111.Como Niños

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Pero lo que hacía verdaderamente única a Sylpharis era la diversidad de especies que convivían en ella. Semihumanos de todo tipo paseaban por las calles, cada uno aportando su propio toque a la mezcla vibrante de culturas y formas de vida. Los leonin, una raza de semihumanos con la apariencia de leones bípedos, se encargaban de la seguridad y patrullaban las puertas de la ciudad. Los kitsune, astutos semihumanos con colas de zorro y habilidades ilusionistas, actuaban como diplomáticos y embajadores, utilizando su carisma y sabiduría para mantener la paz. Los centauros, mitad humano, mitad caballo, galopaban por los extensos jardines de la ciudad, siempre dispuestos a ayudar en el transporte de mercancías y recursos. Y los lupinos, seres de aspecto lobuno, participaban en las labores de rastreo y caza, sus sentidos agudos eran una ventaja vital para la vida en los alrededores de la capital.

Cada uno de estos seres, junto con los humanos, compartía una profunda conexión con la naturaleza, pero también un respeto mutuo. Sylpharis era un ejemplo de lo que significaba la convivencia armoniosa entre razas, una ciudad donde la diversidad no solo se celebraba, sino que se valoraba como parte de su identidad. Los humanos que habitaban aquí eran diferentes a los de otras regiones; sus poderes estaban intrínsecamente ligados a la tierra. Podían hacer crecer plantas de la nada, curar heridas con la savia de los árboles, o incluso controlar las corrientes de agua de los arroyos cercanos. Su piel a menudo brillaba con un tenue resplandor verde, una señal de su conexión con la naturaleza circundante.

Sin embargo, acceder a Sylpharis no era tarea fácil. La ciudad era consciente de su importancia en el mundo mágico y se protegía con estrictas medidas de seguridad. Solo aquellos con permisos especiales podían entrar, y estos debían pasar por una serie de verificaciones mágicas. Los guardias en las puertas, muchos de ellos elfos y leonin, examinaban cuidadosamente a cada visitante, utilizando hechizos de detección para asegurarse de que nadie con malas intenciones pudiera pasar. Además, la barrera mágica que rodeaba la ciudad solo permitía la entrada a aquellos que estuvieran en paz con la naturaleza y las criaturas que la habitaban. Aquellos con corazones corrompidos o que alguna vez hubieran dañado el mundo natural, se encontrarían incapaces de cruzar el umbral de Sylpharis.

En este sentido, la llegada de Ronald y Richard fue posible únicamente gracias a Maddy, que su papel era de embajadora de los Seedwoods. Maddy, con su conexión directa con el Árbol Padre, era una figura de gran respeto en la ciudad. Fue ella quien convenció a los guardianes de que permitieran la entrada de los visitantes, y entregaron una carta de Vitaly, residente de la elementália Seedwood, como prueba de que su grupo tenía buenas intenciones. La carta de invitación era una garantía de seguridad, firmada por Vitaly, quien tenía una ciudadanía en Sylpharis gracias a la familia Montés. El documento fue leído con cuidado, y después de algunos momentos de deliberación, los guardias les permitieron cruzar.

—Bienvenidos a Sylpharis —dijo el guardia con una sonrisa, mientras los Starlight se adentraban en la ciudad, maravillados por la mezcla de arquitectura orgánica y mágica que los rodeaba.

El ambiente en Sylpharis era vibrante, pacífico, pero también lleno de un profundo respeto por el equilibrio que mantenía a la ciudad en armonía con la naturaleza. Ronald no pudo evitar sentir una sensación de calma, incluso cuando sabía que su misión estaba lejos de ser pacífica. Aquí, en el corazón de la naturaleza misma, se encontraba un santuario donde las diferencias se unían en una danza perfecta de magia y vida.

La ciudad no había sido construida de manera tradicional; en lugar de imponer estructuras sobre la naturaleza, los habitantes habían aprendido a moldear la naturaleza para que la ciudad creciera con ella. Los edificios estaban tejidos de raíces y ramas que habían sido encantadas para crecer en formas que parecían imposibles. Árboles colosales formaban torres y puentes, y sus ramas tejían pasillos elevados por los que los ciudadanos podían caminar como si estuvieran suspendidos en el aire. El suelo de las calles estaba cubierto de suaves alfombras de musgo, y en lugar de ruido urbano, el susurro del viento entre las hojas y el canto de los pájaros llenaban el ambiente.

Esencias Mágicas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora