—Cansada. Literalmente me duermo en cualquier lugar —dijo ella mientras le volvía a quitar las tazas a Hermes porque este no sabía dónde colocarlas.

—Sé que no debo preguntar esto, pero...–dijo Dionisio y Nadia lo cortó.

—No lo hagas —le aclaró ella. Necesitaba sentirse fuerte y si hablaba de Ulises delante de ellos no iba a poder evitar ponerse a llorar.

—Ulises está destrozado Nad —dio Hermes, aunque no quería hablar de su hermano, era necesario que ella lo supiera–Se peleó con la abuela y dejó la presidencia de la empresa.

—Si quieren estar aquí, saben cuál es la única regla —dijo ella sería.

—Lo sentimos, no lo volveremos a nombrar —dijo Dionisio al notar lo molesta que ella estaba.

A Hermes lo hacía feliz que por fin Nadia siguiera adelante. Su hermano había sido un maldito desde el principio. No había sabido tratar a Nadia como esta se merecía.

—¿Puedo tocarte? —le preguntó Hermes como si tratara de cambiar el tema mientras acercaba su mano a la pequeña barriga de Nadia.

—Claro —dio ella con una gran sonrisa. Ya tenía seis meses de embarazo. En pocos días se cumplía el contrato de un año de casados con Ulises. Por lo que sus abogados estaban preparando todo.

Ella disfrutó mucho de la compañía de sus amigos y su hermano ese día. Aunque todo era demasiado para ella, y más estando embarazada, pro lo que debió contratar una asistente para que sea su Ángel.

Cuando llegó la fecha estimada para firmar el divorcio, Nadia estaba con su hermano en una cafetería hablando sobre negocios. Ya había sido su presentación formal, por lo que los reporteros la seguían a todos lados.

—¿Hoy debes verlo? —preguntó Nathaniel al ver la cantidad de reporteros fuera del café y ella le dijo que si—. ¿Quieres que te acompañe?

—No, tú tienes mucho trabajo pendiente. No puedes seguir postergando tu carrera por mí. Además, estará mi abogada —dijo ella mientras le traían la cuenta del almuerzo.

—Está bien, llámame si necesitas algo, y no te pongas nerviosa —dijo Nathaniel y la abrazó.

—Basta de cuidarme tanto. Ya no soy una niña —dijo ella y él no le prestó atención. Para él era mucho más que eso.

Ella subió a su automóvil y fue al juzgado. Ahí también estaba lleno de reporteros. En la puerta estaba un hombre de traje, era Ulises. La estaba esperando para entrar.

—Hola, Ulises —dijo ella mientras los fotografiaban.

—Nad, te ves hermosa —dijo él al verla. Parecía una sirena, tan bella y deslumbrante como siempre. 

Una niñera para el CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora