Infierno en Berlín-15

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Infierno en Berlín-15

En el refugio improvisado, los muros de concreto y las luces parpadeantes del techo proyectaban sombras irregulares sobre los rostros cansados de los presentes. Marcus, aunque todavía con alguna que otra herida visible, ya casi se encontraba completamente recuperado gracias a su regeneración como lycan. Se estiraba con satisfacción, rotando el cuello y los hombros, como si ya estuviera listo para la próxima pelea.

—¿Cuánto tiempo más vamos a esperar? —gruñó Enid, cruzando los brazos mientras caminaba de un lado a otro, visiblemente irritada—. Ni Fénix ni Alucard han vuelto, y la situación afuera no mejora.

Lucian, sentado en una caja de municiones, se pasó una mano por el cabello mientras respondía en tono despreocupado:
—Tranquila, Alucard siempre regresa... Y Fénix, bueno, ese cabrón tiene más vidas que un gato.

—Eso no quita que tengamos que seguir esperando, —intervino Vanessa, limpiando un cuchillo con aire aburrido—. Además, yo maté más vampiros que tú, Lucian.

Lucian soltó una carcajada sarcástica. —¿Otra vez con eso? Ya te dije, fui yo quien acabó con ese grupo entero cerca del puente. No me robes créditos.

—Claro, porque clavar estacas en cuerpos ya medio muertos es un gran mérito, ¿no? —replicó Vanessa, arqueando una ceja.

Antes de que la discusión pudiera escalar más, Enid se volvió hacia ellos con una mirada severa.
—¡Ya basta! —exclamó, frustrada—. Estoy harta de escucharlos discutir. Fénix sigue allá afuera, quién sabe en qué estado, y nosotros aquí peleándonos como críos.

Los dos intercambiaron miradas, pero guardaron silencio. Enid suspiró, pasándose una mano por la frente como si intentara borrar el cansancio acumulado.

—Lo único que podemos hacer ahora es esperar... maldita sea. —Murmuró, pateando una caja cercana, dejando salir parte de su frustración. Luego miró hacia la entrada del refugio, como si en cualquier momento esperara ver aparecer a Fénix y Alucard, cubiertos de heridas pero vivos—. Y esperar... nunca ha sido lo mío.

Marcus, que se había mantenido callado mientras recuperaba energías, se apoyó contra la pared con una leve sonrisa. —No te preocupes. Si algo sé de Fénix es que es demasiado testarudo para morir. Regresará.

—Eso espero, Marcus. Eso espero... —susurró Enid, aunque la duda en su tono era inconfundible. Afuera, el viento aullaba entre las ruinas de Berlín, mientras todos dentro del refugio seguían atrapados en la incertidumbre.

Marcus, apoyado contra la pared con los brazos cruzados, observaba a Enid con una expresión seria mientras su mente divagaba sobre todo lo que había salido mal en las últimas horas. Tras unos momentos de silencio incómodo, decidió romperlo.

—¿Y tú qué crees, Enid? —preguntó, levantando una ceja—. ¿Quién crees que haya creado este infierno en Berlín?

Enid suspiró pesadamente, como si la respuesta fuera tan obvia que decirla en voz alta le resultara una pérdida de tiempo.

—Antigen, por supuesto. —Frunció el ceño mientras apretaba los puños—. Siempre ellos. Si algo sale mal, puedes apostar que Viktor está detrás.

Marcus se rascó la barba incipiente y dejó escapar una risa seca. —Claro... Aunque dudo que Viktor siga en la ciudad. Probablemente se largó en cuanto esto empezó a irse al carajo.

—Sí. —Enid asintió con amargura—. El tipo no suele ensuciarse las manos. Siempre deja a sus lacayos encargarse de todo.

Marcus esbozó una sonrisa torcida. —Exactamente. Por eso dejó aquí a Darem y a ese otro psicópata, Alex.

—Claro, porque quién mejor para sembrar el caos que dos maníacos sedientos de sangre. —Vanessa intervino desde su rincón, sin levantar la vista del cuchillo que seguía afilando meticulosamente—. Me sorprendería si Viktor no estuviera ya cómodamente en algún lugar del mundo, mirando cómo se desmorona todo desde una pantalla gigante.

—Eso haría él. —murmuró Enid, apretando la mandíbula mientras su mirada se perdía en el suelo—. Es lo más inteligente... y lo más cobarde.

Marcus soltó un gruñido bajo, visiblemente irritado por la idea de que su enemigo se estuviera escondiendo lejos del desastre. —Si lo encontrara, le arrancaría la cabeza con mis propias manos.

—Eso suena divertido, Marcus, pero primero tendríamos que sobrevivir a este infierno. —comentó Enid, todavía mirando hacia la entrada con la esperanza de ver a Fénix y Alucard aparecer de entre las sombras.

En la estación oscura y destrozada del metro de Berlín, la batalla entre Fénix y Alex alcanzaba un punto crítico. Ambos combatientes se desplazaban como sombras entre los escombros, sus movimientos rápidos y brutales. El eco de los golpes resonaba por los túneles, mientras el polvo y las chispas caían de los techos agrietados.

Fénix y Alex se enzarzaban en una serie de ataques violentos: garras, puños y patadas intercambiados con precisión. Fénix se movía con su agilidad sobrenatural, esquivando algunos de los cortes más peligrosos de las uñas alargadas de Alex, pero no siempre lograba salir ileso. Una fina línea de sangre bajaba por su mejilla, y más cortes adornaban sus brazos y torso, donde la sangre de Alex había caído en sus heridas, impidiendo que se cerraran. Aun así, Fénix sonreía, imperturbable.

—¿Sabes algo, Alex? —dijo Fénix, esquivando por poco un golpe dirigido a su garganta—. Esa técnica de dolor compartido que tanto te enorgullecía... Fue divertido mientras duró, pero la gastaste toda en un solo intento. ¿Qué harás ahora? ¿Llorar?

Alex entrecerró los ojos, claramente irritado por la burla, pero no respondió. Apretó los dientes mientras lanzaba una patada giratoria, que Fénix bloqueó con el antebrazo. Ambos retrocedieron unos pasos, respirando pesadamente.

—Esa maldición era tu carta dorada, ¿no? —continuó Fénix con un tono sarcástico—. Y la desperdiciaste. Ahora solo te queda confiar en tus uñas y esa cara de psicópata. Lástima, esperaba más espectáculo.

Alex se lanzó hacia Fénix con una furia renovada, pero su rival estaba preparado. Las manos de ambos chocaron en un forcejeo, provocando un crujido metálico en los rieles bajo sus pies. Cada golpe intercambiado hacía vibrar los huesos, pero Fénix no retrocedía ni un centímetro. A pesar de que sus heridas seguían abiertas y la sangre le manchaba la ropa, se mantenía firme.

—No entiendo cómo sigues en pie, Fénix. —gruñó Alex, sin dejar de atacarlo—. ¿No te importa que mi sangre no te dejen sanar?

—No. —Fénix sonrió con desprecio, mostrando un colmillo ensangrentado—. Porque si aún respiro, aún puedo pelear. Y te aseguro que no vas a salir de esta caminando.

Alex se lanzó otra vez, y la pelea continuó, un duelo de velocidad y fuerza entre dos titanes. Era como si el dolor no significara nada para ninguno de los dos. Golpe tras golpe, ninguno cedía terreno; era una danza de violencia perfectamente igualada, donde cada fallo podía ser fatal.

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