La Masacre en Manhattan-1

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La Masacre en Manhattan-1

Desde las entrañas de una oscura alcantarilla en Manhattan, un ser gigantesco emerge con pasos pesados. Su figura es brutal, casi prehistórica, con músculos marcados y piel curtida, cubierta por cicatrices profundas que narran años de violencia. En sus manos sostiene un caimán aún vivo, retorciéndose frenéticamente entre los dedos de este coloso, pero sin esperanza de escapar.

Este hombre, bautizado por los sobrevivientes como Draug, es una bestia silenciosa. No emite palabras, solo gruñidos bajos y profundos, como un depredador hambriento. Cada centímetro de su cuerpo lleva las marcas de un pasado violento: cortes mal sanados, quemaduras y rasgaduras, como si su piel fuera un mapa de tragedias y batallas olvidadas. La cicatriz más llamativa atraviesa su rostro, deformando su expresión en una mueca perpetuamente neutral y desconcertante.

Draug no necesita lenguaje; su sola presencia impone terror. Su mirada es vacía, como si el alma hubiera sido arrancada hace mucho tiempo. Con una brutalidad metódica, estampa al caimán contra el suelo de cemento, partiéndolo en dos como si no fuera más que un juguete. La sangre se mezcla con las aguas sucias de la alcantarilla, marcando el inicio de su cacería en el Crisol del Caos.

Los murmullos de susurros aterrorizados ya se propagan entre los ciudadanos atrapados en la barrera. Un rumor comienza a circular: "No hay manera de esconderse de Draug. Él no busca alianzas, solo caza."

En un refugio improvisado dentro de un sótano polvoriento en alguna parte de Manhattan, cuatro figuras se resguardan del caos implacable que reina en las calles. Fénix, Hércules, Marcus, y Stridum, un anciano veterano de guerra, comparten el espacio estrecho mientras intentan diseñar una estrategia de supervivencia. La luz parpadeante de una linterna desgastada es lo único que corta la oscuridad que los envuelve, y el aire denso está cargado de tensión silenciosa.

Stridum, con un chaleco militar viejo y el porte firme a pesar de su edad, revisa un mapa arrugado de la zona. A su lado, Marcus afila su cuchillo en silencio, mientras Hércules se acomoda en el rincón más amplio, evaluando con la mirada al veterano. Fénix, distraído, no deja de mirar hacia la entrada del refugio, ansioso y con la mente aún enredada en los recuerdos del sueño inquietante con Alucard.

—Tenemos que movernos pronto —dice Stridum sin levantar la mirada del mapa—. Queda una tienda de conveniencia a dos calles de aquí. Es pequeña, pero puede tener lo que necesitamos: agua, comida enlatada y algo más de suministros básicos.

—¿Y qué pasa si está saqueada? —pregunta Marcus, rompiendo el silencio mientras desliza la hoja del cuchillo por una piedra de afilar.

Stridum gruñe, su voz áspera como grava.
—Si está saqueada, encontramos otra. No podemos quedarnos aquí esperando morir de hambre.

—Bien, ¿y cuál es el plan? —Hércules se inclina hacia adelante, cruzando los brazos. Su tono es más curioso que preocupado, como si la situación fuera un desafío entretenido.

—Primero, vigilancia —responde Stridum, señalando con el dedo calloso un par de puntos en el mapa—. La calle principal está llena de caos: saqueadores, esos malditos vampiros y lycans de Antigen, y quién sabe qué más. Pero hay un callejón lateral que podemos usar. Si nos movemos rápido y en silencio, podríamos llegar sin problemas. Marcus, tú vas al frente. Fénix, tú cubres la retaguardia. Hércules y yo cargaremos los suministros.

—¿Y si nos topamos con alguien? —pregunta Fénix, aún inquieto.

Stridum lo mira con una media sonrisa llena de experiencia.
—Lo resolvemos rápido y sin preguntas.

—Me gusta tu estilo, viejo —dice Hércules, esbozando una sonrisa.

El veterano no se inmuta.
—No se trata de estilo, grandulón. Se trata de sobrevivir.

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