RAIMUNDO Y FRANCISCA XVII

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Los muros de la Casona se alzaban ante ellos. Raimundo no pudo esperar a que Don Enrique amarrara el caballo para bajar así que, sin pensárselo dos veces, saltó junto a su maletín y comenzó a correr. Don Enrique, al verle, no pudo sino dejar el caballo suelto e ir tras él.

- Vamos Francisca, de seguro que Raimundo y tu padre están al llegar. Aguanta un poco más. - Le pidió Leonor viéndola cada vez más desesperada.

Y, como si hubiera podido adivinarlo, en ese preciso instante, Raimundo entró en la alcoba.

- ¡Francisca! - Gritó al verla retorcerse en la cama. No sabía si sería capaz de atenderla. Ella no era una parturienta más, era la mujer que amaba y sabía que iba a tener que hacerle daño. Y por una vez, se sintió flaquear.

- Raimundo... Gracias... - Alcanzó a decir antes de que un grito saliera por su garganta. Era fruto de otra contracción. Apenas distaban unos pocos minutos entre una y otra. - Ayúdanos, por favor.

Tras lavarse las manos en uno de los barreños que había preparado Rosario, Raimundo se situó al pie de la cama dispuesto a atender el parto.

Había comenzado a anochecer y todos agradecieron la suave brisa que corría por la habitación. Rosario había abandonado la estancia para atender las tareas del hogar y preparar un buen caldo, la noche iba a ser larga. Don Enrique estaba sentado al lado de Francisca cogiéndole de la mano. Leonor asistía lo mejor que podía a Raimundo. Francisca sacaba fuerzas de flaqueza, la presencia de Raimundo había logrado calmarla sobremanera. Raimundo estaba sudando, era tanta la presión que sentía que no podía dejar de repasar mentalmente todos los procedimientos posibles para cada situación que pudiera devenir.

Las contracciones se sucedían cada dos minutos. El parto estaba en su momento más crítico.

- Francisca, escúchame. Necesito que sigas como hasta ahora, controlando la respiración. Lo estás haciendo muy bien. - Trató de animarla Raimundo. - Ahora voy a ver como está dispuesto el bebé, voy a ser lo más rápido posible, pero tienes que hacer fuerza para que pueda hacerlo bien. ¿Vale?

- Vale. Cuando tú quieras. - Contestó decidida Francisca.

Raimundo tomó aire y, controlando con su reloj la próxima contracción, hizo una señal a Francisca para que se preparara y procedió. El grito de Francisca fue desgarrador, seguía haciendo fuerza tal y como él le había pedido, pero no fue suficiente.

- Francisca lo has hecho muy bien. Pero necesito que volvamos a hacerlo. - Afirmó serio Raimundo.

- ¿Sucede algo, Raimundo? - Preguntó alarmada Francisca. Conocía a la perfección cada gesto suyo y sabía que algo no andaba bien. - No me mientas, por favor. ¿Qué ocurre?

- Es el bebé, no está posicionado como es menester. Pero tranquila. - Se apresuró a decir al ver como Francisca comenzaba a alterarse. - Voy a intentarlo otra vez ¿de acuerdo?

Francisca se limitó a asentir con la cabeza, no podía malgastar sus ya mermadas fuerzas en articular palabra. Volvió a sentir ese dolor desgarrador en sus entrañas, mientras procuraba tranquilizarse contemplando a Raimundo. Se reconfortaba pensando que la primera persona que vería su hijo sería su padre, aunque ninguno de los dos lo supiera. Notó como Raimundo seguía con el mismo semblante preocupado, no había podido recolocar el bebé. Consciente de su situación, Francisca decidió dar un paso adelante.

- Raimundo. - Dijo con un hilo de voz- Escúchame bien, si en algún momento has de decidir, quiero que viva el bebé.

Un silencio inundó la sala. Don Enrique y Leonor habían empalidecido ante la petición de Francisca.

- Francisca, escúchame tú a mí. - Dijo con un tono de voz más elevado de lo que pretendía. - Váis a vivir los dos ¿me oyes? ¡Los dos! - Pronunció mientras le cogía con firmeza el rostro. - ¿Acaso crees que podría dejarte morir? - Le preguntó con lágrimas en los ojos.

- Raimundo, por Dios, prométemelo. - Le pidió mientras sostenía con su mano derecha la suya que aún reposaba en su mejilla. - Te lo ruego. - Alcanzó a decir antes de perder el conocimiento.

Raimundo no pudo más y gritó. Sacó todo el dolor que llevaba dentro. Toda la pena que le consumía el alma. No podía permitir que Francisca se muriera. Antes ofrecería su vida millones de veces.

- Raimundo, reponte. - Le pidió con delicadeza Leonor. - Te necesitan entero. Saca fuerzas tú también.

- ¡No puedo Leonor! ¡Soy incapaz! ¡No puedo ver sufrir así a Francisca! ¡LA AMO! A pesar de todo y de todos. ¡La amo con toda mi alma! - Gritó cada una de las palabras. Necesitaba sacarlo fuera. No le importaba que Don Enrique o Leonor le oyeran, de sobra lo sabían.

- ¡Si de verdad la amas, ayúdala y deja de lloriquear! - Le gritó Don Enrique preso de la impotencia y del miedo. - ¡Demuestra que la amas!

Raimundo reaccionó ante tal comentario. Rápidamente sacó un frasco del maletín y lo acercó a la nariz de Francisca. Al cabo de pocos segundos recobró la consciencia.

- Francisca, no puedes desmayarte más. Vamos a hacer un último esfuerzo. Estamos todos aquí contigo para ayudarte a dar a luz a tu pequeño, pero depende de tí. ¿Estás preparada?

- Sí, Raimundo. Cuando quieras.

Volvieron a realizar el mismo procedimiento por tercera vez. Raimundo era consciente de que Francisca no aguantaría otro intento más, así que le pidió a Don Enrique y a Leonor que le infundieran ánimos.

En esta ocasión logró recolocar al feto en su sitio y Francisca lo notó. Pudo ver el rostro de Raimundo más relajado. Confiaba en él, sabía que lograría sacar a su hijo sano y salvo. Al hijo de ambos.

- Vale Francisca, el momento ha llegado. Piensa en tu hijo ¡y empuja!

Francisca empujaba con toda su alma, ya había dejado de sentir las piernas fruto del esfuerzo. Los gritos inundaban la alcoba y, aprovechando ese instante, Don Enrique le susurró al oído:

- Piensa en tu hijo y en su padre, en lo mucho que te sigue amando. Vamos Francisca, ¡hazlo por ellos!

Al oir esas palabras, Francisca utilizó sus últimas fuerzas. Empujó con más empeño si cabía. Miró profundamente a Raimundo, tratando de decirle con la mirada que le amaba. Que jamás había dejado de hacerlo. Por un momento sus miradas se cruzaron, sintió que se paraba el mundo en ese preciso instante. Sintió que se le nublaba la vista. Su cuerpo estaba exhausto y cuando creía que iba a volver a desmayarse, un llanto le devolvió las fuerzas.

- ¡Ya está Francisca! - Gritó emocionado Raimundo mientras sostenía con suma delicadeza al bebé. - ¡Es un niño precioso! - Afirmó mientras acababa de cortarle el cordón umbilical.

Las lágrimas de emoción sustituyeron de inmediato a las de dolor. Notaba como su padre no dejaba de besarle mientras tampoco podía esconder sus lágrimas. Veía a Raimundo sonreir como nunca antes había visto mientras sostenía a su hijo. Al fruto de su amor. Leonor estaba a su lado, ayudando a lavar al bebé sin cesar de acariciarle el rostro a Raimundo.

- Raimundo... - Pronunció altamente emocionada Francisca, la cual quería recordar la visión de su hijo en manos de padre para siempre. Las dos personas que más quería en ese mundo. Pero no podía aguantar más sin abrazar a su niño. - ¿Puedo cogerlo?

Raimundo le miró a los ojos y sintió que se derretía. En ese instante no pensaba en nada de lo que había ocurrido meses atrás. Sólo podía sentir que su felicidad era la suya propia. Por un instante apartó su mirada de la de Francisca y miró al pequeñín. Era un niño precioso, eso era innegable. Lo cubrió con una sábana blanca que le había dado Leonor y se acercó a Francisca para entregárselo.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora