90: Ventana.
Cuando desperté esa mañana, mirar el techo blanco y aburrido no fue de ninguna ayuda para deshacerme de los residuos que dejó la pesadilla más reciente y vívida que me vio forzada a volver a la realidad con un grito, sin descanso, para arrojarme a algo mucho real y tangible. Peor. En una semana terrible, injusta e infame en; quizás, el que se llevaba la corona como el peor día de toda mi vida (¿y saben lo mejor? ¡Se pondría peor y peor!).
Pero a pesar de que la culpa y mi cerebro deberían castigarme con insomnio, de alguna forma enfermiza y humana, me las arreglé para dormir como un tronco, lo cual era un suceso sorprendente, considerando todo. Me desplomé sobre la cama después de que papá me obligó a cenar «¿O acaso pretendes morir de inanición, Kayla?», en sus propias palabras no las mías. Tal vez hubiera sido… mejor.
Cuando insinué que no había sido una noche de sueño placentera, no fue solo por decir algo: hablaba muy en serio. Imágenes de mis amigas y de mí misma, sumergidas en un tanque de agua dentro de un cristal, mientras flotábamos con unos ojos sin vida, siendo observadas por personas que no moverían un dedo para ayudarnos, se repetían una y otra vez y otra vez... ¡No, no, no, suficiente!
Me apresuré a quitar las sábanas que cubrían mi cuerpo y me moví con la misma energía con la que lo haría un zombi que aún conservaba intacto el deseo por saborear algo vivo; por ejemplo, la necesidad de respirar aire fresco, mover las piernas, dejar que la sangre fluya, correr por la playa y deshacerse de la sensación de claustrofobia que comenzaba a provocar en mí el aislamiento.
Pero no podía ser tan fácil.
Cuando jalé la puerta hacia mí y esta no se movió, experimenté una sensación de deja vú, pues esta escena se parecía a la que había vivido ayer cuando mi padre me encerró y esa mujer (esa bruja con los ojos demasiado juntos) entró en escena. De ahí en adelante todo empeoró. Pensar en ella hizo que mi sangre hirviera.
¡Demonios, demonios, demonios!
¡Era una prisionera en mi propia casa, otra vez!
Pasaron segundos, a los que les siguieron minutos y estos a su vez se convirtieron en horas, en meses, en años; quizás décadas y aunque tal vez exageraba, lo cierto era que no tenía forma de comprobar si estaba en lo cierto o no, porque no tenía mi teléfono conmigo.
Me sentí como si me hubiesen puesto en un tiempo fuera. Mi padre levantó el control remoto y pausó la cinta de video, Emma me congeló a mí en lugar de a Miriam, la luna me dejó muy quieta en mi sitio y todo ocurrió muy rápido y en contra de mi voluntad. Era tan útil como mis poderes.
Justo cuando la idea de salir por la ventana no me pareció tan descabellada después de todo, mis oídos detectaron algo; la presencia de alguien más en la casa, en la forma de pasos, en el suave tintineo de unas llaves y por último, pero no menos importante, la cerradura de la puerta produciendo su característico clac.
Jamás fui tan feliz por ver una puerta ser abierta, como lo hacía ahora, pero ni siquiera eso era suficiente. Era incapaz de regodearme, no cuando todo seguía siendo tan irreal, aterrador e incorrecto.
A partir de este punto, mi día ni siquiera estaba mejorando, al contrario.
—Buenos días. —cuando papá se asomó por dicho puente a mi libertad, mi primera reacción fue fulminarlo con la mirada.
—¿Cuánto tiempo más tengo que quedarme aquí? —pregunté, mientras me ponía de pie. Cuando se adentró a mi habitación, noté que lo hacía acompañado de una bandeja de comida. Si las circunstancias hubiesen sido otras, habría babeado por las tostadas y el jugo y no hubiera temido abalanzarme sobre ellas; sin embargo, toda mi atención volaba hacia la puerta entreabierta y, casi sin darme cuenta de lo que hacía, me puse de pie. Se sintió bien saber que ya no estaba encerrada al menos no, de momento y siempre y cuando la puerta permaneciera abierta. Cuando fuimos puestas en cuarentena en la casa de la familia Gilbert, los adultos no tenían la menor idea de lo que éramos y la situación era muy diferente a como lo es ahora, pero el aislamiento al que fuimos sometidas dejó una huella similar, aunque insignificante en comparación a la escala actual—. No me gusta estar encerrada, lo odio —refunfuñé, cuando papá alcanzó mi brazo, reteniéndome en mi lugar—. Quiero salir —le espeté, intentando zafarme—. ¡Suéltame, papá, me estás lastimando!
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H2O, sirenas del mar; La Otra Sirena
FanfictionH2O, Sirenas Del Mar: La Otra Sirena... Kayla es una chica de 15 años que vive su día en las soleadas playas de Costa Dorada junto a sus mejores amigas Emma y Cleo... a diferencia de Emma que es sensata y responsable y de Cleo que es más bien ingen...