IV. PARTE ABU DHABI 1. 1

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Había una pequeña frustración dentro de mí cuando terminó el Gran Premio de Las Vegas. Había puesto todo lo que tenía en la pista, pero no fue suficiente. Las cosas no salieron como esperaba, y la sensación de que algo se me escapaba me dejó con un vacío. Quería ganar, quería llegar a Abu Dabi con la victoria en mi bolsillo, pero, en cambio, me quedaba con la sensación de que todo se estaba alargando más de lo que debía.

La temporada se había vuelto una carga, no por la competencia, sino por lo que me rodeaba, por todo lo que no podía controlar. Sentía que, si terminaba rápido, podría dejar atrás lo que me estaba atormentando, lo que me mantenía atrapado entre la meta y la realidad que vivía día a día.

Abu Dabi, el último premio de la temporada, era mi objetivo ahora, el único que podía darme algo de paz. Solo necesitaba que todo terminara.

También quería que la temporada acabara para poder estar más tiempo con Lucía. A pesar de que ella estaba a mi lado, sentía que el tiempo que pasábamos juntos siempre estaba condicionado por la tensión de las carreras, los viajes, y todo lo que implicaba el campeonato. Los momentos a solas con ella se volvían más raros, más escasos. Quería tenerla a mi lado sin la presión de la siguiente carrera, sin el estrés de los medios, sin las distracciones que siempre rodeaban nuestra vida.

Verla sonreír, sentir su presencia sin tener que pensar en lo que venía después, sin el constante ir y venir de mi vida profesional. Era una sensación que anhelaba profundamente, la tranquilidad de simplemente estar juntos, sin más. En ese momento, el final de la temporada no era solo una meta deportiva, sino la oportunidad de disfrutar de lo que más amaba: a Lucía y a mis hijos, sin nada que interrumpiera ese tiempo que tanto deseaba.

Estamos en Abu Dabi, y me he escapado de Lucía. No deja de llamarme, y sé que en cualquier momento va a matarme cuando me vea. La tensión crece, pero es el lugar perfecto para encontrar un anillo para ella, el anillo con el que quiero sellar lo que llevamos viviendo, lo que quiero que sea para siempre.

Me alejo de todo, de la gente que me rodea, del caos que hay en el paddock, y voy directo a una joyería, buscando algo que simbolice lo que siento por ella. No quiero que sea algo común, quiero que sea especial, único, algo que represente lo que hemos pasado, lo que hemos superado, y todo lo que aún podemos ser.

A medida que exploro las vitrinas, me doy cuenta de lo importante que es este paso. No solo es un anillo, es mi promesa de que estaré a su lado siempre, de que no importa lo que pase, mi vida está completa con ella.

Pero al mismo tiempo, una parte de mí se siente nervioso. Lucía debe estar furiosa. Me está buscando y probablemente se esté preguntando dónde estoy. El teléfono suena de nuevo, y me imagino su mirada si llego tarde.

Pero nada importa ahora. Este es el momento, y debo encontrar lo que quiero para ella.

Encuentro el anillo perfecto para ella, costoso y hermoso. Es más de lo que había imaginado, pero sé que es lo que merece. La joya tiene un brillo único, como si reflejara todo lo que siento por ella: un amor profundo, real, y eterno. El diseño es delicado pero fuerte, con un toque clásico, pero moderno, algo que sé que a Lucía le encantaría. Me imagino su rostro cuando lo vea, esa sonrisa que ilumina todo cuando está feliz, y siento que es el momento adecuado.

Es caro, claro, pero no me importa. Nada es demasiado cuando se trata de ella. Este anillo es mi promesa, mi forma de decirle que, a pesar de todos los obstáculos, a pesar de mis errores, quiero construir algo sólido con ella, algo que dure, algo para siempre.

Mientras pago, siento la presión de la llamada sin respuesta en mi teléfono, y la ansiedad de lo que me espera. Lucía probablemente está furiosa, pero estoy seguro de que cuando vea este anillo, entenderá lo que realmente quiero ofrecerle: un futuro juntos.

                         ******

-¿Dónde estabas? - pregunta furiosa, sus ojos fijos en mí con una mezcla de preocupación y enojo.

Verla así, tan intensamente molesta, me divierte más de lo que debería. Me observa, camina de un lado a otro, como si estuviera buscando algo en mi actitud que le explique mi ausencia. Me mira con ese tono de reproche que tanto me hace pensar en cómo he llegado a esto.

-¡No contestabas! - agrega, cruzando los brazos sobre el pecho, claramente esperando una explicación.

Mi primer impulso es responder con una sonrisa y decirle que me estaba tomando un tiempo para mí, pero sé que no sería justo.

Me acerco a ella lentamente, sin querer que la tensión del momento sea aún mayor. La miro a los ojos y suspiro.

-Lo siento, estaba resolviendo algo... - comienzo, pero mis palabras se pierden en el aire. No quiero que piense que me he olvidado de ella ni de mis responsabilidades. Solo necesitaba un pequeño respiro, un momento para pensar en todo lo que nos rodea.

Lucía sigue mirándome, aún con esa expresión furiosa pero también un poco vulnerable, como si esperara una verdad más profunda detrás de mis palabras.
Me acerco a ella, y sin pensarlo mucho más, la beso. Un beso suave, profundo, que habla más de lo que las palabras podrían expresar en ese momento. Es mi forma de calmar la tensión, de mostrarle que a pesar de mi silencio, a pesar de la frustración que ambos llevamos, lo que realmente importa es ella, y todo lo que siento por ella.

Al principio se queda inmóvil, sorprendida por la súbita cercanía, pero después, con suavidad, responde al beso. Sus labios se encuentran con los míos, y por un instante, el resto del mundo desaparece. No necesito explicaciones, ni palabras. El beso lo dice todo.

Cuando finalmente nos separarnos, sus ojos aún están fijos en mí, algo más tranquilos, pero la chispa de curiosidad sigue ahí. Yo solo le sonrió, sabiendo que aún hay cosas que debemos enfrentar, pero también convencido de que, juntos, podremos con ellas.

Al acercarme a Lucía, no puedo evitar sentir una mezcla de nervios y emoción. La entrevista de medios ha terminado y la sala comienza a vaciarse, pero mis pensamientos siguen girando en torno a ella. Me acerco con cautela, tratando de mantener la profesionalidad, pero las palabras que salen de mis labios son sinceras y llenas de admiración.

—Te ves preciosa hoy —le digo, viéndola de cerca, notando la suavidad de su piel y la luz en su rostro.

Ella sonríe, una sonrisa que ilumina todo su ser, y responde con un toque de curiosidad en su voz.

—¿Ah, sí? —me pregunta, mientras sus ojos brillan con ese destello que siempre me atrapa—. ¿Y dónde estabas esta mañana?

Lo miro un segundo antes de responder, sintiendo una chispa de picardía en mi interior.

—Es un secreto que lo sabrás el domingo —le digo, tratando de mantener el misterio, pero también con un toque de diversión en mi voz.

Lucía sonríe aún más, sus ojos claros se llenan de dulzura y, en ese instante, mi corazón se derrite. Hay algo en su mirada, una mezcla de complicidad y cariño, que me hace sentir que todo lo demás desaparece a nuestro alrededor.

Me acerco un poco más, sin poder evitarlo, y le susurro:

—No puedo esperar para compartirlo contigo.

Ella, con esa sonrisa que siempre me hace perder la compostura, simplemente asiente, y por un momento, el mundo parece detenerse. Es como si nada más importara, solo nosotros dos en ese instante, compartiendo una conexión que va más allá de las palabras.



Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora