Dos jóvenes totalmente distintos. Shieda Kayn el portador de un Darkin llamado y Rhaast y Zoe el aspecto del crepúsculo se encontrarán en Ionia, un país de Runaterra.
Donde la joven maga deberá pagar por la negligencia de su actitud, ya que se negó...
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Los pasos hacían eco, mientras avanzaba por el infierno.
En mi interior había una extraña sensación de vacío, de desahogo. Había... Matado. Sylas había muerto. Mis manos manchadas de su sangre... Por proteger a los demás.
No podía ser en vano aquel acto. Mi mente, mi corazón, mi poca alma confiabaque aquel acto no fuera...
"ALÉJATE TABIRA!" Alguien rugió cuando pasé por el marco de una puerta abierta, un portón gigantesco que daba a la sala de un trono.
Aquella voz la conocía... Y, aunque seguramente quien la dijo no quisiera que mirase adentro, lo hice.
Mis ojos se entornaron y observé la sala escombrosa, las ruinas de un lugar quemado y cubierto de soldados, de zaunitas, de gente... Por un segundo...
Recordé mi pueblo.
La casa de mis abuelos.
Zoe, cayendo desde tu pequeño flote en el aire y sujetando su estomago hasta vomitar.
Kayn manteniéndome alejado de lo que allí ocurría.
Rhaast riendo y deseando que lo viera, que supiera...
En aquel entonces era una niña... Era una cría. No había viajado. No había luchado. Hablaba de forma curiosa y no pensaba bien las cosas... Ahora... No estaba Kayn para detenerme. Zoe tampoco vomitaba.
Y seguí observando, adentrándome en la sala mientras mi cuerpo entero sufría por el calor que Swain irradiaba y la peste del olor a cadáver. Seguí el consejo de Rhaast...
Observé atónita como Zoe gritaba, empuñando la pluma del temor primal. La pluma que prometía resolver nuestros problemas... O así nos lo había prometido Zoe.
Porque, a su lado, también vi a Kayn. El puro horror en sus ojos, los cuales no observaban a la vil criatura frente a ellos... Sino a la pluma. A sus propias manos que brillaban de un poderoso carmesí. El aura que emanaba el ser erizaba el bello de mi nuca y me transportaba mi visión a algún lugar recóndito...
Podía verlo, sentirlo, palparlo...
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Fue entonces cuando, de pronto, escuché un susurro...
Una voz que adoraba.
"Escúchame bien, cría Líming..." Susurro una voz ronca entre los escombros...
