De Tortugas y Negaciones.

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El timbre de salida resonó por todo el instituto y me vi empujada por la manada de estudiantes que venían hacia mí, tal cual bólidos. Era todo un grupo de chicos que, al contrario que yo, estaban apresurados por entrar, como si su vida dependiera de ello.

Intenté abrirme paso, pero casi que no había espacio y me era imposible moverme. Esto era como estar siendo golpeada por las olas... siendo arrastrada por la corriente.

Resoplé y comencé a empujar al primer chico que tenía enfrente pero parecía roca solida; inamovible y pesada. Bufé sintiéndome frustrada y molesta de encontrarme en esta situación y fue en ese momento que sentí un jalón en mi muñeca. Y de un momento a otro, ya no me sentía como en una lata de sardinas.

— ¿Estás bien? —Pestañeé un par de veces, un tanto aturdida— ¿Qué hay de nuevo?

—Hey, bien. Gracias por sacarme de allí. —agradecí, mientras acomodaba mi mochila sobre mi hombro.

—No te preocupes. —se encogió de hombros.

Miré alrededor; el timbre continuaba sonando y los chicos iban de allá para acá.

—Sabes, es una lástima que ya no surfees —comentó Nic, en tono casual.

— ¿Tú crees? Aunque no lo veo de esa manera —dije, y no pude evitar que se me escapara una risita nerviosa—. Solo era un pasatiempo, nada más. —me encogí de hombros, restándole importancia.

—Y sé que no quieres contarme. —asintió y lo miré.

—No es eso —me apresuré a decir—, es solo que es un tema... personal.

—Comprendo —sonrió—, pero lo estuve pensando. Es algo que no puedo evitar, así que me disculpo de antemano. —comentó, haciendo un gesto que me causó intriga.

— ¿Qué estuviste pensando? —quise saber.

—Estuve pensando la razón porque ya no puedes surfear. —dijo al fin, entrecerrando los ojos.

— ¿Ah, sí? —ojeé hacia los lados y ya que no había tráfico estudiantil, ambos salimos de ese rincón.

— ¡Y ya lo sé! —Exclamó y lo miré bien—. No puedes mojarte.

— ¿Qué? —Me detuve en seco, miré a mí alrededor y, cuando me aseguré que no había nadie a menos de cuatro metros que pudiese escuchar, me acerqué a él— ¿Qué quieres decir? —inquirí, tan bajo como me fue posible.

—Tienes oído de nadador —explicó con una sonrisa, y lo miré, sorprendida de que hubiese llegado a esa conclusión. Sonreí y negué con la cabeza—. Infección de oído, quiero decir.

—Algo así —hice una mueca—, pero —y esta vez lo miré con curiosidad—, ¿por qué te interesa tanto? —inquirí, al tiempo que marcaba la combinación de mi casillero.

—Sólo me interesa —aseveró, metiendo las manos en sus bolsillos—. Eres excelente nadadora. Aquella vez en la playa fue genial.

— ¿Todavía con eso? —Reí, recordando como hacía una semana, el día que nos conocimos en la playa, cuando Nic salvó a ese niño, tuve que huir al agua, evitando así, exponerme como sirena ante ellos—. Vaya que te impresioné, ¿huh?

—Me atrapaste, aún no lo supero —admitió Nic, alzando los brazos, sin dejar de sonreír—. Pero también necesitaba una excusa.

— ¿Excusa? —lo miré intrigada.

—Tienes que venir a la playa. —pidió automáticamente.

— ¿A nadar? —cuestioné, arqueando una ceja y a punto de negarme.

H2O, sirenas del mar; La Otra SirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora