FRANCISCA XVII

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Comenzaba a preocuparse seriamente. Su padre y Leonor habían salido de casa hacía ya varias horas y todavía no habían regresado. Procuró tranquilizarse pensándoles juntos en algún lugar íntimo prodigándose caricias y besos. Cierto era que ellos aún no le habían contado nada, pero ella no era tonta y sabía que estaban enamorados desde hacía varios meses.

Salvador había marchado a La Puebla para atender unos negocios. Desde que descubrió la verdad, se mostraba ante ella tal y como era. Incluso se comportaba de la misma forma despectiva con su padre, el cual tuvo que cederle la administración de las fincas para evitar males mayores.

Llevaba varios dias encontrándose más fatigada de lo habitual. Tanto su padre como Leonor, conocedores de que el parto estaba más cerca de lo que nadie creía, procuraban no dejarla sóla.

Enfrascada en sus pensamientos, escuchó como se abría la puerta principal.

- Padre, Leonor ¿cómo es que han tardado tanto? - Preguntó sarcásticamente Francisca.

- Verás hija, Leonor ha sufrido un vahído mientras estábamos en el colmado.

- Leonor ¿estás bien? - Le preguntó mientras la ayudaba a sentarse en el sillón del comedor.

- Sí, hija. Ya estoy mucho mejor. Ha sido un mareo fruto de este calor insoportable. - Trató de tranquilizarla Leonor.

- Ahora mismo llamamos a Don Pablo y que venga a visitarte como es debido.

- Tranquila Francisca, Raimundo me ha atendido en el dispensario.

Empalideció al escuchar su nombre. Raimundo. No pasaba ni un sólo día en el que no pensara en él. Ni un sólo momento, mejor dicho. Se sentía rota por dentro desde aquel fatídico día en el que tuvo que mentirle. Desde entonces había pensado en contarle la verdad, pero era imposible. Raimundo no la creería y si Salvador se enteraba... No quería ni pensar en las consecuéncias.

Si seguía adelante era por su hijo, ese que estaba por venir, lo único que le quedaría de Raimundo. Rezaba cada noche para que acabara esa pesadilla, incluso había ideado mil planes para acabar con la vida de Salvador. Pero era incapaz. Tenía un miedo atroz de fallar en su intento y que le arrebataran a su hijo.

- Y... ¿Cómo está Raimundo? - Preguntó temerosa.

- Bien, hija. Fue una suerte que estuviera en la plaza. Atendió a Leonor de maravilla. - Le confirmó Don Enrique y, dado que ella no se atrebía a preguntárselo abiértamente, él se adelantó. - También me ha preguntado por tí...

- ¿Ah si? - Respondió incrédula Francisca. - ¿No le habrá contado nada?

- No hija, no le he dicho nada. Y no por falta de ganas. ¿No crees que debería saber la verdad? Igual él podría encontrar una soluci...

- ¡NO! - Le cortó rápidamente Francisca. - ¿Acaso no recuerda las claras amenazas de Salvador? ¿Cree que voy a permitir ponerles en peligro? ¿No ve que Raimundo ya no me creería? ¿Y qué sería de mi hijo si me denunciase por adúltera? - Francisca comenzó a llorar. ¡Claro que le gustaría que Raimundo conocese la verdad! ¿Pero es que nadie comprendía que eso acaerraría más peligro aún?

- Está bien hija, no te sulfures. Tienes razón. Pero por favor, tranquilízate. Hazlo por mi nieto. - Le dijo tiérnamente Don Enrique mientras la abrazaba tratando de calmarla.

- Padre, Leonor, me gustaría pedirles algo. - Francisca había decidido compartir con ellos una decisión que ya llevaba muchos días rondando por su cabeza. Y ya había llegado el momento de compartirla con ellos.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora