RAMÓN I

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La conversación con Enrique Montenegro le había alterado más de lo que pretendía aparentar.

Nada más marcharse, llamó a su capataz y le ordenó enviar a sus dos mejores hombres bien armados a vigilar a Raimundo. Tenían la órden de disparar a cualquiera que le atacara o que tuviera la intención de hacerlo. También dispuso a otro par de hombres a vigilar a Salvador. Cada uno de sus movimientos estarían controlados desde este mismo momento. Y eso, para que negarlo, le tranquilizaba.

Más tarde llamó a otro grupo de hombres para que acudieran a la casa de comidas a escuchar los planes de Salvador. Ahora ya le tenía plenamente controlado, pero no era suficiente.

Telefoneó a su contacto en Madrid para recabar información sobre el internado en el que estaba Carlos, el hijo mayor de Salvador. Así tendría otra baza para afrentarle, pues sabía que el nuevo Gobernador de la comarca iba tras él y no dudaría en investigarle.

Cierto era que si no le quedaba otra opción, Salvador lo pagaría con su vida tal y como le había explicado a Enrique. Pero debía ser cauto. Si liquidaba a Salvador la justicia no lo pasaría por alto y todos los dedos le apuntarían a él.

Durante toda la tarde estuvo pensando en ir a visitar a Raimundo al dispensario. Pensó en advertirle del peligro que corría, pero sabía que ante cualquier cosa que él le dijera, Raimundo haría lo contrario. Así que decidió no ir a verle al menos de momento.

Bien entrada la noche, Ramón seguía en el despacho aguardando a sus hombres para que le informaran. Su tardanza le escamaba en gordo. Tanto que cuando estaba ya saliendo por la puerta, escuchó voces a lo lejos. Eran ellos.

Tras más de una hora reunidos, le explicaron los planes de Salvador para con Raimundo.

Escuchó atentamente todo lo que le iban contando, anotando como solía hacer todos los detalles. Con los años había aprendido que escribir las cosas ayudaba a organizarse y a no dejar pasar nada por alto.

Sus hombres le detallaron como Salvador pretendía vigilar los movimientos de Raimundo durante los próximos días para, una vez conozcan su rutina, atacarle en un camino para, posteriormente, llevarle a un cobertizo situado en las tierras de los Montenegro donde Salvador ya se encargaría de él.

Tal y como iba conociendo los detalles, Ramón tenía los pelos de punta. Sentía miedo.

Dispuso continuar con el mismo operativo. Vigilancia durante 24 horas tanto a Salvador como a Raimundo y, sobretodo, que propuraran saber qué día iba a atacar Salvador.

Apenas durmió aquella noche. La cabeza no paraba de dar vueltas al tema de Salvador. Ese hombre estaba loco y era capaz de lo peor y Raimundo había sufrido demasiados golpes en los últimos meses. No resistiría otro embiste del mismo calibre.

De buena mañana, después de que sus hombres le informaran que Salvador había marchado a trabajar al campo, decidió acercarse a la Casona para hablar con Enrique.

No le hacía especial ilusión reunirse con él, pero la ocasión lo merecía. Además, siendo justo con él, le estaba agradecido.

Llamó a la puerta y en pocos segundos Leonor le abrió. Notó como le miraba con cierto desprecio, pero, lo que realmente le sorprendió es que le dejara pasar sin pedirle ninguna explicación. Supuso en ese instante que tal vez Enrique la pusiera al tanto de su posible visita o... a lo mejor ella sabía que sucedía.

Sin darle más vueltas, siguío con la mirada a Leonor, la cual estaba en el despacho informando a Enrique. Con un gesto sutil le indicó que podía pasar. Y así lo hizo.

- ¿Ha sucedido algo nuevo? - Le preguntó a bocajarro Enrique mientras cerraba la puerta de la estancia.

- Sí. Tengo nuevas que quiero compartir contigo. - Afirmó Ramón, el cual comenzó a detallarle todo lo que sabía.

Enrique escuchaba atento todo lo que le estaba relatando Ramón. Aunque supiera de hace tiempo que Salvador no tenía piedad alguna, temblaba por la suerte que podía correr Raimundo.

- Enrique, he de pedirte un favor. Intenta avisar a Raimundo de algún modo. A tí te respeta y te haría caso si le pidieras precaución o que evitara a Salvador. - Ramón sabía que la única forma de avisar a Raimundo era mediante la intervención de Enrique.

- No te preocupes. Yo me encargo. - Le respondió sincero Enrique. - Te iré informando si sé algo nuevo.

- Y yo a tí. - Dijo mientras se levantaba y se dirigía a la puerta. - Enrique, muchas gracias.

Había llegado el día. Faltaba una hora para que Salvador interceptara por el camino a Raimundo. Supo a través de Enrique que Raimundo estaba advertido y, de hecho, los hombres que le estaban siguiendo en los últimos días, en varias ocasiones estuvieron apunto de ser descubiertos.

Por el camino estaba pasando Raimundo tal y como estaba establecido. Los hombres de Salvador que Ramón había comprado le dejaron pasar. Una vez alejado de la zona Raimundo, Ramón fue hacia ellos acompañado de una veintena de hombres armados más. Fingieron, atándole las manos y poniéndole un capuchón, que Ramón era Raimundo y le llevaron hacia la cabaña en la que les aguardaba Salvador.

Salvador les obligó a dejar a "Raimundo" de rodillas en el suelo y quitarle el capuchón. Su sorpresa fue máxima cuando vió que se trataba de Ramón. Seguidamente sus propios hombres se lanzaron sobre él reduciéndole sin darle opción a defenderse. Soltaron rápidamente a Ramón y pudo divisar como tras él iban entrando hombres armados.

- Vaya, vaya. ¿Ésto no te lo esperabas, verdad? - Preguntó irónico Ramón.

- ¿Qué vas a hacerme? - Preguntó Salvador consciente de la situación. - Te recuerdo que tu hijo te ha repudiado y que nunca ha seguido tus pasos. Es un pusilámine que sigue enamorado de mi mujer, pues sino no se entiende que le atendiera en el parto tras lo que sucedió. Es a él a quien deberías reducir, pues es él quien ha perdido su dignidad y ha dejado por los suelos el apellido Ulloa.

Ramón le dio un varios puntapies a Salvador. Sacó toda su rabia acumulada durante estos días.

- No te consiento que hables así de mi hijo. Y ahora escúchame bien. Estos hombres van a darte una paliza que jamás olvidarás. Y estos otros hombres. - Dijo mientras apuntaba a los otros veinte que estaban armados tras él. - Tienen dada la orden de matarte si te vuelves a acercar a mi hijo. Y, por si acaso no lo has entendido, tengo apostrados a dos hombres más en el internado en el que está tu hijo mayor. Si tú atacas a mi hijo yo haré lo propio con el tuyo. ¿Lo has entendido ya, Castro?

Salvador asintió sin pronunciar palabra y cerró los ojos. Nunca había visto esa mirada de odio y rabia en nadie. Sabía que Ramón no vacilaría.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora