Un maldito suegro

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Capítulo cincuenta y cuatro

Al abrir vio a Hermes, su cuñado y al señor De la Renta, su suegro. ¿Qué hacían un domingo por la tarde en su casa? No le quedó otra opción que permitirles entrar. La presencia de ese hombre le desagrada casi tanto como la de su padrastro.

—Buenas tardes —dijo Nadia y el hombre se adentró en su hogar.

—¿A qué clase de lugar trajiste a mi hijo? —dijo el hombre despectivamente.

Miró por todos lados y después de inspeccionar con cara asco miró a Nadia en desaprobación.

—Esta no puede ser la casa de tu hermano —dijo el hombre de manera pedante a su hijo Hermes.

—Padre, por favor. No seas irrespetuoso —dijo Hermes avergonzado con Nadia por la actitud de su padre.

—Viene solo a criticar? —le preguntó despectivamente Nadia a su suegro.

—¿No te da vergüenza que mi hijo te tenga viviendo en un sitio así? —preguntó el hombre a Nadia.

—De hecho, ya que lo pregunta, me encanta. Creo que es muy grande para nosotros dos solos. Pero supongo que unos cuantos hijos lo solucionaran —dijo ella disfrutando la cara del hombre mientras lo decía. Le gustaba poder molestar a su suegro.

—¿Piensas criar hijos en esta pocilga? —preguntó el hombre contraatacando.

—De hecho, considero que no importa tanto donde se críen los niños mientras uno sea responsable de ellos y los eduque con amor y respeto. No pienso que sea algo que compartamos. Ahora, ¿me va a decir que lo trajo a mi hogar? Si no ya sabe dónde está la puerta —dijo ella un poco más hostil.

—Niña, vengo porque te tengo lástima —dijo de manera arrogante—. Intercepté estas fotografías antes de que salieran a la luz. Supongo que algo de aprecio te tengo.

Ese hombre no podía ser más arrogante. Ahora sabia de donde Ulises había sacado ese exceso de confianza.

—¿Qué fotografías, padre? —preguntó Hermes molesto—. Me dijiste que querías conocer el lugar donde vivía Ulises. En ningún momento mencionaste nada sobre unas fotos.

Hermes había imaginado que su padre vendría con segundas intenciones, pero creyó que Ulises estaría para ayudar a Nadia. No sabía que ella estaría sola.

—Si te lo decía no me ibas a traer–dijo el hombre y se sentó en el sillón.

Mientras Hermes le pedía disculpas a Nadia por ir sin avisarle.

—No te hagas problema. Escucharé a tu padre para que pronto se pueda ir —dijo con una sonrisa forzada —. Dígame, señor —le dijo a su suegro con la poca paciencia que le quedaba.

—No necesito hablar. Aquí están las pruebas, niña —el padre de Ulises tiró sobre la mesa del centro un sobre con fotografías.

Nadia se sentó, pero primero a cómo su albornoz, ya que no quería dejar piel al descubierto delante de esa desagradable persona. Ella le siguió el juego y miró las fotografías de manera inexpresiva.

—¿Cuál sería el problema con estas fotos? —preguntó ella de manera sarcástica.

—¿Qué? ¿A caso no tienes dignidad? —dijo molestándola.

—Si vino aquí a hablar mal de su hijo, no lo va a conseguir. Confío en Ulises —dijo ella tratando de conservar la calma.

Hermes agarró un par de fotografías que estaban sobre la mesa. En ellas aparecía su hermano coqueteando con dos mujeres muy hermosas en una fiesta en un local nocturno. Al lado de él se veían varios empresarios.

—Así que es verdad. Estas con mi hijo solo por su dinero–dijo el hombre tratando de sacar de quicio a Nadia.

—Señor, con todo respeto. Si me interesara el dinero en la manera en la que usted me está acusando lo estaría gastando por ahí. Por el contrario, me encuentro trabajando en la empresa para ayudar a generar mucho más que probablemente usted gaste en amantes. Así que no se crea con derecho a hablar de mí sin conocerme —dijo ella de manera severa, pero luego respiró profundo y sonrió como siempre—. Solo considero que estas fotos son viejas.

Después de decir eso, Nadia se cruzó de brazos. Ya había contraatacado y había disparado un par de balas. Hermes volvió a verlas, pero no pudo notar nada que mostrara eso.

—¿Cómo estás tan segura? —preguntó el hombre conteniendo su furia.

—Porque Ulises no lleva el anillo de bodas —dijo ella.

—¿No sabes que puede quitárselo? ¿Tan tonta eres? —preguntó el hombre entre risas.

—El de oro sí. Pero no puede quitarse el tatuaje que tiene debajo —dijo ella con una sonrisa victoriosa.

Hermes y su padre parecían confundidos.

—Cuando nos casamos Ulises se hizo un tatuaje en su dedo. Y en estas fotos no aparece. Así que le agradezco su preocupación y su visita, no obstante estoy cansada. Mañana debo ir a la empresa a trabajar para generar dinero para usted y sus hijos, así que si no le molesta —le dijo Nadia señalándole la puerta.

—¿Dónde está mi hijo? —preguntó el hombre. No solo estaba rabioso, sino que la frustración que cargaba no tenía medida.

—Está ocupado. Si quiere una cita con él, pídasela a su secretaria —dijo ella con una sonrisa victoriosa.

El suegro de Nadia se fue sin siquiera despedirse. En cambio, Hermes se quedó para pedirle disculpas a Nadia.

—Nadia, lo siento tanto. Debí imaginarme que mi padre solo vendría a tratar de molestarte —dijo resignado—. En verdad disculpa mi torpeza.

—No te preocupes. Ya demasiado es que me advirtieras como es tu familia —dijo ella sonriendo.

—Supongo... —dijo y se quedó mirando la mano de Nadia.

—¿Qué te ocurre? —preguntó ella.

—Ulises les tiene terror a las agujas. ¿Cuándo se hizo ese tatuaje? —preguntó Hermes con curiosidad.

—Él no tiene ningún tatuaje —dijo ella con una sonrisa pícara.

—Pero... Tú le dijiste a mi padre... —dijo Hermes confundido.

—Le dije eso para que dejara de molestarme —aclaró ella mientras ponía las fotos dentro del sobre.

—Entonces Ulises... —dijo él preocupado.

—No lo sé. Hablaré con él cuando vuelva —dijo ella un poco triste—. Sin embargo, de lo que si estoy segura es que puso no haber tenido un tatuaje entonces. Pero si descubro que se saca el anillo tendrá que tatuarse uno —dijo con una mirada perturbadora. 

Autora: Osaku 

Una niñera para el CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora