RAIMUNDO Y FRANCISCA XXIV

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Raimundo mecía a Tristan mientras no perdía de vista el enfrentamiento entre su padre y Francisca. Decidió no intervenir, pues ni Francisca necesitaba ayuda para afrentarle ni sería oportuno posicionarse ante su padre.

Cuando Tristán descubrió la barba de su padre, dejó de llorar. Raimundo, astuto, elevó al pequeño para que pudiera alcanzar con ambas manitas su barba, quedándose prácticamente, mejilla con mejilla.

Ramón dirigió su mirada hacia el pequeño. Parecía increible lo tranquilo que se mostraba en brazos de Raimundo. Se fijó en su hijo, en la amplia sonrisa que tenía dibujada en su rostro mientras hacía carantoñas al bebé. Inconscientemente se percató del pequeño remolino que tenía Tristán en la nuca.

Oía a Francisca, la cual seguía gritándole, pero no la escuchaba. Se había quedado embobado mirando al bebé, tratando de descubrir que diantres le resultaba familiar de él.

Raimundo, con un gesto inconsciente, desplazó a Tristán de un brazo a otro, no sin antes darle un cálido beso en la frente.

Don Ramón comenzó a temblar. Era imposible aquello que le rondaba la mente. O tal vez no era tan imposible. Sintió como decenas de recuerdos se le acumulaban, empezó a sudar y sentía como se iba mareando mientras un fuerte dolor se instalaba en su pecho.

Raimundo, consciente de que su padre no se encontraba bien, devolvió a Tristán a Francisca y corrió para sujetarle. Justo antes de que éste se desmayara.

Tras atenderle en el mismo despacho, Don Enrique llamó a un par de hombres para que ayudaran a Raimundo a trasladarlo a una estancia de la Casona, pues no era oportuno moverlo más de la cuenta.

Ramón Ulloa había sufrido un ataque al corazón. Raimundo había conseguido estabilizarlo y aguardaba junto a él en la alcoba.

Francisca se hallaba en el pasillo paseando de arriba a abajo con Tristán en brazos. Junto a ella se encontraba Leonor, la cual acababa de cocinar un caldo para Raimundo. Don Enrique acababa de llegar, pues había ido al establo para preparar la calesa por si empeoraba y había que trasladarlo al hospital.

Don Ramón se sentía confundido, recién acababa de despertar y no recordaba qué había ocurrido ni donde estaba. Abrió los ojos léntamente y no divisó a nadie. Escuchó como una puerta se abría y, al comprobar que era su hijo, empezó a recordar. Rápidamente cerró los ojos otra vez. No se sentía aún con fuerzas para afrontar lo sucedido.

Raimundo salió del baño, se acercó a su padre y se sentó a su lado. Con delicadeza le tomó el pulso y comprobó que había mejorado lévemente. Cogió el paño y lo humedeció en el barreño de agua fría y se lo colocó en la frente.

Escuchó unos suaves toques en la puerta y fue a abrir.

- ¿Se puede? - Preguntó Francisca.

- Claro, pasad.

- ¿Cómo está?

- Mejor. El pulso se le ha estabilizado, pero aún sigue inconsciente.

- Ya verás como se despierta pronto. Mientras tanto, te he preparado este caldo, que no has comido nada y debes estar agotado. - Le dijo Leonor mientras le daba el tazón.

- Y no rechistes Raimundo. - Le ordenó Enrique viendo como éste lo rechazaba.

- Muchas gracias. - Dijo Raimundo mientras se bebía el caldo. - ¿Y tú no duermes hoy, chiquitín? - Preguntó cariñoso a Tristán mientras lo cogía en brazos.

- Creo que prefiere tirar de la barba a su padre, es mucho más entretenido que dormir. - Respondió Francisca sonriendo al comprobar los tirones que le daba Tristán a Raimundo y como éste trataba de apartarse. - ¿Podemos hacer algo por tí?

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora