RAIMUNDO XI

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Hacía un par de horas que atendía a los enfermos en el dispensario. Por fín había atendido a todos, sólo le faltaba hacer la ronda por las casas, así que decidió pasar por la casa de comidas a almorzar y tomarse un buen café. Preparó su maletín para no tener que volver al dispensario, pero cuando estaba a punto de salir, llamaron a la puerta.

- Adelante. - Contestó mientras volvía a ponerse la bata.

- Buenos días, doctor. ¿Puedo pasar?

Esa voz. A pesar de hacer muchos meses que no la escuchaba, sabía perfectamente quien era. Salvador Castro.

- Claro. Dígame, ¿qué le trae por aquí? - Quería terminar cuanto antes con él. Nunca le había soportado y ahora... Ahora menos aún. Por un momento pensó en Francisca. - ¿Le ha ocurrido algo a Francisca? - Preguntó con tanta preocupación como sentía.

- No, mi esposa está divínamente, con los dolores propios del embarazo. Tan solo venía para agradecerle su buen hacer la otra noche, tanto conmigo como con mi mujer.

- No es necesario. Sólo cumplí con mi trabajo. - Contestó tratando de finiquitar la conversación, no le apetecía aguantar su presencia ni un segundo más.

- Lo , pero quería agradecerle su buen hacer para con mi familia.

- Si tanto le preocupa su familia no debería llegar ebrio a casa. - No pudo evitar reprochárselo. Francisca estando embarazada y él de juega por ahí.

- Lo que yo haga o deje de hacer no le incumbe. - Respondió Salvador enfurecido por el reproche de Raimundo. ¿Quién se había creído él que era para decirle como debía actuar? - También quería invitarle al ágape que vamos a celebrar el sábado en la Casona con motivo del embarazo de mi esposa. - Se le ocurrió de repente, pero fue una idea maravillosa. Harían oficial el embarazo y ese maldito Ulloa se retorcería por dentro, pues era evidente que la nueva situación de Francisca le escamaba en gordo. - Tanto a usted como a su padre Don Ramón. - Quería dejarle bien claro quién mandaba.

- No si podremos acudir, tenemos demasiados compromisos. - No tenía gana alguna de asistir a semejante evento, pero no iba a darle el gusto de que le viera afligido por ello. - Gracias por la información, se lo trasmitiré a mi padre. Y, si no desea nada más, he de seguir con mi trabajo. - Le espetó mientras abría la puerta indicándole que se fuera.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora