Ronald y Richard, quienes apenas habían comenzado a sentirse cómodos en ese lugar sagrado, percibieron un cambio súbito en el ambiente. El polvo flotaba en los rayos de luz que caían entre las imponentes estanterías de madera antigua parecía detenerse, como si el mundo mismo contuviera el aliento.
Eldric Silvanus no era un hada cualquiera. Se movía como el viento entre los árboles, con sus pasos casi imperceptibles, sus alas translúcidas apenas se agitaban. Era un ser de estatura menuda, con arrugas tan profundas como las raíces del propio Árbol Padre, y su cabello largo y plateado se enredaba con hojas y ramitas, como si el bosque entero lo acompañara a cada paso. Su piel, curtida por los siglos, brillaba tenuemente bajo la luz dorada que filtraban los vitrales de la biblioteca. Vestía una túnica verde musgo, adornada con pequeños brotes de helecho y musgo vivo que parecían formar parte de su misma esencia.
Sus ojos, de un profundo verde esmeralda, contenían una sabiduría insondable, el peso de milenios de conocimiento y experiencia. Cada mirada de Eldric parecía contener historias que aún no se habían contado, misterios que aguardaban ser desvelados solo por aquellos dignos de conocerlos. Sin embargo, su expresión era calmada, casi apacible, como si estuviera más en sintonía con el susurro de los árboles que con el bullicio del mundo exterior.
Ronald, que nunca había visto un hada tan vieja, se quedó boquiabierto, su habitual compostura aventurera se rompió por la maravilla del momento. Richard, que tampoco estaba acostumbrado a la vista de seres de tal antigüedad y mística, compartía la misma mirada de fascinación. Aunque nunca habían salido juntos en una aventura, los dos compartían una admiración mutua por las maravillas de Sylpharis, y ver a Eldric fue como presenciar a una leyenda viviente.
Eldric, sin embargo, no parecía perturbado por su asombro. Con una voz suave y llena de ecos, se dirigió a ellos:
—He esperado este encuentro desde el susurro de los vientos antiguos. El Árbol Padre nos guio hasta este momento, y la catedral guarda secretos que, quizás, solo aquellos con corazones puros puedan descubrir.
Ronald parpadeó, intentando recomponerse, mientras Richard, más joven y menos acostumbrado a las sorpresas, se inclinaba ligeramente en señal de respeto.
—Eres... —comenzó Richard, sin saber muy bien cómo formular la pregunta—, ¿el guardián de este lugar?
Eldric asintió lentamente, una leve sonrisa surcaba su rostro.
—Soy mucho más que eso. Soy el último de los que recuerdan el verdadero propósito de esta biblioteca. Aquí, en las salas más profundas, yace el conocimiento que podría cambiar el destino no solo de Sylpharis, sino de todas las elementálias. Pero ese conocimiento solo será revelado a aquellos que estén dispuestos a sacrificarse por él.
Vitaly, que había permanecido en silencio, miraba a Eldric con una mezcla de respeto y algo que casi parecía nostalgia. Era muy curioso ver el contraste que la chica tan joven y el guardián tan anciano mostraban a quienes los veían.
—Tú eres nuestro guía, entonces —dijo Vitaly con voz solemne.
Eldric asintió de nuevo, su mirada estaba fija en el umbral que conducía a la sala más secreta de la biblioteca. —Así es. Pero tened cuidado, jóvenes aventureros. Lo que está más allá de estas puertas no es solo conocimiento. Es también un reflejo de lo que sois. Si os adentráis, debéis estar preparados para enfrentar no solo la verdad del mundo, sino también vuestras propias verdades.
Con esas palabras, Eldric extendió su mano huesuda, y con un gesto fluido, las antiguas puertas de la sala restringida se abrieron con un leve crujido. El aire que salió de dentro era frío, como si estuviera impregnado de siglos de silencio y espera.
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Esencias Mágicas [Completa]
FantasySumérgete en un mundo donde los hilos del destino están tejidos con hechizos ancestrales y secretos oscuros. En 'Esencias Mágicas', la magia cobra vida de manera asombrosa, entrelazando las líneas entre el bien y el mal. En un reino donde la magia e...