- ¿CÓMO QUÉ ESTÁS EMBARAZADA? MALDITA SEA, ¿NO TE HAN ENSEÑADO A EVITAR QUE ESO SUCEDA? - Le gritó Salvador tras haberse quedado asolas. Sus respectivos padres habían decidido que la boda debería celebrarse lo antes posible.
- ¡LA ÚNICA SOLUCIÓN QUE HAY PARA NO QUEDARSE EMBARAZADA ES NO YACER! ASÍ QUE NO SOY LA ÚNICA CULPABLE. - Bien sabía que Salvador no tenía culpa alguna de este embarazo, pero no soportaba ese tono altivo que se gastaba ahora con ella.
Salvador bufó. Francisca tenía razón y ese embarazo era una consecuencia de sus actos. Había pensado en volver a casarse con otra mujer para sacarle los cuartos como a su difunta esposa. Los Montenegro, mirándolo bien, era la única familia cuya hija iba a heredar toda la fortuna familiar. Y, por ende, él.
- Y dime cariño, ¿cómo te encuentras? - Le preguntó Salvador con un tono mucho más calmado y dulce mientras le acariciaba el vientre.
- Bien, de momento bien. - Contestó mientras le apartaba la mano del vientre bruscamente. - Pero no voy a consentirte que me grites ni me insultes nunca más. ¿Lo has entendido?
- Claro amor. Lo lamento. Entiende que me haya sorprendido la noticia y no haya sabido reaccionar.
- Esta bien, ahora voy a ver que han dispuesto nuestros padres.
Mientras Francisca se alejaba, Salvador siguió dándole vueltas a la herencia de los Montenegro. Al final, ese embarazo iba a ser su garantía de futuro.
- Ay Francisca, Francisca, me parece que cuando nos hayamos desposado y haya nacido nuestro hijo, vas a desear que sólo te grite. - Murmuró suavemente con una sonrisa malévola mientras se dirigía al comedor donde estaban reunidos los Montenegro con su padre. Había que organizar una boda y no tenía tiempo que perder.
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Después de pasar toda la tarde en la residencia de los Castro, Francisca y su padre volvían en calesa a la Casona. No se habían dirigido la palabra en todo el trayecto, tanto en el de la ida como ahora en la vuelta. Finalmente Don Enrique decidió romper el hielo.
- ¿Cómo estás?
- Bien, gracias. Padre... Lamento que haya ocurrido esto, de verdad. Nunca he querido decepcionarle, se lo prometo. - Francisca necesitaba que su padre le perdonara. Él no podía darle de lado. Él también, no. No lo soportaría. Deseaba que su padre enseñara a su hijo a leer, a anadar, a correr, a pensar. Deseaba que le enseñara todo lo que debería haberle enseñado Raimundo.
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Raimundo y Francisca
RomanceRaimundo, con 24 años, acaba de terminar la carrera de Medicina y ha vuelto a Puente Viejo para quedarse. Francisca, de 22, se dedica a administrar sus tierras junto a su padre, Enrique Montenegro. Ambos se conocen desde niños y la amistad inicial s...