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Diego ya estaba fuera de la secundaria y el auto de sus padres ya estaba enfrente, pero Lili aún no salía del edificio.

—Hijo... ¿No sabes qué es lo que está haciendo tu hermana ahí adentro?— Le preguntó Jughead al chico desde adentro del auto, impaciente.

Diego se encogió de hombros. —Se le quedó su libro de matemáticas en el aula. Ya la conocen—

—No lo sé, mejor ve a buscarla hijo. ¿Le habrá pasado algo?— Preguntó Betty, preocupada desde el asiento del copiloto.

—¡Ahí viene!— Avisó Samantha desde los asientos traseros.

Lili iba acercándose al auto de sus padres, pero se veía distinta. Estaba algo sonrojada y traía una expresión un tanto... Diferente, neutra.

—Mamá ya me estaba diciendo que te fuera a buscar— Admitió Diego, abriendo la puerta de los asientos traseros del auto. —Adentro, ya nos vamos—

—Perdón, yo... No encontraba mi libro— Mintió la rubia menor, entrando al auto.

—Pero no nos des ese susto mi amor— Pidió Betty.

Jughead miró a su hija por el espejo retrovisor y alzó una ceja. —Lili... ¿Te encuentras bien? Estás... Estás algo roja—

—Yo... Yo estoy bien, estoy perfecta— Aseguró la menor, con una pequeña sonrisa, bajando la mirada.

—¿Conociste un chico lindo hoy?— Le preguntó Samantha a su hermana.

Lili la miró mal y se sonrojó aún más. —Claro que no—

—Samantha— La llamó Jughead en advertencia, conduciendo. —¿Qué cosas son esas? Tu y tu hermana son unas niñas—

—Si eso pasa, me voy a dar cuenta— Aseguró Diego, mirando a sus hermanas. —A ustedes dos las voy a estar vigilando—

—Ya déjenlas— Pidió Betty, divertida.

—No las vamos a dejar, son niñas aún, no pueden enamorarse por favor— Se quejó Jughead, aún conduciendo.

En el camino Betty y su hija Samantha se estaban divirtiendo con la molestia de Jughead siempre que le mencionaban el tema de que sus hijas iban a tener novio algún día. Lili aún pensaba en eso tan mágico que le pasó hoy y Diego pensaba en miles de maneras para torturar a sus futuros cuñados.

Las cosas no habían cambiado mucho, aún eran una familia unida y llena de amor.

Aún...

Al llegar a casa, cada quien fue a lo suyo. Lili subió a su habitación y no volvió a bajar, Betty estaba en la cocina con su hija más chica y Diego discutía con su padre en la sala.

—Pero no es justo papá, ya no soy un niño— Le recordó Diego a su padre. —¿Para qué me enseñaste a conducir si no me dejas tocar ningún auto?—

Jughead suspiró, mirando a su hijo, serio. —Diego, ya te expliqué que para sacar una licencia debes tener al menos quince años y unos seis meses. No puedo darte el auto, me traería problemas—

—Pero papá...

—Pero nada— Lo interrumpió Jughead, firme. —No voy a arriesgarme a tener a la policía encima por un capricho tuyo. Es mi última palabra—

—Hola, mis hombres— Los saludó Betty, acercándose a besar la mejilla de ambos pelinegros. —¿Qué ocurre?—

Diego suspiró, mirando a su padre. —Mamá... Dile que ya estoy grande como para que vallan por mi a la secundaria. Puedo conducir yo—

Mi Otra Mitad "Bughead"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora