Llevaba toda la mañana mirando trajes de novia junto a Leonor, mientras su padre redactaba la lista de invitados y comenzaba a enviar las primeras invitaciones. No había tiempo que perder.
No tenía el alma para nada, procuraba aparentar una emoción fingida, pero lo cierto era que estaba destrozada. La noche anterior no había pegado ojo: ayer se casó Raimundo.
Supo que Ramón Ulloa partió a Madrid varios días atrás y aún no había regresado. Por lo tanto, Raimundo se había casado y debería andar de celebración.
- ¡Mal rayo le parta! - Susurró sin poder evitarlo.
Leonor sabía perfectamente que sus pensamientos andaban bien lejos de Puente Viejo. Concrétamente en Madrid.
- ¿Estás bien Francisca?
- No. ¿Para que voy a engañarte? No estoy bien. Nada bien. - Y acto seguido comenzó a llorar. Sabía que no debía hacerlo, pero el dolor que sentía era tan grande que necesitaba sacarlo.
- Cariño, ¿de verdad quieres casarte? Igual podríamos cancelar la boda y hallar otra solución. Mira voy a decirte algo, y que Dios me perdone, ¿y si abortaras? - Le dolía en el alma proponerle eso a Francisca. Era su niño, su hijo, pero en lo más profundo de su alma sabía que si se casaba con Salvador o con quién fuera sin amor, sería una desgraciada toda su vida. Y Francisca no merecía eso.
- ¡No! ¡Eso nunca! ¡Este niño es lo único que me queda! - le gritó terriblemente enojada. ¿Cómo se le ocurría proponerle eso? ¿Cómo iba a acabar con lo único que le quedaba de Raimundo? ¿Cómo iba a desprenderse del fruto de ambos?
- Lo siento, Francisca. De verdad. No sé como he podido sugerirte tal sandez. Te ruego que me disculpes. - ¿Qué demonios significaba aquello de 'Este niño es lo único que me queda'? ¿Qué ha querido decir con eso?
Francisca se levantó del sillón y, tras acariciarle el hombro en modo de perdón, se fue a su alcoba.
Leonor estaba terriblemente preocupada por el futuro de Francisca y decidió hablar con Don Enrique.
- Disculpe Señor, ¿puedo pasar?
- Claro Leonor, ¿qué ocurre?
- Verá, es sobre Francisca. La niña no está bien. Nada bien.
- ¡¿Le ha pasado algo?! - Dijo mientras de un salto se levantaba de la silla del despacho. - ¡¿Y al bebé?!
- No, no. Nada de eso Señor. Lamento haberle alarmado. Se encuentran ambos bien de salud. No me refería a eso, sino a su estado anímico. La boda le importa lo más mínimo, se pasa el día llorando, apagada, sólo se le ilumina el rostro cuando hablamos del pequeño.
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Raimundo y Francisca
RomanceRaimundo, con 24 años, acaba de terminar la carrera de Medicina y ha vuelto a Puente Viejo para quedarse. Francisca, de 22, se dedica a administrar sus tierras junto a su padre, Enrique Montenegro. Ambos se conocen desde niños y la amistad inicial s...