RAIMUNDO Y FRANCISCA XIV

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Habían pasado varias semanas desde la última vez que se vieron, Francisca no podía dejar de pensar en aquél encuentro y más ahora que Salvador había regresado. Ahora que Salvador estaba en Puente Viejo, Raimundo y ella no habían podido volver a verse.

Supo, a través de Leonor y de su padre, que Raimundo había hecho varias visitas a Oviedo. También había recibido varias cartas de él, donde le iba contando tanto las reformas en su futuro hogar como todo lo relativo a Salvador.

Raimundo había pasado en Oviedo más tiempo del que pensó en un principio. Se comportó con Ángeles como un verdadero caballero e, incluso, se atrevería a asegurar que ella comenzaba a sentir algo por él. Sabía que era injusto, pero era lo mejor que podía suceder para no levantar sospechas.

Por otra parte se sentía radiante. Natalia y Zacarias habían dejado la casa impecable, habían tenido en cuenta cada detalle. Les habían provisto de ollas, sartenes, sábanas, mantas, ropa... Y también una preciosa cuna llena de peluches para el bebé.

Raimundo se sentó en la butaca que había junto a la cuna. Mientras estaba perdido en sus pensamientos, Natalia entró en la habitación.

- ¿Te ha gustado como lo hemos dejado?

- Sí. Muchísimo. Ha quedado una casa preciosa, mil gracias por todo Natalia.

- Te noto triste Raimundo. ¿Qué te ocurre?

- Tengo miedo. - Reconoció sabiendo que Natalia era con la única persona que podía sincerarse en este aspecto. - Miedo a no poder querer a la criatura que está por venir.

- Lo que vas a hacer haciéndote cargo del bebé de otro, te hace aún mejor hombre Raimundo. Ya verás que al cabo del tiempo, lo aceptarás como tuyo. Imagino que no será fácil, pero por el amor que sientes hacia Francisca, lo lograrás. - Sentenció Natalia mientras le acariciaba el hombro en señal de apoyo.

- Eso espero. Aunque creo que, siendo hijo de Francisca, le querré tanto como a ella. - Dijo con una sonrisa en el rostro. - ¿Sabes qué? Estoy convencido de que será una niña tan bonita como ella. Con sus ojos, su pelo oscuro y ondulado y, lo que más miedo me da, con su carácter.

Ambos pasaron la tarde terminando de colocar los enseres que había traído Raimundo antes de que éste volviera a emprender viaje hacia Puente Viejo.

Aprovechando la llegada de la primavera, Francisca había salido a pasear junto a Leonor por el jardín.

- Hace un tiempo maravilloso ¿verdad Leonor?

- Por cierto que sí. Además, estos paseos le vendrán de guinda al embarazo. ¿Sientes alguna molestia?

- No, ninguna. Me encuentro fenomenal, aunque, con esta barriga, ya empieza a resultarme una verdadera aventura ponerme los zapatos. - Ambas rieron ante el comentario de Francisca.

- Ya sabes que si necesitas ayuda, nos tienes a tu padre y a mí y... Dentro de poco, Raimundo te ayudará de mil amores. - Afirmó Leonor guiñándole un ojo.

- No veo la hora de que eso ocurra. Raimundo me contó que ya tenía todos los documentos preparados para la nulidad de mi matrimonio con Salvador. ¿Crees que él aceptará?

- No lo sé, Francisca. Pero si las pruebas que dice tener Raimundo son tan claras y evidentes como nos ha comentado, junto a una suma importante de dinero... Sería muy estúpido si se negara.

- Sólo nos queda esperar, pero tengo miedo a que Salvador decida acudir a Don Ramón.

- No tiene porque, Francisca. Bien sabes que seréis tu padre y tú quienes se lo plantearéis, haciendo parecer que Raimundo está al margen de esto.

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