RAIMUNDO Y FRANCISCA XIX

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El reflejo de la luna iluminaba la habitación. Don Enrique mecía en brazos a su nieto, a su pequeño Montenegro. No podía creerse aún que ya hubiera llegado.

Leonor había bajado un momento a las cocinas para subir unos tazones de caldo que había preparado Rosario. Gracias a ella, mediante la intervención de José Castañeda, supo que la carretera aún seguía cortada.

Abrió la puerta de la alcoba con cuidado de no derramar nada. Ninguno se había percatado de su llegada y decidió disfrutar unos instantes de aquella preciosa estampa: Enrique acababa de entregar a Tristán a su madre; Raimundo seguía sentado a su lado y no cesaba de acariciarla y besarla; Francisca recostó su cabeza en el hombro de Raimundo, obligándole así a rodearla a ella y al recién nacido.

- Leonor, ¿qué haces ahí plantada? - Le preguntó Enrique mientras se acercaba hacia ella.

- Señor, yo venía a traerles unas tazas de caldo. - Respondió saliendo de la atmosfera de paz en la que había entrado. - Ha sido una noche muy larga y deben llenar el buche.

- Padre, Leonor ¿van a seguir ocultándome que están juntos durante mucho tiempo más? - Preguntó con sorna Francisca.

- Francisca yo... Nosotros... - Enrique estaba muerto de vergüenza. Y pudo comprobar como Leonor se había sonrojado de inmediato.

- Cariño, creo que tu padre, lo que intenta decirte es que Leonor y él sólo son amigos íntimos. Nada más. Como tú y yo. - Respondió con guasa Raimundo, mientras no cesaba en hacerle carantoñas al pequeño Tristán.

- Gracias Raimundo. - Contestó irónico Don Enrique. - Francisca, Leonor y yo queríamos contártelo pero dada la situación que...

- Padre, no se apure. Me alegro muchísimo por ustedes dos. Les estimo en demasía y solo quiero que sean felices. - Trató de tranquilizarle Francisca. - Leonor, eres una madre para mí. Bueno, mejor dicho, para Raimundo y para mí. - Rectificó Francisca ante el sutil codazo de Raimundo, el cual había aprovechado para coger en brazos a Tristán y jugar en él ahora que estaba despierto. - Verles juntos me llena de dicha. Les quiero muchísimo. - Afirmó mientras se acercaba a ellos y les abrazaba.

Raimundo contemplaba la escena desde la cama, junto a Tristán mientras le hacía cosquillas en la barriga. Ahora que le tenía junto a él sentía que jamás permitiría que le pasara algo a ese pequeñín. Le daba igual que no fuera su hijo, era el hijo de Francisca y él ya le amaba tanto como a ella.

 Le daba igual que no fuera su hijo, era el hijo de Francisca y él ya le amaba tanto como a ella

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- Vaya Tristán. - Dijo mientras le incorporaba con cuidado y le miraba a los ojos con semblante serio. - Tu madre no nos dice esas cosas a nosotros. - Se lamentó acompañando sus palabras con un falso mohín.

Francisca se soltó del abrazo y se giró para observarles. Allí estaban sobre la cama las dos personas que la mantenían con vida. Sus motivos para respirar cada día. Raimundo seguía fingiendo su enfado con una mueca de reproche que escondía una sonrisa. Y Tristán, sonriente súmamente tranquilo en los brazos de su padre.

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