Capítulo 35: El que avisa no es traidor

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Apenas y el despertador volvió a sonar por tercera o cuarta vez (ya había perdido la cuenta), terminé por arrojarlo al suelo, sin preocuparme por fijarme dónde había caído. Simplemente porque no me apetecía torturar mis oídos con tan abominable melodía a tan tempranas horas de la mañana, a pesar de que era para levantarme temprano. ¡Pero francamente parecía solo una excusa para torturar mis oídos!

Recordatorio para después: cambiar de tono de alarma o directamente deshacerme de ella. Digo, ni mucha falta que me hacía. Aparte, no quería levantarme; estaba agotada.

¿El motivo? Pues...

No había podido pegar un ojo en toda la noche y a decir verdad, no veía la hora de que la luz del sol me golpeara en toda la cara, así yo saltaría de la cama y treparía hasta el almanaque pegado en la pared para marcar la fecha de hoy con un círculo rojo. A decir verdad, me sentía un tanto nerviosa y al mismo tiempo, un tantico emocionada, por empezar este nuevo día. La razón era más o menos de suponer.

Así me mantuve absorta mirando el pálido y aburrido techo de mi habitación, por no-sé-cuanto-tiempo, y solo cuando mi estómago comenzó a rugir exigiéndome alimento, decidí que era momento de abandonar la comodidad de mí adorada cama para enfrentarme a la cruda, redonda plateada y brillante realidad que me esperaba.

Me deshice de las frazadas y tras incorporarme, me agaché, para buscar el despertador (sí, nuestra relación era de amor-odio). Tanteé durante un rato y cuando por fin pude dar con el condenado, le di un vistazo (por si se había roto).

¡Eran las 10 am! ¡Llego tarde, llego tarde, llego tarde!

Ah, y el despertador está perfectamente (sin ningún rasguño), por si a alguien le importa.

A velocidad súper humana (o eso quería pensar) me deshice de mi pijama, el cual cayó en algún lugar, en el piso. Corrí desnuda hacia el cuarto de baño y estuve a punto de caerme (dos veces). Encendí la llave para llenar la bañera, pero así será mi suerte que me salpicó agua encima.

Cinco segundos después mis piernas, pálidas, fueron reemplazadas por mi cola, anaranjada.

Y muchos minutos más tarde.

Cuando cepillé mis dientes y estuve, cambiada, peinada y solo me faltaba ponerme los zapatos, escuché ruido abajo, seguido de voces y luego pasos.

— ¿Mamá? —Abrí la puerta para curiosear un poco y no me sorprendió demasiado ver a un par de rubias, acercándose por el pasillo—. ¡Lo siento, me quedé dormida! —lamenté, y les hice un gesto para que entraran. Una vez que estuvieron dentro noté, extrañada, que juntas hacíamos una cifra impar—. ¿Y Cleo?

Automáticamente Emma se cruzó de brazos y fijó sus ojos azules, como dagas, en Rikki.

—Sí, Rikki, ¿dónde estará Cleo?, ¿estará bien?—Inquirió, con un tono cargado de ironía—. Tú dinos.

Entonces supe que algo malo había pasado. Y no porque Emma asesinara a Rikki con la mirada (eso era lo común y cotidiano) sino el hecho de que haya sido tan grave como para que incluso Cleo desapareciera de vista.

Rikki volteó apenas el rostro, semi mirándola con un fulgor de irritación.

—Aquí vamos de nuevo. —dijo, con tono hastiado.

— ¿De qué me perdí? —las miré a ambas, sin tener las más pálida de idea de a qué se referían.

— ¿Te estoy incomodando, Rikki? —Le dijo Emma, escudriñando su rostro, ignorándome—. ¿Te estoy haciendo sentir culpable? —ladeó la cabeza y sonrió, satisfecha—. Bien.

— ¿Alguien me quiere explicar? —insistí.

— ¡Ya dije que lo sentía! —Exclamó Rikki, omitiendo mi pregunta mientras pasaba por mi lado—. ¿Cómo iba yo a saber que no sabe cantar?

H2O, sirenas del mar; La Otra SirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora