RAIMUNDO Y FRANCISCA XXV

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Hacía algo más de una hora que había dejado a Raimundo con Ramón. Aguardaba en el comedor junto a su padre y Leonor sin poder ocultar su inquietud, pues bien sabía que los Ulloa estaban manteniendo una conversación clave para su futuro. Y para el futuro de Tristán.

- Francisca, estoy convencido de que todo va bien arriba. No voy a negar a éstas alturas que Ramón es un hombre sin escrúpulos, pero Tristán también es su nieto, no hará nada para perjudicarle. - Afirmó mientras le cogía de la mano tratando de calmar a su hija. - Además, ya ha demostrado que quiere proteger a Raimundo.

- Ramón es capaz de todo. Cierto es que se ha emocionado al saber el origen de Tristán, pero yo necesito algo más para respirar tranquila.

- ¿Y si subimos y afrentamos la situación cara a cara? - Propuso Leonor.

Mientras tanto, en una alcoba del piso superior, un emocionado Ramón trataba de disculparse ante su hijo. Raimundo le escuchaba tratando de no cambiar su semblante indiferente. No quería que su padre apercibiera ni un ápice de complicidad. No se lo merecía. Demasiado dolor había tenido que soportar por su culpa. Y más aún Francisca.

- Raimundo, sé que no puedo pedirte que me perdones, ni siquiera que confies en mí. Pero créeme cuando te digo que no voy a haceros daño. A ninguno de los tres. Y que podéis contar conmigo para afrentar al desgraciado de Salvador.

Ramón se había sincerado con su hijo. Sentía que se había quitado una losa de encima. Una losa que le pesaba cada día más. El orgullo. El maldito orgullo le había alejado de Raimundo. Y de su nieto. Jamás iba a perdonárselo. Él mismo había sido su propio verdugo.

Raimundo seguía callado. No se esperaba ese ofrecimiento por parte de su padre. Antes de poder contestar, alguien llamó a la puerta.

Eran Francisca, Leonor y Don Enrique. Finalmente habían decidido agarrar el toro por los cuernos y poner todas las cartas sobre la mesa. Francisca se acercó a Raimundo y le cogió de la mano tirando un poco de él para preguntarle al oído si le había contado toda la verdad. Raimundo asintió. Ramón fue testigo de ello y decidió hablar.

- Francisca, Raimundo me ha contado todo. Y como ya le he dicho a él no debéis temer reacción alguna por mi parte. - Ramón le miró a los ojos. Sin duda alguna Francisca había demostrado con creces que amaba a su hijo, cualquier otra en su lugar se habría desecho del embarazo. Pero ella no, prefirió el infierno a renunciar a una parte de Raimundo. - Bastante daño os he causado ya. Y por eso aprovecho para disculparme contigo.

Francisca se quedó de piedra. Jamás hubiera imaginado un gesto así por parte de Ramón. Raimundo la apretó hacia su pecho tratando de reconfortarla.

- ¿Y por qué deberíamos creerle? - Preguntó Raimundo.

- Porque ya perdí a tu madre y no quiero perderte a tí. Me obsesioné tratando de protegerte y ahora me he dado cuenta de que yo era tu mayor peligro. No quería que sufrieras por amor como yo lo hice cuando enviudé.

- Usted sabe bien que siempre he querido a su hijo. Que jamás le haría daño. - Replicó Francisca.

- Hasta ahora no he sido consciente de lo mucho que os amábais.

Todos permanecieron en silencio. Eran incapaces de contestar. De pronto, el llanto de Tristán, que se encontraba en la cuna durmiendo en la alcoba de Francisca, fue la excusa perfecta.

- Voy a ver a Tristán. - Dijo Francisca mientras se dirigía a la puerta.

- Voy contigo. - Pronunció Raimundo.

Leonor aprovechó y también salió de la alcoba para atender sus obligaciones, así que Ramón aprovechó para hablar con Enrique.

- Enrique, dime, ¿qué podemos hacer con Salvador?

- Ramón, dame tu palabra de que estás actuando de buena fe y que no vas a traicionar a los chicos. - Le exigió mientras le miraba a los ojos.

- Te lo juro por mi apellido. - Afirmó Ramón mientras extendía su mano hacia él. - Por la memoria de mi esposa.

Ambas manos se unieron con firmeza. Enrique sentía que Ramón estaba sinceramente arrepentido y que no mentía en sus palabras.

- Legalmente sólo tenemos una vía: que le encarcelen por sus múltiples crímenes y le condenen al garrote. - Explicó Enrique.

- Mañana mismo me podré a ello. - Sentenció Ramón.

Francisca y Raimundo estaban calmando el llanto de Tristán. Tras unas pocas carantoñas se tranquilizó y comenzó a jugar con el colgante de Francisca.

- ¿Crees que podemos confiar en él? - Preguntó Raimundo mientras acariciaba la espalda del bebé.

- No lo sé. Pero no creo que vaya a actuar en nuestra contra. Tú y Tristán sois su familia, va a protegeros por encima de todo. - Respondió Francisca completamente convencida de sus palabras.

- Eso creo yo también. - Respondió Raimundo rodeándole por la cintura. -  Le he contado todo. Sin omitir palabra. Se ha quedado impresionado por tu coraje.

- Debería haberse dado cuenta mucho antes. Pero bueno, dicen que más vale tarde que nunca ¿no? - Contestó Francisca girándose para darle un beso a Raimundo.

- Debería ir a la alcoba donde descansa mi padre, voy a llevarle a casa para que descanse. Bastantes emociones ha tenido por hoy.

- Te acompañamos.

Cuando entraron en la alcoba, sorprendieron a Ramón y Enrique charlando. Nada más verles callaron y se centraron en el pequeño Tristán.

- ¿Ya te has despertado, zascandil? - Preguntó Don Enrique a Tristán mientras jugaba con sus manitas.

- Y ha cenado como un campeón. - Respondió Raimundo sonriente. - Padre, está todo dispuesto para trasladarle a casa.

- Gracias Raimundo. Y a vosotros por atenderme sin merecerlo. - Dijo mirando a los Montenegro.

Francisca y Don Enrique asistieron en modo de respuesta. Con dificultad Ramón logró bajar al piso principal ayudado por Raimundo y Enrique. Ya en la puerta le dió las gracias a Leonor también.

Raimundo se acercó hacía su hijo y Francisca para despedirse de ellos.

- Mañana vendré a veros. Os quiero con locura. - Les dijo colmándolos de besos.

Ramón, aún apoyado sobre Enrique, miró a Francisca y a Tristán antes de salir.

- Buenas noches Tristán, pórtate bien con tu madre. Muy pronto estaréis los dos con tu padre para siempre.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora