Capítulo dos
—Gracias, querida mía. No sé cómo agradecértelo. Te prometo que te devolveré el dinero —dijo la anciana.
—No te hagas problema, por eso abuela —dijo Nadia con una gran sonrisa.
—Bueno. No te molesto más, ya que debes estar trabajando —dijo la anciana y Nadia recordó que se había escapado del trabajo.
Después de despedirse de la anciana volvió corriendo, pero ya era tarde. Fernanda había ido a llamar a la jefa de personal. Por lo que Nadia tuvo que soportar que le llamaran la atención e incluso que amenazaran con dejarla sin trabajo.
Aunque tenía muchas ganas de decirle que se podía meter su trabajo en el trasero, no lo hizo. Ya que, si necesitaba el trabajo, y mucho. Cuando las personas empezaban a irse, Nadia comenzó a guardar sus cosas, puesto que ese día tenía un examen final en la facultad. Sin embargo, Fernanda la detuvo.
—¿No te dijo la jefa que tienes que quedarte hasta después del cierre? —le preguntó de manera despectiva.
—¿A qué te refieres? Yo le avisé que tenía un examen —dijo ella molesta.
—Pues según tengo entendido tienes que quedarte porque estuviste tonteando con esa anciana y debes devolver las horas que te tomaste —dijo su compañera como si se sintiera victoriosa.
—No lo entiendo. ¿Habré estado diez minutos fuera y tengo que quedarme a hacer el balance? —preguntó confundida.
—Son las reglas. No las pongo yo —dijo y después de tomar su mochila se fue dejando a Nadia sola en el local.
Nadia trató de hacer lo antes posible las cuentas, pero, aun así, no llegó a su examen. Lo peor era que solo le faltaba ese examen y dos más para poder recibirse. Y el profesor con el que quería tomar el examen ya no tenía mesas libres ese año.
—Profesor, por favor se lo pido. Si alguien llega a faltar en la mesa de la semana que viene. ¿Podría rendir? Le aseguro que estudie. Pero no me dejaron salir antes del trabajo —trató de argumentar, pero, aun así, él no la escuchó.
—Sé todas las excusas existentes. Esa no es nueva para mí —dijo el hombre y cerró la puerta de su despacho.
Nadia se sentía muy angustiada. Al volver a su departamento la esperaba el hijo del casero. Seguramente querría el dinero que ella ya no tenía. Ella le recordó que tenía tiempo hasta el viernes para pagarle. Algo que sorprendió al hombre, ya que ella solía pagar el primer día de cobro.
—Sabes que puedo esperarte si me haces un favor, sabes. A veces me gusta que las chicas me ordeñen —dijo el despreciable hombre insinuándose.
—No te creas la gran cosa. ¿Sabe tu padre que tratas de cobrar los alquileres de esa forma? —dijo ella mientras abría la puerta de su departamento—. Si no quieres que le cuente aléjate de mí. Y espera hasta el viernes.
Nadia estaba furiosa. No solo por la insinuación que ese hombre le había hecho, sino porque esperaba poder pedir que le extendieran la fecha para pagar el alquiler. No esperaba tener que recurrir a su hermano mayor para solucionar este problema.
Al otro día, mientras iba en el bus al trabajo, se puso a pensar. Ella no era de pedir que le adelantaran parte del sueldo. Cosa que siempre hacia Fernanda. Tal vez si lo intentaba, su feje de turno podía darle la parte que le faltaba. Ya que no consideraba que fuera posible que la ancianita volviera. Aun así, trataba de tener fe. Sin embargo, pasó la semana sin ver a la anciana. Por lo que no le quedó alternativa que tratar de conseguir el adelanto.
—Disculpe que la moleste. Estaba reflexionando que tal vez podría hacerme el favor de darme un adelanto —dijo ella cuando los clientes ya se habían ido.
—¿Qué? ¿Adelanto? —preguntó la mujer como si se sorprendiera. Nadia sabía que era una persona resentida con la vida, por lo que entendía que tenía que rogarle para que le diera ese adelanto.
En otras circunstancias le habría dicho unas cuantas cosas, pero ahora no quería molestar a su hermano, ya que estaba trabajando muy lejos. Y si le pedía dinero sabía que este se preocuparía mucho por ella.
—Sí, aunque no pueda creerlo. Este mes necesito un adelanto —dijo Nadia tratando de conservar la calma.
—Déjame pensarlo y cuando termine el día te aviso —dijo siendo que quedaba muy poco para eso.
Llegado el horario de salida, su jefa le preguntó si Nadia podía quedarse a hacer el turno de la tarde y esta dijo que sí. Aunque no quería quedarse, esperaba que por lo menos le dieran el adelanto que tanto necesitaba. Cuando su turno terminó le preguntó si había podido ver lo de su adelanto. Y esta le dijo que Fernanda también había pedido adelanto y no podía dárselo a las dos. La mujer la había engañado para que Nadia tomara el horario extra.
Cuando estaba por decirle algo, una mujer con un saco muy elegante entró en la tienda. Nadia la reconoció, era la abuelita.
—Hola —le dijo de manera amable la anciana.
—Llamaré a seguridad. Seguro esta anciana robó ese saco a alguno de los clientes de las tiendas —dijo la jefa de Nadia y trató de empujar a la anciana fuera del local.
—¿Cómo puedes ser tan descortés con una persona mayor? —preguntó Nadia indignada.
Tal vez alguien le había regalado el abrigo. O era herencia de algún pariente. Y esa mujer solo buscaba hacerla sentir mal.
—¿Te atreves a levantarme el tono de voz? —preguntó la mujer enfurecida con la empleada.
—Escuche lo que tengo para decirle. Si vuelve a empujar a esta pobre anciana yo seré quien llame a la policía —le advirtió Nadia, estaba furiosa.
—Eres una desagradecida. Vete de aquí. Estás despedida —dijo la mujer envuelta en cólera.
—Me iré con gusto. Estoy cansada de trabajar en un lugar donde no hacen más que tratar mal a las personas —dijo Nadia y salió junto a la anciana.
Una vez que se alejaron, Nadia comenzó a angustiarse. Había sido demasiado impulsiva.
Autora: Osaku
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Una niñera para el CEO
RomansaNuestra protagonista se ve envuelta en problemas tras ayudar a una anciana. Consigue trabajo cuidando a su nieto, quien resulta ser más grande de lo que esperaba. El amor prohibido la lleva a experimentar situaciones dolorosas, terminando en una en...