Al día siguiente, una rubia despertó por los rayos de luz que entraban a la habitación y cuando lo hizo sintió dolor en casi todo su cuerpo; Su espalda, caderas y hasta su entrepierna dolían, recordándole todo lo sucedido la noche anterior. Todos los besos, los toques, gemidos... Definitivamente había sido probablemente la noche más erótica y caliente de sus vidas.
Después Betty se dió cuenta de que Jughead no estaba en la cama a su lado hasta que él apareció frente a ella, sin camisa, solo con unos jeans azules y con el cabello aún húmedo. Por lo visto, había salido no hace mucho del baño.
—Buenos días mi amor— Dijo Jughead, besando su frente para después ir a la maleta y sacar una camiseta roja de ahí. —¿Cómo amaneciste?—
Betty se sentó sobre la cama e hizo una mueca. —Me duele tanto todo el cuerpo... Estoy destruída—
Jughead suspiró, terminando de ponerse la camiseta para acercarse a su esposa y dejar otro beso en su frente. —Mi vida... Perdón, me emocioné. Es que me encantas tanto que me vuelvo loco y pierdo el control—
—Eres un animal— Se quejó la ojiverde, mirándolo. —Pero aún así te amo. ¿Me pasas mi bata?—
—Pero te ves mejor desnuda— Respondió Jughead.
—Jughead...— Lo llamó ella en advertencia. —Acabaste conmigo anoche. Mejor evito calentarte mucho. Ahora dame mi bata—
—Pero no me hables así— Se quejó Jughead, levantando la bata del piso y tendiéndosela a su esposa con un puchero.
Betty tomó aquella bata y se puso de pie para colocarsela y luego se acercó con una sonrisa de superioridad. —Sabes que te amo... ¿Verdad?—
—Entonces apúrate para que bajes a desayunar conmigo y así salimos a caminar— Pidió Jughead.
—Dame quince minutos guapo— Pidió Betty, sonriéndole para entonces retirarse al baño.
Jughead se sentó sobre un sofá de la habitación a usar su celular mientras Betty salía del baño. En exactamente quince minutos, Betty salió del baño y fue a abrir su maleta, la cuál estaba dentro de un armario de madera. Betty sacó de ahí un pantalón deportivo rosa suave y una camiseta ancha blanca con una mariposa en el centro. Se soltó el cabello, ya que estaba húmedo por el agua de la ducha.
Ella se aplicó un poco de brillo labial para avivar el color natural de sus labios y cuando se giró a mirar a su esposo él tenía su mirada clavada a ella.
—Estoy lista, bajemos a...
El la interrumpió con un beso inesperado y también profundo, tomando su rostro entre sus manos, pero no fue un beso agresivo. Fue lento y cariñoso.
Al separarse, se miraron con una sonrisa, uno acariciando el rostro del otro.
—¿Y eso por qué fue?— Preguntó Betty, con una sonrisa de tonta enamorada.
Jughead sonrió y dejó un beso corto en sus labios. —Porque eres mi esposa, porque te amo y porque estás linda— Contestó.
—Te amo mi Juggie precioso— Respondió Betty, dejando muchos besos en todo su rostro. —Pero tengo hambre—
—Bajemos a desayunar mi reina— Dijo el ojiazul, tomando su mano.
Bajaron del piso en el que estaba su habitación y fueron al restaurante del hotel, en dónde se sentaron en una mesa para dos mientras desayunaban croque-monsieur con capuchino.
—¿Y qué vamos a hacer cuando salgamos de aquí, Juggie?— Preguntó Betty con interés mientras tomaba su capuchino.
Jughead aclaró su garganta y la miró. —Ademas de la torre Eiffel hay muchos museos, está la Catedral de Notre Dame, el Arco del Triunfo y el Jardín de las Tullerías. ¿Tu a dónde quieres ir?—
—A todos— Contestó ansiosa Betty.
—Pero mi amor... Estamos en nuestra Luna de Miel y tenemos una semana para todo eso— Le recordó Jughead, divertido.
—Lo se, pero tenemos todo el día para pasear y recorrer París. Además... ¿Qué vamos a estar haciendo todo el día en el hotel?— Preguntó.
—¿Tener mucho sexo?— Contestó el ojiazul.
—¡Jug!— Lo regañó Betty, golpeándole el hombro.
—Pero no me golpees— Se quejó el pelinegro, divertido.
Betty rodó los ojos y se puso de pie. —Voy a pagar la cuenta y nos vamos—
Ambos salieron del hotel e iban caminando por las hermosas y pintorescas calles de París, pero Betty iba mucho más lento que Jughead.
—Preciosa...— La llamó Jughead, acercándose y tomando su mano. —¿Qué tienes? ¿Por qué caminas así mi amor?—
Betty lo miró mal. —No lo sé, pregúntale a tu pene—
Jughead soltó una risa, pero esa risa se fue cuando la notó realmente adolorida. —Rayos... Parece que de verdad te lastimé un poco—
—Si seguimos follando así vamos a terminar matándonos— Admitió Betty, abrazándose a su esposo.
Jughead la abrazó y besó su cabeza. —Tienes razón mi amor, seré más delicado, no quiero lastimarte. ¿Quieres que te cargue?—
Betty asintió, emocionada como niña pequeña y Jughead la subió a su espalda para llegar con ella hasta la torre Eiffel, en dónde ella le pidió a él que la bajara.
—Juggie...— Lo llamó Betty, acercándose.
—¿Si, preciosa?— Preguntó Jughead, acariciando su mejilla.
—¿Me compras un helado?— Pidió ella, poniéndole ojitos.
Jughead sonrió y besó su frente. —Claro mi amor. ¿Dónde hay helado?—
Betty le mostró al amable señor que estaba vendiendo helado cerca de la torre Eiffel y le compró uno de fresa con crema de chocolate. Mientras Betty se comía el helado sentada sobre un banco, Jughead le sacó una foto con su celular y ella se dió cuenta.
—Jug...— Lo llamó Betty, mirándolo mal. —¿Qué estás haciendo?—
Jughead se sentó a su lado y dejó un beso en su mejilla. —Estaba tomándote una foto, te ves tan tierna que me recordaste a nuestra princesa—
Betty sonrió ante el recuerdo de su hija. —Si... Hay que llamar a nuestros niños más tarde— Lo miró. —¿No quieres helado?—
—Por alguna razón no compré para mí, amor— Se negó.
—Come helado por favor— Pidió Betty, acercándole el helado y pegándoselo en la nariz. —Ups...
—Vas a pagar eso— Advirtió Jughead, poniéndose de pie.
Betty soltó un grito y salió corriendo cuando Jughead corría detrás de ella y se persiguieron por todo ese espacio como niños pequeños, a pesar de que a la rubia le dolía el cuerpo. Estaba siendo una Luna de Miel inolvidable.
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