Un tiempo para mí

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Capítulo once

Nadia se tomó unos días para poner su departamento en orden antes de volver. Esa mañana, al primero que se encontró fue a Ángel.

—¿A caso en dos días creciste diez centímetros? —le preguntó ella apenas lo vio.

—Es muy graciosa señorita González —dijo Ángel, feliz de volverla a ver.

—Ángel, sabes bien como debes decirme —dijo ella como si estuviera molesta, pero jugando.

—Lo siento mucho, Nadia —él se avergonzó.

—Así me gusta más. Ahora, ¿Dónde está el señor malhumorado? —preguntó ella.

—El señor salió con unos amigos —dijo Ángel entre risas. Le parecía muy gracioso como Nadia había bautizado a Ulises.

—¿A caso ese hombre tiene amigos? —preguntó sorprendida.

—No seas mala. Por la hora que es creo que volverá pronto. ¿Quieres que le avise que estás aquí? —preguntó él.

—No, mejor deja que se lleve la sorpresa. Vamos a ver qué tal le cae la noticia —dijo ella mientras revisaba su móvil.

Nadia había sido un poco dura al despedirse de Ulises. Aun así, él había sido muy cortes mandándole la ropa que había comprado para ella durante el tiempo que estuvo trabajando y que ni siquiera ella había usado.

En ese momento se escucharon los pasos tras la puerta. Era el esplendoroso Ulises conectado a su teléfono móvil como siempre.

—Ángel, estoy un poco atrasado por lo que no cenaré esta noche —dijo al entrar en su oficina sin mirar siquiera.

—Me voy unos días y ya se está saltando las comidas? —preguntó Nadia a modo de regaño, pero con una sonrisa en su rostro.

—¡Nadia! —dijo Ulises sorprendido—. Es decir, señorita González. Pensé que ya no tendría el gusto de verla por aquí.

Mientras que Ulises se acercaba a su escritorio, ella se ponía de pie para ir tras él.

—Aquí está su medicación, señor Ulises —dijo ella pasándole la pastilla y el vaso con agua.

Él los tomó y sin intención acarició la mano de Nadia. La sentía muy suave y tibia.

—Me gusta saber que le agrada que volviera —dijo ella apartando su mano. No tenía ganas de discutir con él.

—¿Qué la hizo cambiar de opinión? —preguntó él con curiosidad.

—La abuela. ¿Quién más? —dijo ella con una hermosa sonrisa.

—Entonces ahora no va a poder negarse a aceptar mi invitación a cenar —dijo él con insistencia tratando de recordarle su última conversación juntos.

—Señor Ulises, tiene un montón de chicas cerca que darían lo que fuera por cenar con usted —le recordó ella.

—Me alegra que usted también note que soy un hombre solicitado —dijo él de manera arrogante.

—Ya que estamos de acuerdo. ¿Por qué no hace una cita con alguna de ellas y listo? —preguntó Nadia.

—Pese a que tiene razón en eso. Solo estoy tratando de tener la misma oportunidad con usted que la que tuvo Ángel. Puesto que después de ese día usted empezó a defenderlo. Quizás si pasa algo de tiempo conmigo deje de tratarme de manera tan ruda en todo momento —dijo él a modo de justificación.

—Bien. Pero ya que quiere la misma oportunidad que Ángel apurémonos. Solo podemos estar fuera hasta las doce de la noche —dijo ella y tomó su abrigo.

—¿Por qué el límite de tiempo? —preguntó él confundido. ¿A caso se había convertido en cenicienta?

—Porque ese es el tiempo que le dio ese día a Ángel —le recordó ella.

—¿Piensa castigarme eternamente por eso? —preguntó él algo incómodo.

—Eternamente no, pero sí —dijo ella con una gran sonrisa.

Ellos salieron de la empresa. Esta vez él fue quien conducía el automóvil.

—No sabía que usted supiera manejar —dijo Nadia molestándolo.

—Trato de hacer rendir mi tiempo, por lo que prefiero dejarles ese trabajo a otros —dijo y se acercó a ella.

Nadia supuso que iba a tratar de besarla, por lo que se puso incómoda. Él le puso el cinturón de seguridad sin prestar demasiada atención.

—Bien, ahora dígame a donde vamos —dijo él al prender el motor del automóvil.

Ella le indicó el camino y durante el viaje estuvo atenta a él. No podía dejar de mirar las caras que hacía mientras conducía. A veces era muy tierno.

—Llegamos —dijo él y bajó del vehículo para luego abrirle la puerta a Nadia y esperar a que ella bajara.

—Gracias —dijo ella sorprendida.

Caminaron un poco por la ribera hasta que él se detuvo.

—¿Esto hicieron con Ángel? —preguntó aburrido.

—En realidad con él fuimos a un festival que había —dijo Nadia, se sentía divertida por las reacciones de Ulises.

Se notaba que era como un niño. Hablar con la señora De la Renta había hecho que se diera cuenta de que Ulises solo era un niño en el cuerpo de un adulto.

—¿Y por qué no vamos al mismo festival? —preguntó él desconforme.

—Porque ya no está —dijo ella pensando que eso era obvio.

—Eso no es justo. Hagamos un festival y volvamos ese día —indicó él como si estuviera suponiendo cuanto tiempo le llevaría organizar todo.

—¿Cómo se le ocurre? No vamos a hacer un festival solo para nosotros dos —dijo ella molesta.

—¿Qué? Si quisiera podría hacerlo —dijo él con la idea aún en su cabeza.

—Esto no se trata de lo que usted puede hacer con su dinero, señor Ulises —dijo ella tratando de conservar la calma—. Hay cosas que son imposibles de repetir. Nosotros debemos buscar la manera de pasarla bien haciendo algo único entre los dos.

—Eso es aburrido —habló el niño interior de Ulises.

—Si prefiere podemos volver a su casa —dijo ella sintiendo que le estaba por empezar a doler la cabeza por discutir con ese hombre.

—No. Usted me dijo que teníamos tiempo hasta las doce y aún me queda una hora y media —le replicó él.

—Mire. Están vendiendo lámparas. Son muy lindas —dijo Nadia tratando de animarlo.

—Pero las luces son aburridas —dijo él como si siguiera siendo un niño pequeño.

—Deje de quejarse, señor malhumorado —dijo Nadia sin darse cuenta.

—Hasta que lo dijiste en frente mío —le dijo como si fuera un detective.

—¿Sabía que lo apodaba así? —preguntó ella sorprendida.

—Te escuché una vez que hablabas con Ángel —le recriminó, como si estuviera ofendido.

—Bueno. Es mejor que lo sepa. Así cambia la actitud —dijo ella con una pequeña sonrisa.

—Eres una descarada —le dijo y ella compró las lámparas mientras sonreía.

—Y usted es un joven anciano —dijo y le sacó la lengua.

Autora: Osaku 

Una niñera para el CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora