69.La Trilogía Del Proceso

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El Templo de los Redimidos, a pesar de su noble propósito, emanaba una atmósfera oscura, misteriosa y lúgubre. Al cruzar el umbral del templo, Richard fue recibido por un ambiente de penumbra. Las antorchas y candelabros de hierro forjado iluminaban débilmente los pasillos de piedra, proyectando sombras danzantes que parecían cobrar vida propia. El aire era denso y frío, cargado con el aroma a incienso pesado y a cera de velas, que apenas lograban disipar la oscuridad omnipresente. Los amplios corredores del templo estaban revestidos de tapices oscuros que narraban historias de redención y caída, de batallas entre la luz y la sombra.


Estos tapices, bordados con hilos de plata y oro que apenas destacaban en el fondo negro, parecían cobrar vida bajo la luz parpadeante de las antorchas. A lo largo de los muros, estatuas de antiguos héroes y redimidos se alzaban solemnes, sus ojos vacíos contemplando eternamente la penumbra.

El corazón del templo, la gran sala central, era igualmente impresionante y sobrecogedora. Un inmenso altar de mármol negro se erigía en el centro, rodeado por velas de cera negra que lanzaban un resplandor tenue y fantasmagórico. El altar estaba decorado con símbolos arcanos y grabados antiguos, sus superficies lisas y frías al tacto. Detrás del altar, un gran vitral representaba a las diosas, pero en tonos oscuros y sombríos, mostrando su lado más severo y poderoso. Los monjes que habitaban el templo, con sus túnicas rojas, blancas y negras, se movían en silencio, sus pasos resonando suavemente en los corredores de piedra. Los monjes de túnicas negras, en particular, añadían al aire de misterio y gravedad del lugar. Sus rostros estaban en gran parte ocultos por capuchas, y solo sus ojos, brillando con una luz tenue y introspectiva, eran visibles.

En este lugar, envuelto en penumbras y misterio, se sentía tanto la desesperación como la posibilidad de un nuevo comienzo, una dualidad que resonaba profundamente con los conflictos internos de todos los que cruzaban su umbral.

Frente al muchacho, en la sala central, se mostró la persona de túnica blanca de la entrada, era una mujer, y decidió comenzar a presentarse.

-Me llamo Sania Turckroft, y soy la sacerdotisa del templo de los redimidos -la mujer tenía una mirada cansada, solo se enfocaba en hablar, dando a entender que esto que le contaba al chico lo hacía muy seguido, no gesticulaba en absoluto, pero las arrugas de su rostro decían lo contrario-. Aquí no tenemos otro propósito más que el purgar a los Tenebris, o usuarios de la magia oscura, para que dejen de manifestarla, o en su defecto, hagan el juramento de no usarla para la maldad, pronto te darás cuenta que los individuos que deciden ya no usarla tienen más problemas debido a que constantemente lidian con el ser consumidos, ya que la naturaleza de la energía oscura es consumir y corromper.

La mujer le dio una túnica color negro a Richard, dándole a entender que los negros son los nuevos o que llevan poco tiempo en el templo.

-No necesitas presentarte conmigo, todos aquí te conocemos y los rumores están por todas las esquinas.

El muchacho sintió un golpe fuerte en el pecho que lo conectó en sintonía con todas las miradas de las personas con túnicas cernidas sobre él. Sintió un gran escalofrío y no pudo evitar sentirse expuesto y juzgado.

-¿Todos me conocen aquí? -volteaba a los lados temeroso.

-No te preocupes, aquí tienen prohibido matarte. Pero creo que tú más que nadie sabe que la muerte no necesariamente es el peor de todos los destinos, ¿no es así?

Richard se sintió en una atmosfera peligrosa, comenzó a ponerse hipertenso, su vista panorámica estaba borrosa, sus pupilas crecían y se reducían por las variaciones de luz en los pasillos, y sus latidos se aceleraban, sentía que sus movimientos eran rápidos y bruscos, cerró los ojos y pensó en el consejo de Gaspar. Realmente extrañaba a todo el equipo.

Esencias Mágicas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora