RAIMUNDO IX

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En los carteles ya aparecía el nombre de Puente Viejo. Ya estaba en casa.

Tras un viaje agotador y más largo de lo que esperaban debido a las intensas nevadas que habían caído, por fin había llegado.

Acordó con su padre decir que habían cancelado la boda por mutuo acuerdo. A pesar de la reticencia de Ramón, que quería decir que ellos habían sido los que habían roto, aceptó.

Al entrar en casa Rosaura y las demás sirvientas se sorprendieron.

- Señorito Raimundo ¡qué alegría verle! Permítanos darle la enhorabuena por su enlace. ¿Y su mujer, no le acompaña?

Ramón entró directo a su despacho, no soportaba que Raimundo estableciera una relación con el servicio más propia de amigo que de patrón.

- Yo también me alegro de veros. Y no, no me acompañana nadie. Finalmemte no me he casado. Ambos decidimos que era mejor así y nuestras familias aceptaron. Y ahora aquí estoy, dispuesto a seguir con mi vida de antes.

Todas se miraron entre sí. Cuchichearon sin reparar en su propia presencia. Era evidente que no sabía nada.

- ¿El qué no ? - Preguntó tras oír alguna palabra suelta. - Por favor... ¿qué ha sucedido?

Todas se miraron entre sí. No podían decirle nada sobre la boda de Francisca. Y Rosaura se arrancó a hablar.

- Verá Señor, comentábamos que no podrá seguir con su vida de antes ya que... Ya que su amigo Don Pablo es el nuevo doctor del pueblo.

- Ah ¿era eso? No me refería a mi trabajo, sino a algo más importante.

Y con una sonrisa subió a su alcoba, deseaba ver a Francisca ya mismo.

Tras arreglarse, decidió escribir una carta donde le explicaba lo acontecido. Bien sabía el carácter que tenía Francisca y era muy muy probable que, tras la bofetada que estaba convencido que le daría, no se dignaría a escucharle. Así que debía cubrirse las espaldas.

Sonrió. Su endemoniado carácter le tenía enamorado. Amaba su genio y su dureza al igual que amaba su fragilidad cuando estaba con él. Amaba todo de ella.

Antes de marchar hacia la Casona, fue al despacho de su padre para decirle que iba a visitar a Anselmo. Pero no estaba allí. ¿Dónde se habría metido? En fin. Daba igual. Le pasó el recado a una sirvienta y acto seguido se fue.

Durante el paseo hacia la Casona, Raimundo comenzó a notar algo extraño en su interior. Por un momento se asustó al pensar que podrían estar siguiéndole, pero no. Nadie le seguía.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora