Habían pasado dos dias desde que llegaron los documentos que ponían en la cuerda floja a Salvador. No podía evitar sentir miedo ante lo que iba a acontecer.
Sabía que esa era la única opción que tenía para estar con Raimundo. Y no anhelaba nada más que eso en esta vida.
Raimundo aún no había llegado a Puente Viejo, esa misma mañana había recibido un telegrama suyo diciéndole que había surgido un imprevisto en Oviedo y debía quedarse un par de dias más.
En cierto modo sabía que era mejor que estubiera allí cuando todo explotara, así no podrían relacionarle con nada de lo que aconteciera en Puente Viejo.
Había notado un cambio en el comportamiento de Salvador. Estas últimas noches no la había buscado como solía hacer y desaparecía durante horas sin dar información sobre su paradero.
Miró el reloj. Apenas quedaban unos minutos para la hora de comer. Para la hora de la verdad.
Don Enrique también estaba en el despacho, aguardando la llegada de Salvador. Estaba nervioso, a pesar de que trataba de disimularlo ante su hija.
De pronto oyeron como la puerta principal se abrió. Padre e hija intercambiaron una mirada y Francisca cogió una silla y la puso al lado de su padre detrás del escritorio.
Salvador había llegado a la hora prevista, dejó su chaqueta y su sombrero a Leonor y encaminó sus pasos hacía el despacho. Al abrir la puerta del despacho supo de inmediato que el día había llegado. Sabía que ese momento iba a llegar más pronto que tarde pero, ciertamente, le había asombrado que los Montenegro hubieran corrido tanto.
- Salvador, mi hija y yo queremos hablar contigo de un tema delicado. Te ruego que te sientes con nosotros y nos dejes hablar hasta el final. - Pronunció muy sereno Don Enrique, sin dejar de coger de la mano a Francisca.
- Pero... ¿Sucede algo? ¿Estás bien, Francisca? ¿Y el bebé? - Trató de parecer desconcertado. Él tenía la sartén por el mango y sólo deseaba que comenzara el espectáculo.
- Verás Salvador - Tomó la palabra Francisca. - Como bien sabes, nuestro matrimonio tuvo lugar debido a mi embarazo. Como también sabes, ninguno de los dos nos desposamos enamorados del otro y la convivencia no ha traído consigo el amor. - Francisca dejó de hablar por un instante. Sentía que le faltaban las fuerzas.
- Hasta aquí todo es cierto. ¿Y? - Contestó Salvador con ese tono de superioridad tan característico suyo.
- Quiero la nulidad matrimonial. - Contestó igual de dura Francisca mientras deslizaba por la mesa hacia Salvador la carpeta con los papeles del obispado.
- No. - Respondió sin ni siquiera abrir la carpeta.
- Salvador, tu mismo acabas de reconocer que no amas a Francisca. Te estamos ofreciendo la posibilidad de que ambos podáis rehacer vuestra vida. - Trató de convencerle Don Enrique.
- Vaya, mi querido suegro siempre velando por mí. Pero lo lamento, no tengo intención de romper mi matrimonio.
- Salvador, no quería llegar a esto pero... - Dijo el Montenegro mientras abría la caja fuerte y sacaba la caja de los documentos. - Tenemos la suficiente información como para hundirte la vida.
- Teníais. - Matizó Salvador sonriente.
Tanto Francisca como Enrique se miraron desconcertados. Francisca abrió la caja raudamente y descubrió que estaba llena de retales de papeles de periódico. Ambos se quedaron desconcertados.
- Casi os sale bien la jugada, Francisca. Casi el medicucho logra quedarse con mi mujer y mi hijo. Casi lo logras, esposa mía.
- Salvador, por favor te lo pido, acabemos ya con esta farsa. Elige una cantidad de dinero y vete. Bien sabes que podemos recuperar la información que nos has robado. - Trató de mantenerse firme Francisca, aún desconcertada por como Salvador se había podido enterar de lo que guardaban en esa caja.
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Raimundo y Francisca
RomanceRaimundo, con 24 años, acaba de terminar la carrera de Medicina y ha vuelto a Puente Viejo para quedarse. Francisca, de 22, se dedica a administrar sus tierras junto a su padre, Enrique Montenegro. Ambos se conocen desde niños y la amistad inicial s...