RAIMUNDO Y FRANCISCA XXIII

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Francisca apretaba con fuerza la mano de Raimundo. Notaba como se había comenzado a tensar a medida que le iban relatando lo acontecido semanas atrás con Salvador y su padre.

- Raimundo, cariño... ¿No dices nada?

- No sé qué decir, Francisca. - Le respondió sujetándole firmemente la mano. - Pero no podéis seguir bajo el mismo techo. - Dijo mientras se ponía en pie y se acercaba a Don Enrique para coger en brazos a Tristán. - Ahora mismo nos vamos los tres bien lejos de aquí.

- Raimundo tente. ¿Dónde vamos a ir? Salvador nos encontraría. Además, somos su mujer y su hijo, la Guardia Civil nos buscaría. ¿Quieres eso? - Le contestó Francisca tratando de hacer entrar en razón a Raimundo.

- Francisca, vámonos ya. Cuanto antes salgamos, mejor. - Respondió Raimundo mientras seguía aferrando su mano a la de ella.

- ¡No! - Exclamó. - Ni Tristán ni yo vamos a irnos a ninguna parte. - Le dijo mientras se soltaba de su mano y cogía a Tristán en brazos.

- Es mucho mejor quedarse aquí junto a esa bestia, ¿verdad? ¡Quedarse aquí a esperar que un día te mate de una paliza y que haga de nuestro hijo un desgraciado si antes no acaba con él! - Raimundo dejó de gritar al comprobar las lágimas de Francisca.

- ¿Has terminado? - Preguntó Francisca tratando de controlar las lágrimas.

- Francisca... - Susurró Raimundo acercándose léntamente hacia ella.

- Vete. - Respondió firme Francisca mientras subía por las escaleras con el pequeño.

Raimundo se quedó clavado en el suelo siguiéndoles con la mirada. Sabía que era inútil hablar con ella ahora. Era consciente de que se había excedido, pero el miedo y la rabia eran los que le habían impulsado a actuar así.

Se giró hacia Don Enrique y Leonor y agachó la cabeza.

- Por favor, díganle a Francisca que mañana vendré a verles. - Y sin añadir nada más salió de la Casona.

Aquella noche ninguno de los dos pudo dormir. Al alba, Raimundo ya estaba en el dispensario trabajando mirando la hora cada cinco minutos. Quería ir a la Casona y hablar con Francisca, pero le aterraba la idea de que ella no quisiera verle más.

Cuando sonaron las 10 en punto no pudo aguantarse más y decidió ir allí.

Don Ramón se encontraba en la casa de comidas de la plaza, quería ver a Raimundo y comprobar que estaba bien. Mientras apuraba el café vió como su hijo salía del dispensario casi corriendo. Pensó que acudía a visitar a algún paciente, pero su gesto serio y preocupado le alarmó y decidió seguirle.

Francisca acababa de asear a Tristán tras haberle dado el pecho y bajó al comedor con el pequeño en brazos. Leonor ya le había dispuesto el desayuno y, Don Enrique, la aguardaba mientras leía el periódico.

- Hoy os habéis levantado pronto. ¿No tenías sueño chiquitín? - Bromeó Don Enrique mientras cogía a Tristán en brazos y le daba un beso en la sién a Francisca. - ¿Has descansado?

- Apenas... - Respondió sincera Francisca. - Padre... ¿sabe algo de Raimundo?

- Nada hija. Ayer antes de marcharse dijo que se regresaría hoy, pero aún no ha venido.

Antes de que Francisca pudiera responder, escucharon unos suaves golpes que procedían de la puerta principal. Ambos permanecieron en silencio mientras Leonor se acercaba a la puerta para abrir.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora