RAIMUNDO Y FRANCISCA I

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No había pegado ojo en toda la noche, como venía siendo normal en los últimos días. Decidió servirse otra copa de coñac sabiendo que al día siguiente se arrepentiría. Estaba en el comedor dispuesto a ello cuando aporrearon a la puerta.

Desconcertado fue a abrir ¿quién demonios era a estas horas?

- Don Raimundo, debe acompañarme a la Casona. Necesitamos un médico urgéntemente. - Dijo el muchacho con la respiración entrecortada muestra del cansancio por haber venido corriendo.

- ¿Qué ha sucedido? - Le preguntó temiendo de que algo malo les hubiese ocurrido a Don Enrique o a Leonor.

- Se lo cuento por el camino, no podemos perder más tiempo.

Tras recoger todo lo necesario, emprendieron camino. Cuando el muchacho le refirió que quien necesitaba de su asistencia era Salvador, empalideció.

- ¿Qué hace él allí? - Preguntó sin poder evitarlo.

- ¿No lo sabe Señor? Tanto él como su esposa ahora residen en la Casona, desde ayer mismo.

Raimundo estaba desconcertado. ¿Por qué se habían mudado a Puente Viejo?

Nunca se le hizo tan largo el camino hasta la Casona, por una parte sentía una emoción indescriptible por ver a Francisca, pero, por otra, recordar que iba a atender a su marido le destrozaba.

En pocos minutos se encontraban llamando a la puerta. Notaba como le temblaban las piernas, lo brazos, las manos. El cuerpo entero. De pronto, sin tiempo a recomponerse, Leonor abrió.

- Raimundo ¿qué haces aquí? - Preguntó algo turbada al verle.

- Soy el nuevo médico de Puente Viejo. - Le contestó mientras entraba. - ¿Dónde se encuentra el Señor Castro? - Preguntó sin poder evitar su desprecio hacia él.

Sin contestar, Leonor le acompañó hasta la alcoba donde estaba. No hubiera echo falta que le acompañara, sabía perfectamente cual era la alcoba de Francisca. Antes de entrar suspiró, sabía perfectamente que ella estaría allí.

- Señores, ya ha llegado el doctor. - Dijo Leonor sabiendo lo que vendía.

- Adelante, que pase. - Contestó Francisca, mientras se giraba para explicarle a Pablo qué había sucedido.

Pero no era Pablo. Era él. Raimundo. Se sintió desfallecer en ese momento. No pudo evitar dejar de mirarle, sus ojos marrones tristes como nunca antes había visto y una barba descuidada de varios días.

Entonces la vió. Su pelo oscuro y rizado cubriéndole la espalda, su semblante cansado, sus ojos apagados, su boca entreabierta fruto de la sorpresa al verle. Estaba diferente, no tenía esa vitalidad de antes.

- Buenas noches ¿qué ha sucedido? - Alcanzó a preguntar sin poder dejar de mirarla.

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