CAPITULO 39 CELEBRACIÓN INESPERADA.

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Valerie Ghill.

Me sequé y vestí apresurada haciendo a un lado mis pensamientos, salí casi corriendo de la habitación, preguntándome ¿Cómo haría Ashley? Sonreí, pensando que la juventud es gloriosa.

─ ¿ Y si de verdad Samuel, me estaba engañando con una mujer mucho más joven que yo? ─ Pensé con nerviosismo.

─ ¡Dios mío¡ debía despejar mi mente o me volvería loca, ─ pensé apresurando me y saliendo corriendo de mi casa.

Llegué al colegio de mi hijo, ya solo faltaban tres niños, porque los buscaran.

─ Mamá ¿Por qué llegas tan tarde? ─ Preguntó mi hijo, subiendo al automóvil.

─ Lo siento, tesoro. Me he quedado dormida, tú primita sigue malita con sus cólicos y tú tía Abigail y yo, pasamos la noche en vela tratando de calmarla, ─ le dije

─ ¿Por qué nació con ese problema? ─ Preguntó mi hijo, con un tono de voz un poco preocupada.

─ En realidad no es tan grave tesoro, le sucede a casi todos los bebés, en las primeras semanas de nacimiento. Ellos no están acostumbrados a una alimentación directa, antes lo hacían por medio de su madre en el vientre de ella, es solo cuestión de adaptación, ─ le dije tratando de darle una explicación de una forma entendible para él.

─ Eso parece un poco complicado, ─ susurró observando por la ventanilla del vehículo, mientras yo iba conduciendo.

─ ¿Esta noche volverás a casa del tío Jordan? ─ Preguntó un poco frustrado.

─ Creo que durante dos semanas lo haré, ─ le respondí, haciéndolo bufar.

─ Papá, se complica un poco por las mañanas si tú no estás, ─ informó observándome.

─ Si deseas te puedes ir conmigo, ─ le propuse.

─ Mamá, eso sería levantarme más temprano, ─ mencionó tomando el control, para abrir el garaje de la casa, sonreí entendiendo la frustración de mi hijo y la de Samuel, intentando levantarlo.

─ Huele rico, ─ mencionó Sebastián, con una sonrisa.

A mi hijo, le encantaba la comida de Maigualida, ambos nos dispusimos a llegar a la cocina.

─ Buenas tardes, Maigualida. ─ Señaló mi hijo sonriente, mientras nos dirigíamos al lavaplatos y nos lavábamos las manos.

─ Siéntate, ─ le pedí a Sebastián, mientras ayudaba a Maigualida, a servir los platos del almuerzo en la isla de la cocina.

Aquí solo utilizábamos el comedor, cuando teníamos visitas, que eran muy seguidas, en su mayoría en almuerzos y cenas familiares. Escuchamos la puerta del garaje abrirse, seguramente Samuel, había llegado y a buena hora por lo que veo.

─ Buenas tardes, ─ saludó unos minutos después Samuel, apenas llegó a la cocina, besando a nuestro hijo, en su cabeza y acercándose hasta mí, besando mis labios, no antes de haber correspondido a sus buenas tardes.

─ ¿Vas almorzar? ─ Le pregunté a mi esposo, ya que muchas veces lo hacía en el hospital.

─ Sí, ─ respondió sonriendo y acomodándose al lado de nuestro hijo.

Maigualida, culminó de servir mientras yo, sacaba la ensalada y el jugo de la nevera. También busqué el pan, acomodándolo en una canasta. A Samuel, le fascinaba acompañar la pasta con el pan.

─ Llegaste temprano, ─ le dije a mi esposo, ya que pensé que hoy llegaría mucho más tarde.

─ Así como tú hiciste arreglos, para cerrar la agencia de festejos por quince días, para ayudar a mí hermana; yo hice arreglos para llegar más temprano estos días, ─ mencionó sonriendo y estos eran los momentos que me indicaban que era yo, la paranoica mal pensada.

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