RAIMUNDO XII

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Salió de la Casona por la puerta del servicio, no sin antes darle un beso a Leonor y robarle un trozo de pastel que acababa de preparar.

Era feliz y no sabía ocultarlo. Acudió al dispensario donde había una gran cantidad de paisanos esperándole. Se disculpó con ellos por su tardanza y les atendió con más devoción si cabía. La verdad es que ellos estaban encantados con su doctor, al principio eran un poco reticentes con él, por ser quien era, pero luego, gracias a su buen hacer, se ganó la confianza de todos.

Pasadas las diez de la noche, despedía al último paciente y se encaminó hacia casa. No dejaba de pensar en Francisca, en los besos que habían compartido, en los 'te quiero' que se habían intercambiado. Sentía que su amor por ella crecía a cada instante, la amaba más que a su vida y solo le pedía al destino que le dejara demostrárselo cada día del resto de su vida.

Mientras iba por el camino, notó una rama quebrarse tras él. Se giró algo asustado, pero no había nadie. Durante el resto del trayecto fue intranquilo, notaba que alguien le estaba siguiendo, podía sentirlo, pero cuando se giraba, no distinguía nada.

Llegó a casa algo turbado por lo acontecido: estaba seguro de que le seguían. Entró en el comedor y allí estaba su padre, sentado en el sillón tomándose una copa.

- ¿Ha mandado usted que me sigan? - Preguntó Raimundo algo desconcertado.

- ¿Yo? No. ¿A caso tengo motivos para hacerlo? - Inquirió Ramón.

- Sólo quiero saber si usted ha mandado que me vigilen, no se lo estoy reprochando, sólo quiero saberlo.

- Ya te digo que no, hijo. Otras veces lo he hecho y te he avisado. Pero ¿a qué viene esto?

- Si no ha sido usted... - Susurró Raimundo aún más desconcertado ¿quién demonios le sigue? - De regreso a casa he notado que alguien me seguía, pero cuando me giraba no hallaba a nadie.

- ¿Estás seguro de eso? - Ramón comenzó a preocuparse en serio. - A lo mejor eran animales, al ser de noche...

- No, no. Estoy seguro de que alguien me seguía. Lo he notado.

- ¿Y quién puede ser?

- Eso me gustaría saber a mi...

Tras la cena, se encaminó hacía su alcoba y se sentó en el escritorio: tenía que pensar en muchas cosas.

Tenía que proporcionarle un futuro digno a Francisca y a su criatura. Sabía que aún no habían hablado de eso, pero también sabía que se amaban, por eso tenía que comenzar a organizar su futuro.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora