Llevaba varias horas en Oviedo. Cuando llegaron se instalaron en un céntrico hotel de la ciudad. Como hicieron la vez anterior, Raimundo y su padre acudieron a la residencia de los Escobar.
Ángeles y Juan Escobar les aguardaban allí. Según le había contado su padre, ambos se quedaron huérfanos años atrás y ahora Juan, el hermano mayor, se encargaba de todos los negocios de la familia.
Raimundo y Don Ramón se encontraban esperando en la fastuosa entrada a sus anfitriones. Mientras la criada les invitaba a pasar al comedor mientras avisaba a sus señores, Raimundo se fijó en un mozo que pasó por allí cargado con unas cajas. A penas le vio unos segundos pero le reconoció al instante.
Aún incrédulo por lo que acababa de descubrir, tuvo que recomponerse ante la llegada de los hermanos Escobar.
Pasaron el resto de la mañana junto a ellos, hablaron de negocios, política y ambos admiraron a Raimundo por su profesión. Decidieron aceptar la invitación a comer, Ramón por indagar más en los asuntos económicos de los Escobar y Raimundo por tratar de volver a ver a ese mozo.
Comieron sin ningún contratiempo, incluso Raimundo y Ángeles parecieron congeniar a los ojos de su padre y hermano, respectivamente.
- Bueno, Don Ramón, ¿qué le parece si pasamos al despacho a hablar de negocios? - Sugirió Juan. - Ángeles, ¿por qué no le enseñas la finca a Raimundo?
Ante la clara indirecta de Juan por quedarse asolas con su padre, Raimundo aceptó de buen grado pensando que ese paseo por la finca tal vez le permitiría volver a encontrarse con el mozo de las cajas.
Tal y como había pensado, Raimundo pudo volver a verlo y esta vez no tenía duda alguna de que se trataba de él. Sus miradas se cruzaron, ninguno de los dos dijo nada, pero se seguían con la mirada. Él también había reconocido a Raimundo. Al cabo de unos pocos minutos, escucharon un estruendo en un almacén colindante a la finca. Tanto Raimundo como Ángeles se apresuraron a ir.
- No alcanzo a comprender que ha podido pasar. - Dijo Ángeles algo turbada al contemplar varias cajas vacias por el suelo.
- Seguramente se habrá roto la balda, Señora, no se preocupe, ahora mismo lo arreglo. - Dijo el mozo que apareció tras ellos.
Mientras Ángeles contemplaba la escena, el joven aprovechó para entregarle una nota a Raimundo. Éste rápidamente la leyó y acto seguido la guardó en el bolsillo del pantalón.
A media tarde, los Ulloa se despidieron de los Escobar y tomaron rumbo hacia el hotel. Tras intercambiar opiniones de los hermanos, Raimundo se disculpó con su padre alegando que iba a salir a dar un paseo por la preciosa ciudad. Ramón aceptó de buen grado y marchó hacia su alcoba a redactar varios informes.
Una vez lejos del hotel, Raimundo volvió a leer la nota. Preguntó a una anciana sobre la dirección, siguió las indicaciones y de pronto les vio: allí estaban Natalia y Zacarías.
- ¡Raimundo! - Gritó Natalia mientras le abrazaba. - Cuando Zacarías me lo ha dicho no me lo podía creer.
- Natalia, ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? ¿Qué hacéis aquí? - Preguntó Raimundo francamente feliz por este inesperado reencuentro.
- Llevamos aquí no más de un mes. - Explicó Zacarías mientras le daba un abrazo. - Lamento no haberle dicho nada en la residencia Escobar, al ir con su padre no quería ponerle en un aprieto.
- No te preocupes Zacarías y, por favor, tutéame. Y ahora contadme de principio a fin lo acontecido estos meses.
Zacarías y Natalia invitaron a su pequeña casa a Raimundo. Le explicaron como Natalia había logrado engañar a sus padres fingiendo su entrada en un convento y como pocos dias después ambos lograron trabajo en Oviedo. Él como mozo en la residencia de los Escobar y ella como costurera en una sastrería.
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Raimundo y Francisca
RomanceRaimundo, con 24 años, acaba de terminar la carrera de Medicina y ha vuelto a Puente Viejo para quedarse. Francisca, de 22, se dedica a administrar sus tierras junto a su padre, Enrique Montenegro. Ambos se conocen desde niños y la amistad inicial s...