FRANCISCA IV

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Había salido al jardín junto a Salvador, hacía un frío atroz y, para más inri, se había dejado el abrigo dentro. Se maldijo por ello, no podía caer enferma ahora y que eso afectara a su pequeño.

Salvador debió darse cuenta de que estaba helada y le cedió su abrigo para cubrirse.

- Muchas gracias, la verdad es que estaba congelada.

- Durante esta época del año es muy extraño que haga frío, ¿verdad señorita? - Respondió con ironia.

Francisca sonrió.

- La fiesta ha sido todo un éxito, le felicito por ello.

- Muchas gracias, aunque, si he de serle sincero, usted ha sido la que le ha dado luz al evento.

- No sea zalamero, los canapés han sido el verdadero éxito, sino pregúnteselo a mi padre.

Ambos rieron y siguieron hablando de los invitados. Francisca, a pesar de mostrar un cierto interés por la conversación, estaba perfeccionando su plan, hasta que Salvador nombró a Raimundo.

- Me extraña que el joven de los Ulloa no haya acudido con su prometida, dado que van a casarse en breve sería un buen momento para presentarla en sociedad, ¿no cree?

- Supongo que deben de estar demasiado ocupados ultimando los preparativos. - Dijo con un tono de tristeza y rencor a partes iguales que a Salvador no le pareció indiferente.

- Le ruego que me disculpe por mi falta de tacto dado que ustedes fueron prometidos.

- No se preocupe, está más que superado, lo que haga o deje de hacer el Ulloa no me importa lo más mínimo. - Mintió. Claro que le importaba. Incluso tuvo la esperanza de acudiera a la fiesta y poder verle, aunque, en el fondo, sabía que lo mejor había sido que no viniera. Se acarició inconscientemente el vientre, tenía que sacar fuerzas por él. Por su niño. Porque ahora era lo único que importaba. Por encima de Raimundo y de ella misma.

- Me alegro entonces y, si me lo permite, usted merece un hombre mejor que él.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora