Infierno en Berlín-14

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Infierno en Berlín-14

Fénix quedó paralizado en shock, la realidad de la situación desbordando su mente. El tiempo pareció detenerse mientras observaba cómo Alucard, su mentor y amigo, dejaba caer su arma al suelo, el eco del metal resonando como un triste presagio.

Con una expresión grave, Alucard se volvió hacia él. En sus ojos brillaba una mezcla de resignación y aprecio. —Fénix... —comenzó, su voz llena de peso—. Eres lo único rescatable en este mundo tan oscuro. Tu corazón es puro, y esa es la única luz que queda.

Las palabras, aunque dolorosas, tenían un profundo significado. Fénix sintió cómo la tristeza se apoderaba de su ser, dándose cuenta de lo que estaba a punto de suceder. —No, Alucard, no digas eso... —respondió, su voz temblando ante la inminente pérdida.

Alucard sonrió débilmente, una última chispa de vida iluminando su rostro. —Promete que seguirás luchando, Fénix. Siempre. No dejes que esta oscuridad te consuma.

Pero, en un instante, el rostro de Alucard se torció en una expresión de dolor. —No, no... ¡Alucard! —gritó Fénix, extendiendo la mano, pero era demasiado tarde.

Con un sonido desgarrador, Alucard se rompió en pedazos, como si fuera un vidrio que se quiebra en mil fragmentos, sus partes dispersándose en el aire como si nunca hubieran existido.

Fénix cayó de rodillas, el dolor inundando su corazón, mientras el mundo a su alrededor se desvanecía en una neblina de tristeza y desolación. —¡Alucard! —su voz resonó en el vacío, un eco de desesperación que se perdió entre las sombras.

Mientras el polvo se asentaba y la sombra de la pérdida envolvía a Fénix, Alex emergió del pentagrama con una sonrisa burlona, su presencia era una burla viva al dolor que el lycan estaba experimentando. —Mira quién se ha quedado sin su querido maestro, —dijo Alex, riendo con desdén. —¿Cómo se siente saber que no pudiste salvarlo?

Fénix, atrapado en un mar de confusión y tristeza, no pudo responder. Su mente estaba aún atrapada en la escena de la destrucción de Alucard, y cada palabra de Alex se sentía como un puñal más hiriendo su corazón. Antes de que pudiera reaccionar, Alex se abalanzó sobre él, lanzándole una serie de golpes que lo dejaron tambaleándose.

—¿Sabes? —continuó Alex, mientras cada golpe se hacía más contundente—. Tú y yo somos iguales. Ambos hemos perdido lo que más amamos.

Fénix, en un momento de claridad entre los impactos, logró enfocarse en las palabras de Alex. —¿Qué... qué estás diciendo? —logró articular, el dolor en su voz reflejando su estado emocional.

—Lo que estoy diciendo, Fénix, —respondió Alex, con un tono burlón pero amenazante—, es que ambos somos monstruos. Él se fue y tú no lo pudiste evitar. La risa de Alex resonó, y su mirada penetrante dejaba claro que disfrutaba cada instante de la humillación que le infligía.

Fénix se quedó en shock, la revelación de Alex golpeándolo con la misma fuerza que sus puños. La verdad se arraigaba en su mente, y la culpa se mezclaba con el dolor. —No... no soy como tú. Pero la negación sonó vacía, y la realidad de su impotencia ante la pérdida de Alucard lo paralizaba.

—¿Ah, no? —Alex se burló, acercándose aún más—. Tú también fracasaste. ¿Y qué te queda? Solo un cuerpo sin vida a tu lado.

La mirada de Fénix se oscureció, comprendiendo la cruel comparación. 

Mientras Alex continuaba golpeando a Fénix, los puños de este último no se movían para defenderse. Cada impacto resonaba como un eco vacío en su mente, y su mirada estaba perdida en un horizonte que ya no existía. El dolor físico era insignificante comparado con el abrumador vacío emocional que lo consumía.

—¿No vas a pelear? —se burló Alex, disfrutando del espectáculo, su risa era un veneno que impregnaba el aire. —¿Te has rendido ya?

Pero Fénix no escuchaba. Su mente estaba atrapada en recuerdos de Alucard, la imagen de su mentor brillando en medio de la oscuridad. Alucard había sido más que un simple maestro; había sido su guía, el que le enseñó a controlar su inmenso poder como Uber Lycan, el que le había mostrado que había un camino más allá de la violencia y el caos. Sin él, Fénix sabía que probablemente habría sido ejecutado, consumido por la rabia de su propia naturaleza.

—Esto es por ti, Alucard... —susurró para sí mismo entre los golpes, como si cada impacto que recibía fuera un tributo al sacrificio de su mentor. —Lo siento... no puedo hacer esto sin ti.

La lucha interna se reflejaba en su rostro, una mezcla de tristeza y resignación. Cada golpe que Alex le daba se sentía como un homenaje a la pérdida que estaba sufriendo. La lucha por la vida que Alucard había inspirado en él se desvanecía lentamente, ahogada por la culpa y la impotencia.

Finalmente, cuando Alex se detuvo un momento, mirando a Fénix con desdén, este levantó la vista. Su mirada era sombría, pero había una chispa de determinación oculta en el fondo. —Tal vez no puedo pelear, Alex... pero esto no es el final.

Fénix podía sentir la esencia de Alucard aún presente en él, un susurro que lo instaba a levantarse, a recordar todo lo que había aprendido. Aunque su cuerpo no respondiera, su mente comenzaba a despejarse, recordando que el verdadero tributo a su mentor no era rendirse, sino luchar hasta el final, incluso si no tenía ganas de vivir.

—No estoy terminado... —susurró, con un nuevo propósito empezando a florecer dentro de él. A pesar del dolor y la desesperación, había una lección que Alucard le había enseñado: siempre había una razón para seguir adelante.

Con un esfuerzo titánico, Fénix comenzó a levantarse. Sus músculos estaban doloridos, y cada movimiento era un recordatorio de la paliza que había recibido, pero había algo más profundo que lo empujaba hacia adelante. La imagen de Alucard resonaba en su mente, no como un recuerdo doloroso, sino como una llama que lo instaba a luchar.

Se puso de pie, con la mirada fija en Alex, quien lo observaba con sorpresa. La determinación brillaba en sus ojos, y una nueva energía fluía a través de él. Se sintió diferente, revitalizado por la memoria de su mentor.

—Alucard, —comenzó Fénix, su voz temblando al principio, pero con firmeza a medida que continuaba—, sé que no estás aquí para escucharme, pero necesito que sepas algo. Todo lo que me enseñaste, cada lección, cada golpe y cada risa... están grabados en mí.

Se volvió hacia Alex, su adversario, y continuó: —No importa lo que pase hoy. No estoy peleando solo por mí. Estoy peleando por lo que Alucard representaba. Por su sacrificio y su deseo de que yo sea más que un simple guerrero.

—Quizás no pueda ganarte, pero te prometo que no me rendiré. No mientras su memoria viva dentro de mí.

Fénix se posicionó, sintiendo el poder del Uber Lycan resurgir en su interior. —Voy a honrar su legado, y no permitiré que su muerte sea en vano. Este combate no ha terminado, Alex.

Con un rugido feroz, Fénix se lanzó hacia adelante, su corazón latiendo con fuerza y el espíritu de Alucard guiándolo. La batalla continuaría, pero ahora había algo más que rabia; había un propósito.

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