PRÓLOGO RAIMUNDO

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Sentía su respiración sobre su pecho, su cabello color azabache le cubría todo el torso y su piel rozaba la suya. Acababa de amanecer en Puente Viejo y él no había dormido en toda la noche. No podía dejar de mirarla. No podía hacerlo porque sabía que sería la última vez que la tendría entre sus brazos.

Poco a poco fue apartándola de él. No tenía el valor de romper con ella mirándole a los ojos, por eso había decidido escribirle una carta. Sabía que era un cobarde al no dar la cara, pero también sabía que Francisca podía leer su mirada y no se creería ni una de sus palabras. Eso supondría ponerla en peligro y él no iba a consentirlo.

Se vistió procurando no despertarla, sin dejar de contemplar su rostro dulce y sereno y su cuerpo perfecto. Había grabado en su memoria cada poro de su piel, el olor de su pelo, el sonido de su risa y el sabor de sus besos. Al menos su padre no podría arrebatarle sus recuerdos. Amargo consuelo este.

Con sumo cuidado dejó la carta encima del vestido de Francisca. Se acercó por última vez a sus labios para robarle un beso, mientras decenas de lágrimas descendían por sus mejillas.

Había decidido marcharse a Madrid esa misma mañana, pues conocia demasiado bien a Francisca como para saber que iria a pedirle explicaciones. Y con razón.

Se dirigió hacia la puerta del chozo sabiendo que ahí dejaba lo que más amaba. Y también dejaba su felicidad. Miró por última vez a Francisca y un leve pero profundo suspiro salió de sus labios.

- Te amo y te amaré siempre.

Dos días antes...

- ¡Padre, ya le he dicho que voy a casarme con Francisca Montenegro, es la mujer a la que amo, a la que he amado siempre y con la que quiero pasar el resto de mi vida! - Estaba harto de la conducta irracional de su padre. Harto de que despreciara de esa forma a Francisca.

- Raimundo, bien sabes que eso no es posible. ¡No voy a permitir que mi único hijo se despose con una Montenegro!

- ¿Por qué no? ¿Acaso son más importantes sus negocios que la felicidad de su propio hijo? - Bien sabía que para su padre, el temible Ramón Ulloa, los negocios y el buen nombre de la familia era lo primero. Por encima de todo. Y de todos.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora