62.Familias Desoladas

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Lía deslizó una mano a su chaqueta, sacando una carta arrugada y rápidamente mostró el sello que tenía en la parte superior, una marca clara de la firma de Daphne, quien la había enviado a investigar.

—Tengo esta carta, firmada por Dapne —respondió con firmeza, mostrándosela a la mujer—. Estoy aquí para investigar las desapariciones.

La anciana tomó la carta entre sus dedos temblorosos, escudriñándola con cuidado. Tras unos instantes, soltó un gruñido bajo, como si la autenticidad de la carta la hubiese convencido solo parcialmente.

—Desde que comenzaron las desapariciones... —dijo en voz baja, devolviéndole la carta a Lía—, ya no se puede confiar en nadie. Las personas aquí ya no son lo que solían ser. Algunos de los nuestros comenzaron a comportarse de manera extraña antes de desaparecer. Como si no fueran ellos mismos.

Lía alzó una ceja, intrigada, pero también con una sensación creciente de inquietud.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo se comportaban? —preguntó, adelantándose un poco más hacia la anciana.

La mujer volvió a cerrar las cortinas de la ventana, asegurándose de que nadie pudiera verlas, y continuó, su voz era reducida a un susurro conspirativo.

—Las personas... comenzaban a actuar diferente. Algunos eran amables un día, y al siguiente parecían vacíos. Como si algo los hubiera cambiado desde dentro. Y después... desaparecían, como si nunca hubieran existido.

El aire dentro de la casa se volvió denso, y Lía sintió que un escalofrío recorría su columna. Algo oscuro y extraño estaba sucediendo en Glaciem, y la anciana lo sabía.

Al amanecer, Lía se preparó para partir de la casa de la anciana. La luz del sol apenas comenzaba a iluminar el pueblo de Glaciem, pintando el paisaje con un resplandor frío y gris. Tenía que visitar cuatro familias de los desaparecidos. La mujer mayor la despidió en la puerta, su rostro severo y marcado por las arrugas del tiempo, pero con una advertencia en sus ojos que no podía ignorar.

—Ten cuidado, chica —le dijo con voz grave—. No confíes en lo que ves. Las sombras aquí juegan con la mente.

Lía asintió en silencio, agradeciéndole por la hospitalidad y dejando unas monedas de plata en la mesa como pago simbólico por la noche. Al salir, un escalofrío recorrió su columna mientras recordaba la vela de la plaza. Algo había cambiado en ese pueblo, algo más allá de las desapariciones.

Montó a Obelisco, su fiel caballo, y se dirigió hacia el siguiente pueblo. A medida que avanzaba, el paisaje nevado se extendía en todas direcciones, con montañas imponentes en el horizonte y el frío cortante del aire haciendo que cada respiración fuera una lucha. El silencio era casi abrumador, roto solo por el crujido de la nieve bajo las patas del caballo.

Su objetivo era claro: visitar la casa de la familia Spore, donde Loid, el primer desaparecido, vivía. Si alguien podía arrojar algo de luz sobre lo que estaba ocurriendo, serían ellos.

Cuando finalmente llegó al hogar de los Spore, notó que la casa estaba en mal estado, como si el tiempo la hubiera castigado en los últimos meses. La puerta chirrió cuando la abrió lentamente, y fue recibida por una mujer visiblemente desgastada, con profundas ojeras y una expresión de resignación. La madre de Loid parecía haber envejecido de manera drástica en los últimos meses, y aunque intentaba mantenerse fuerte, la tristeza era evidente en su expresión.

—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó la mujer, con una mezcla de resignación y esperanza.

Lía tomó un respiro, consciente de que cada pregunta podría reabrir heridas, pero su misión era descubrir la verdad.

Esencias Mágicas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora