RAIMUNDO I

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El viaje había sido largo y agotador. No había conciliado el sueño pensando en Francisca. En su reacción.

La idea de haberle partido el corazón le destrozaba, pero era mejor eso que verla muerta. Pensó por un instante en ella inherte, blanca, sin vida y no pudo evitar que unas lágrimas se escaparan de sus ojos.

Había hecho lo correcto. Claro que había pensado en contarle la verdad, relatarle las amenazas de su padre y fugarse juntos. Casarse y comenzar una vida lejos de Puente Viejo, pero bien sabía que el mundo era un lugar demasiado pequeño para esconderse de Ramón Ulloa.

La diligencia acababa de anunciar el final del trayecto. Cogió el equipaje y bajó. Ya estaba en Madrid y allí, en la misma parada, le aguardaba su prometida, cuya cara denotaba la misma felicidad que la suya: ninguna.

La condición de su padre para no hacerle daño a Francisca no era sólo que rompiera su relación con ella, sino también que se casara con una rica heredera de la capital. Trató de negarse pero fué en vano, su padre hablaba demasiado en serio y él temía que fuera capaz de cumplir sus amenazas.

Llovía y hacía frío. Olía a humedad mezclada con el humo de las chimeneas. Era el mes de Noviembre. El mes de Noviembre más frío y vacío de su vida.

- Hola Raimundo, ¿Qué tal el viaje? ¿Vendrás agotado supongo?

- Buenas tardes Don Germán. Pues , la verdad es que estoy agotado, no veo la hora de llegar al hotel y acostarme. - Contestó con una fingida amabilidad, exagerando su agotamiento con tal de evitar pasar más rato del necesario con ellos. Hoy no soportaba estar vivo, necesitaba no pensar en nada, sólo pasar su duelo en soledad, sin más compañía que una botella de coñac.

- ¿Cómo que vas a instalarte en un hotel? Vas a venir a casa con nosotros, ¡qué casi eres un miembro de la familia! - Contestó Doña Eugenia mientras se acercaba a Raimundo para darle dos besos.

- Yo... Yo agradezco su generosidad pero no quisiera ser una molestia. - Y por primera vez sus ojos se posaron en los de Natalia, su prometida, la hija de Don German y Doña Eugenia.

Natalia se sonrojó. No le gustaba ser el centro de atención y esta situación le sobrepasaba. Lo único bueno de aquello es que Raimundo parecía un buen muchacho, amable, educado y, apuesto. Muy apuesto.

- No es molestia, Raimundo. Tenemos una casa enorme y podrás tener la intimidad que desees. ¿Verdad padres?

Conocía a Natalia desde pequeños. Habían pasado muchos años compartiendo cenas junto a sus padres. Era una muchacha muy agradable y bonita, pero no era Francisca. Ninguna era Francisca.

- Está bien. Si a ustedes no les importa, aceptaré encantado. - Aunque hubiera preferido refugiarse en un hotel sabía que debía guardar las formas y, si esa iba a ser su futura familia, al menos tener la mejor relación posible.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora