Capítulo 3: El Rastro en la Oscuridad

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Capítulo 3: El Rastro en la Oscuridad

La lluvia en Berlín continuaba cayendo, implacable, como si la ciudad tratara de ocultar los secretos que se ocultaban bajo sus calles empapadas. Fénix y Marcus caminaban bajo el grisáceo cielo, sus pasos resonando en las aceras desiertas. Los paraguas, a pesar de ser resistentes, no lograban detener completamente el torrente de agua que caía. La calle estaba vacía, salvo por algunos transeúntes apresurados que se refugiaban en sus propios pensamientos.

—¿Y ahora qué, Fénix? —preguntó Marcus, frunciendo el ceño mientras observaba las oscuras calles—. ¿Cómo planeas seguir el rastro de la vampiro ahora que no hay rastro evidente?

Fénix, con la vista fija en el suelo, se encogió de hombros y ajustó su paraguas. Luego, olfateó el aire, una habilidad que marcaba la diferencia entre los Lycans y los humanos.

—Sigue siendo lo mismo que siempre, Marcus —respondió Fénix con su tono característico—. La pista está en la dirección del olor. Las criaturas como la vampiro tienen un aroma muy distintivo. Solo hay que seguirlo.

Mientras Fénix hablaba, su expresión cambió sutilmente, su sentido agudo detectó algo en el aire. Marcus, al notar el cambio, también se concentró y de inmediato captó la misma sensación.

—¡Lo tengo! —exclamó Marcus—. Hay un rastro. ¡Vamos!

Ambos se apresuraron hacia la dirección del olor, el cual se volvía cada vez más intenso. La lluvia arreciaba, y los charcos en las calles reflejaban las luces de los edificios, creando un escenario fantasmal. Finalmente, llegaron a un callejón oscuro y estrecho, lleno de desperdicios y sombras.

—Ahí —dijo Fénix, señalando hacia un alambrado que parecía recientemente usado—. ¡La vampiro debe haber pasado por ahí!

Una figura se movía al otro lado del alambrado, una mujer con un flequillo que le tapaba parcialmente los ojos. Sin pensarlo dos veces, Fénix y Marcus corrieron hacia el alambrado. Marcus intentó escalarlo con agilidad, pero el barro y la lluvia dificultaron sus movimientos. Fénix, por su parte, usó su fuerza sobrehumana para impulsarse y saltar, pero la pared de metal parecía desafiarlo.

—¡Maldita sea! —gruñó Fénix mientras se esforzaba por subir—. ¡Esta maldita lluvia lo hace aún más complicado!

Finalmente, lograron superar el alambrado, pero al llegar al otro lado, notaron que la mujer ya no estaba a la vista. Miraron alrededor con desesperación, tratando de captar cualquier señal de la vampiro.

—¡Perdimos el rastro! —exclamó Fénix, frustrado, mientras pateaba un charco cercano—. ¡Nos está burlando!

Marcus observó el área con atención y entonces señaló hacia una alcantarilla destapada, ubicada cerca del muro del callejón. El aire frío y húmedo emanaba de ella.

—No es tan difícil de adivinar —dijo Marcus con una expresión de comprensión—. La vampiro debe haberse escondido allí. Es un acceso subterráneo perfecto para ella.

Fénix asintió, reconociendo la verdad en las palabras de Marcus. Se acercaron a la alcantarilla y miraron dentro, el olor de humedad y suciedad llenando sus narices.

—No hay tiempo que perder —dijo Fénix—. Vamos a entrar y a ver qué podemos encontrar.

Marcus se ajustó el paraguas y miró a Fénix con determinación.

—Lo que sea que haya ahí abajo, no vamos a salir hasta atraparla.

Las alcantarillas estaban frías y húmedas, la combinación del agua estancada y el aire cargado de moho envolvía a Fénix y Marcus. Con pasos cautelosos, Fénix sacó su arma, una Matilda con balas de plata que Enid le había dado. Marcus, por su parte, confiaba en su fuerza y habilidad natural, sin armas adicionales. La oscuridad era casi total, salvo por el tenue resplandor de las linternas que llevaban.

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