FRANCISCA II

213 11 1
                                    

Don Enrique se encontraba en su despacho tratando de centrarse en los papeles que cubrían toda la mesa. Pero era imposible. Sólo podía pensar en su hija y en la desagradable visita a Ramón Ulloa.

2 días antes...

Disfrutaba de esa mañana de otoño, todo había salido tal y como él esperaba. Con un solo tiro había matado más pájaros de los que pensaba. Y eso que no le había hecho falta ni siquiera apretar el gatillo. Se enorgulleció ante tal ocurrencia.

De repente escuchó como un caballo relinchaba fuera, decidió asomarse a la ventana para ver de quien se trataba. Una sonrisa se dibujó en su rostro al comprobar que era Enrique Montenegro. En menos de dos horas les iba a destrozar la vida al padre y a la hija, al fin iban a saber quien era Ramón Ulloa.

Enrique entró directo en la casa sin atender a los gritos del servicio pidiéndole que aguardara a ser anunciado. Con apenas veinte pasos se plantó ante la puerta del despacho de Ramón y la abrió de golpe.

- ¿Donde está Raimundo? - exigió saber alzando la voz.

- Te creía más educado Enrique.

- Déjate de gilipolleces. ¿Dónde está tu hijo?

- Con su prometida en Madrid, bien sabes el trabajo que conlleva organizar una boda y más teniendo en cuenta que la misma será dentro de un mes. - Resaltó las palabras 'prometida' y 'boda'. Sabía de sobra que Enrique y Raimundo habían alcanzado casi una relación de padre e hijo promovida por el amor que ambos sentían hacía Francisca. Y nada le dolía tanto como que Raimundo respetara más a Enrique que a él. Que a su propia sangre.

- ¡Sois unos desgraciados! - gritó Enrique lleno de ira.

- ¿También pensabas eso de mi hijo cuando le calentaba la cama a tu hija? - Ramón sabía perfectamente como hacer daño al prójimo para sacar provecho de su reacción. Y eso era lo que él estaba esperando: que Enrique perdiera los papeles.

- ¡NO TE CONSIENTO QUE HABLES ASÍ DE MI HIJA! - Tras pronunciar estas palabras Enrique le propició un puñetazo en la cara. El impacto fue tal que le rompió la nariz y, en apenas unos pocos segundos, el suelo del despacho se cubrió de sangre.

A raíz de lo acontecido, cuando regresó a la Casona los Civiles fueron a detenerle. Le habían denunciado por agresión.

Hubo de pasar el día en el cuartelillo tomando declaración, por lo que tuvo que cancelar la comida en la Puebla con los ganaderos, confiando en poder hacer negocios con ellos más adelante.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora